TOM WAITS
«AULLIDOS DE LOBO URBANO»
por SERGIO MONSALVO C
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Este hombre lobo añoso y experimentado, tiene el perfil del intérprete incómodo para los no iniciados. La realidad que define con la voz y la palabra está en su espíritu de comunión con la derrota; en algunos de sus enigmas y misterios. Éstos pueden ser calmosos o vibrantes, pasan de lo oscuro a lo sobrecogedor o viceversa.

Como si fueran serpientes poderosas e inquietantes que se doblan, retuercen y serpentean alrededor y ante las cuales él debe rendirse, pero a la vez mantener el temple en medio de la fascinación por la dureza de la vida. La suya es una poética del lamento interior humano, del que ha caído y sabe que todo es una porquería, pero aún así debe continuar.

A principios de los años setenta, un joven californiano de nombre Tom Waits soñaba con tiempos idos y quería que sus temas fueran como sesiones entre Frank Sinatra y Charlie Parker; sus textos, conversaciones ebrias entre Jack Kerouac y Charles Bukowski. Todavía no encontraba su vía musical ni literaria. Sin embargo, lo que hace más de tres décadas sólo se insinuaba, en la actualidad es autenticidad, leyenda y mito.

Waits es hoy por hoy un artista tan inconfundible como imitado dentro la escena musical contemporánea. Ha llegado a los 60 años de edad y al momento de consolidar el trabajo de toda una carrera. Y eso es lo que hace con cada disco que graba, con cada concierto que presenta.

En la actualidad, al final de la primera década del siglo XXI, el cantautor ya le aulló una y mil veces a la luna ensangrentada y forma parte de la clientela habitual del submundo en cualquier zona del planeta. En los tiempos que corren, su existencia multifacética no se distingue ya de la de sus personajes, y sus discos son elemento indispensable para discernir sobre el underground global.

Dentro de sus piezas, al unísono de sus vívidos retratos, Waits diseña también paisajes que evocan la imagen de esquinas desiertas iluminadas por la luz de neón. Las cuales comunican con plasticidad, con tino, los ambientes de los distintos escenarios urbanos en los que se llevan a cabo sus narraciones, a la orilla de lo cotidiano.

El factótum musical, por su parte, airea cada vez sus raíces en el blues, en el rock y en tendencias estilísticas como el country, el jazz, la palabra hablada, el avant-garde, el hip hop y por supuesto en los latigazos propinados al alma por sus baladas. La suma de todo ello equivale a calidad superior, artística, culta.

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Aún no se sabe a ciencia cierta quién le dio el dentellazo, el don (¿Van Vliet? ¿Howlin’ Wolf, quizá?). De cualquier modo Waits es capaz de extraer de su áspera garganta sonidos que otros no logran producir ni por medio de intrincados procesos electrónicos de transformación. Posee el toque de voz necesario para convertir buenas canciones también en peligrosos y malignos monstruos.

Una particularidad muy sencilla pero sumamente importante del canto rockero es que el cantante no se mueve a la altura del tono de la voz con la cual habla. Por regla general canta más agudo, con mucha frecuencia lo más agudo posible (el heavy metal es uno de sus extremos).

Además del esfuerzo que eso implica, busca promover la intensidad, impedir la pasión artificial y producir una indeterminación sexual. Waits rompió esta regla y eligió, más bien, el alcance inferior de su voz, la cual siempre resulta mucho más difícil de modular. Pero él lo logró y creó con ello un estilo diferente. Una nueva ruta.

Para la realización del álbum Real Gone, por ejemplo, Tom se refugió en el baño de su casa con el objeto de añadir otra jornada a la aventura de buscar los rumores de su pulso personal. Salió de ahí escupiendo percusiones esenciales. Un beat de la vox humana que combinó con el trabajo de su hijo Casey en la tornamesa —el de DJ es el oficio para la nueva generación—. El resultado se escucha contundente desde “Top of the Hill”, la pieza abridora.

Aquel disco se produjo rápido, para lo que el músico acostumbra — dos años después de los dos álbumes Alice y Blood Money, con los que inició la década y que salieron al unísono y marcaron su vena para crear atmósferas meditabundas–. Después siguió este impacto con Orphans, Brawlers, Bawlers & Bastards (un álbum triple) y Glitter and Doom Life (doble en vivo): “dos auténticos martillos neumáticos de nueve libras” (según el cantante).

Junto con su esposa, la dramaturga y coreógrafa Kathleen Brennan (otra vez, y como desde hace dos décadas), Waits produce su quehacer. Marc Ribot, a su vez, aporta su virtuosismo en la guitarra, la cual desde la maleza de los ruidos se conduce con paso certero hacia el sentimiento. Sin ambajes, este solidario compañero ancla al cantante en el feuilleton profundo del espíritu de la dark americana.

Larry Taylor, la mole inamovible, pone de su parte la cuota de sapiencia bluesera y el soporte experimentado de los vericuetos del género con su bajo; mientras que Brain Mantia percute y ensambla lo contemporáneo, sus murmullos y estridencias fundamentales. Por supuesto hay invitados, decenas de ellos. Sin embargo, no infringen la norma de la indiscreción y su visita transcurre sin asombros.

La acción se da sobre la infraestructura de las grabaciones caseras, espontáneas. Waits y el ingeniero Mark Howard buscaron que los músicos y el DJ trabajaran y manejaran los sonidos a contracorriente de la electrónica avanzada, tan de moda: como si fueran hechos con los materiales de un deshuesadero o de un mercado de pulgas. Y que lo hicieran de una forma arcaica, sucia, atemporal, reinventándolo todo.

En ese todo del contenido final hay powerfunk, blues de callejón, rítmica afrocubana y hip hop cavernoso: “cubismo sonoro” como Tom lo nombra distintivamente. Con este bruto telón de fondo él hace el malabárico acto de entrar en sus personajes para contar sus existencias.

Real Gone junto a Orphans, Brawlers, Bawlers & Bastard son, desde el momento de su aparición, un hito entre los discos de Waits. Son dos de sus obras más sombrías y melancólicas: una marcha fúnebre minimalista, el primero; un gran mosaico de la oscuridad, el segundo.

Tales rompecabezas se deberán aprender a escuchar durante los años que tarde en salir el siguiente álbum. Con su naturaleza nebulosa; la garantía del carácter lowlife y el aroma del blues astroso. Música de un hombre que no se anda con rodeos y que del mundo conoce en profundidad el crujido de sus vísceras.

Waits sigue los pasos de un alquimista al intentar la transformación del hombre en su propio grito. Pero de todas maneras sigue siendo el Waits de siempre, el gran crooner cabaretil y sabiondo que como detalle acústico incluye los chillidos de un perro atropellado, mientras en primer plano late el rock puro y llano, reproducido con unos antiguos amplificadores de garage.

Con toda esa nueva carga, este licántropo legendario llega a las ciudades. Legendaria es también su reticencia a efectuar giras, a presentarse en vivo (en los últimos tiempos sólo lo ha hecho a beneficio de amigos en problemas o por algún motivo especial como protestar contra la pena de muerte, por ejemplo). Por eso cuando decide hacerlo el asunto se vuelve un acontecimiento extraordinario, tanto por la presencia como por la incertidumbre de que pudiera ser la última vez.

En la ocasión que me tocó verlo, quiso mostrar frente al público su tarea reciente. Optó por Europa y con ocho únicos conciertos: en Amberes (Bélgica), tres en Berlín (Alemania), tres en Amsterdam (Holanda) y el cierre en Londres (Inglaterra).

En Amsterdam se anunciaron con tres meses de antelación. En un día se agotaron todos los boletos, con precios que oscilaban entre 85 y 100 euros. A partir de ahí el mercado negro de la reventa comenzó la carrera ascendente en el costo de las entradas. Media hora antes de la primera fecha la cantidad a desembolsar era entre 400 y 500 euros. Nadie chistó al adquirir uno.

Waits eligió de tal ciudad la sala llamada Carré (un pequeño teatro de larga tradición dentro del espectáculo —siglo y medio— que con él inauguró una larga remodelación de un año) para exponer sus canciones. El cantante sabe, con conocimiento de causa, que en los espacios mayores se perdería buena parte de su efecto intimista.

Las nocturnas aguas del río Amstel, frente a las que se asienta el teatro, vieron la llegada de los dos mil primeros devotos de diversas partes de Europa (en total serían seis mil), que entraron al recinto para recibir durante dos horas la fuerza de las devastadoras historias del cantautor, los temas de sus recientes discos.

Títulos que tiene una doble acepción: la jazzística, con la cual se señala al músico arrebatado en el escenario; y la coloquial, con la que se menciona a quien ha muerto o se mantiene en estado de marginación. Un juego de palabras pleno de humor negro.

Tom aparece en escena en punto de las ocho de la noche, con su figura de espantapájaros y el traje hipster acostumbrado, de color café y sombrerito. Una presencia que por sí sola llena el estrado. Pero él no se conforma con eso, se hace acompañar del mismo excelente grupo base que colaboró con él en las grabaciones: Marc Ribot, Larry Taylor y Brian Mantia.

Ellos crean la sonoridad rocosa, el motor noise del que surge intimidando, el canto rasposo, retumbante de Waits, el cual brota de las profundidades de su caja torácica como si fuera producido por un rallador pétreo del alma. El público por supuesto ruge ante la descarga iniciática: “Make it Rain”.

Y de ahí en adelante, entre la amplificación de lo subterráneo y el megáfono del realismo se pasea contundente la protagonista principal de sus actuaciones: la voz. Ésa que años de cigarros, whisky y desvelos convirtieron en bestia para un solo domador. Un animal salvaje que le proporciona su tono individual, único.

La quintaesencia del concierto es eso precisamente: el desarrollo y estilización de un instrumento expresivo, la construcción artística del tono, de cada tono. Waits no gruñe ni farfulla, cada una de sus sílabas se entiende, se siente. Arañan el corazón, la piel, la imaginación.

Los temas y personajes desfilan así, con sus crónicas desdichadas y ecos de tiempos duros, terribles, que permiten por igual vislumbrar el interior del propio narrador (un desliz procurado a voluntad) .

Y en el inter entre cada fabuloso testimonio, aparece el excéntrio actor/presentador que es también este oriundo de Pomona, para de una manera ensimismada contar anécdotas bizarras o absurdas sobre fieras peligrosas de Indonesia; el envenenamiento con plomo debido a los jitomates, o sobre la posibilidad de ser sepultado con un cordón atado a la muñeca, para desde el ataúd poder hacer que suene una campanita por si lo han enterrado a uno vivo, etcétera.

Así como el actor entra, por igual desaparece y resurge esa forma de espetar palabras que es Tom Waits. Incluso con tal fuerza que es posible que el techo se venga abajo. Tras cada monólogo reaparece su tormenta vocal con furia aún mayor, nutrida por los relámpagos producidos sin cesar por Marc Ribot. Es el malabar adjunto que a través de su ingeniosa guitarra juega con el fuego y con los cuchillos de doble filo, con el estandarte de la estructura melódica, para poner aún mayor énfasis en lo que desfila, en lo vivido, en lo contado.

La voz se convierte en una sirena de niebla gutural distante y amenazadora, que convoca a sus fantasmas más influyentes: Kurt Weill y Edith Piaf, guiados por el Captain Beefheart. Aúlla y distorsiona. Su sonoridad crea olas pantanosas en donde el ritmo se vuelve cada vez más importante y preciso, el ritmo y su instrumentación sobre relieve, hasta llegar a los conjuros de “Sins of the Father” con un acercamiento al gospel intenso, el cual prepara los espíritus para “Day After Tomorrow” y sus cavilaciones sobre las secuelas de la guerra y la omnipresencia de la muerte. El callejón sin salida.

Tras impactar con lo estrenado, interpreta también algunos temas de discos como Swordfishtrombones, The Black Rider, The Mule Variations, una excelente versión de “Alice” susurrada a los oídos, “House Where Nobody Lives”, la pieza final del concierto, o la canción con la que comienza el encore: “Invitation Blues” de Small Change.

Waits es un artista del ahora (en cada una de sus épocas), y en el ahora no hay belleza. Ésta no es lo importante para el arte. Lo relevante es el significado de la obra. Y en su obra hay significado con estilo personal y poesía —ríspida, grotesca, cruda—.

Waits ha alcanzado este punto culminante, universalista. Y lo ha hecho con una sustancial obra discográfica y con una auténtica puesta en escena de ella. Prácticamente se le ha visto estallar en el foro. La poesía no ha sido en este caso, como dijera T.S. Eliot, expresión de la personalidad, sino una liberación de la misma.

3 thoughts on “Llave Maestra 26:Tom Waits, Aullidos de Lobo Urbano

  1. oye muy buen reportaje la neta me gusta la pag, espeero k aumenten las visitas de este sito y asi mas gente lo pueda checar

    Felicidades!!!

  2. HOLA LES MANDO UN SALUDO, ME GUSTARIA SABER DE QUE MODO PUEDO DESCARGAR LOS PODCAST DE LA LLAVE MAESTRA. YA QUE NO SE COMO HACERLO, HE SEGUIDO DE CERCA LOS PODCAST DE SERGIO MONSALVO, ME GUSTO MUCHO EL DEDICADO A MILES DAVIS Y LA OBRA ON THE ROAD, ASI QUE QUISIERA ESCUCHAR EN MI REPRODUCTOR ESTA NUEVA EMISION, LES AGRADECERE SU RESPUESTA.

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