IVAN KRAL
ROCK Y TERCIOPELO
Por SERGIO MONSALVO C.
El de 1968 no fue un año semejante para los países en los que hubo fuertes movimientos sociales. Ni en Berkeley, estadounidense, ni en Tokio, ni en Berlín, ni en París, ni en la ciudad de México, por mencionar algunos de ellos, estuvo en juego el poder político ni su ocupación entraba realmente en las expectativas de quienes llenaron las calles con sus protestas.
La única excepción real fue la capital checoslovaca, en donde un proyecto revolucionario exigía los cambios desde el poder mismo, consensuado por el pueblo.
A ese proceso se le conoció históricamente como la Primavera de Praga y comenzó el 5 de enero del ’68. Con ella el gobierno pretendió que el socialismo evolucionara hacia formas democráticas con el apoyo libre y voluntario de la ciudadanía.
Esto de ninguna manera estaba en concordancia con los intereses totalitarios del Soviet Supremo que, dirigido desde el Kremlin, envió el 20 de agosto a 200 mil soldados del Pacto de Varsovia y 5 mil tanques para invadir al país y poner fin de manera brutal a la intentona independentista.
Comenzó entonces la cacería de los que llamaron “agentes desestabilizadores”. Hubo juicios sumarios, asesinatos, detenciones, desapariciones y huidas al exilio de quienes corrieron con mejor suerte.
Entre estos últimos figuró la familia de Ivan Kral, la cual luego de una fuga casi cinematográfica pudo llegar a los Estados Unidos, establecerse bajo nuevos parámetros y enriquecerlos con los propios, traídos de su experiencia tras la Cortina de Hierro. Ivan llegó con 20 años de edad.
Su vida en la Unión Americana comenzó justo cuando estaban en su momento más álgido los disturbios estudiantiles en Berkeley, circunstancia que le permitió establecer comparaciones —un ejercicio que había aprendido de sus padres, artistas e intelectuales— y marcar sus criterios estéticos a futuro.
Se dio cuenta de que mientras en las capitales del Occidente europeo se gritaban eslóganes dirigidos contra el capitalismo, el imperialismo yanqui y la sociedad de consumo; en Checoslovaquia lo hacían contra el imperialismo soviético, no el americano; y en la propia Tierra del Tío Sam lo hacían contra la guerra de Vietnam, por los derechos civiles y con un enfoque contracultural.
Fue con este último que estableció su particular parámetro sobre el fenómeno mundial de 1968 y en él descubrió el elemento del cual todos se sustentaban: la juventud. Esa generación tenía un lenguaje común: el rock (el blues-rock en el Occidente europeo; el progresivo en el Oriente del mismo continente y el psicodélico en Estados Unidos). Así es que hacia esta música se encaminó.
Ivan entró a la universidad a estudiar Sociología y Literatura Angloamericana, y se involucró luego de unos cuantos años en la rompedora escena neoyorquina de los años setenta, que culminó con el surgimiento del punk. Se convirtió en habitué del CBGB’s y a la postre en amigo y colaborador de la pionera del novel movimiento: Patti Smith.
Con ella, David Byrne y John Cale, entre otros —es decir, la inteligencia pura de los nuevos tiempos—, se embriagó de palabras, quizá la mejor y más bella forma de embriaguez. Se unió al Patti Smith Group como multiinstrumentista y compositor y de aquella unión surgieron temas clásicos como “Dancing Barefoot”, “Godspeed” o “Space Monkey”.
Cuando la Smith abandonó sorpresivamente los escenarios a finales de los años setenta, Ivan se uniría a Tom Verlaine y luego a Iggy Pop, con el que saldría de gira por el territorio norteamericano.
Empapado con toda esta experiencia energética volvería en los años ochenta a su natal Praga para hacer cine, grabar soundtracks, producir discos, convertirse también en fotógrafo y participar artísticamente en la Revolución de Terciopelo, el deslinde checoslovaco de la Unión Soviética.
Luego de la Perestroika de Gorbachov, la intelectualidad y el estudiantado checoslovaco pugnaron por la liberación de su país y la caída del regimen pro soviético. El movimiento culminó en 1989 con una huelga general con la cual el Partido Comunista abandonó el poder y el escritor Vaclav Havel accedió a la presidencia al frente del Foro Cívico. Un par de años después, la independencia se traduciría en el nacimiento de dos repúblicas, la Checa y Eslovaquia, como producto de la evolución política.
Mientras tanto, Ivan Kral había vivido la transición como profundo admirador del cineasta Milos Forman, como estudioso de sus compatriotas Franz Kafka y Milan Kundera y como divulgador de la conciencia rockera que pugnaba por un renacimiento espiritual, en la que había participado en la Unión Americana.
Al ser un ente creativo, como lo era, Ivan comenzó a expresar en la música y en las imágenes el ciclo que había vivido durante un cuarto de siglo en el exilio y en la recuperación de su país. Al cual llevó la actitud de los blueseros negros y el mensaje de Luther King, la música de la contracultura estadounidense y algunos de los nuevos parámetros de tal movimiento: cuestionar siempre cualquier enunciado y la inclinación por el lirismo poético.
Todo ello lo condujo a filmar documentales, escribir la música de películas como Foxfire (con Angelina Jolie como protagonista), el biopic The Story of The Ramones, Babe Wire y All Over Me, entre otras; a apoyar en la producción y composición a grupos como Lucie, The Mission, Telephone, Alias, The Destillers y al checo Miro Zbirka; a integrarse a bandas como Eastern Bloc y la de Noel Redding and Friends, y a grabar álbumes como solista.
Actualmente, Ivan Kral, alterna todas estas actividades entre Europa y los Estados Unidos, donde se ha construido un estudio doméstico en Ann Arbor, Michigan. Estéticamente, con su obra de más de una docena de discos, mantiene para sí aquellas consignas que enarboló junto a Patti Smith: evitar que el rock pierda su razón de ser, que caiga en manos sobrealimentadas o que se revuelque en un lodazal de aparatosidad, consumo y vacua complejidad técnica.
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