JOHN CAGE
UN ARCANGEL ANARQUISTA
Por SERGIO MONSALVO C.
De no haber existido John Cage, no hubiera habido mucha de la música fantástica que escuchamos.
Con cencerros y ollas de cocina John Cage anunció la nueva era de la música. Al lado de este arcángel anárquico los demás colegas del gremio musical siempre palidecieron. Mucho antes del concepto de los happenings este vástago de un inventor técnico originario de California ya componía piezas para el tocadiscos y la ametralladora; preparaba pianos de cola con ligas y monedas de cobre y mandaba pasar el arco sobre las cuerdas de los violines en forma longitudinal.
Nada era lo bastante oposicional para este trasgresor. Anotó la parte solista de un concierto para piano en 63 hojas sueltas que podían tocarse a discreción en cualquier orden. Para su obra musical doble Európeras 1 & 2, este crítico mordaz de tal género dividió los pasajes conocidos de 64 óperas y 101 grabaciones operísticas y las tocó en forma sincrónica, creando una compota cacofónica llena de humor inteligente.
Como compositor, maestro y teórico, John Cage (quien nació en Los Ángeles, California, el 5 de septiembre de 1912). Fue uno de los personajes más vanguardistas, controvertidos y arriesgados en la música del siglo XX. Sus comienzos fueron convencionales, al estudiar el piano con Richard Buhlig y Fannie Dillon en Los Ángeles.
Durante un periodo en París, tomó clases con Lazare Lévy. Ahí Cage entró en contacto con experimentadores como Henry Cowell, Adolph Weiss y Arnold Schoenberg. De Cowell, Cage adoptó la idea de modificar el mecanismo interior del piano a fin de lograr ciertos sonidos curiosos.
Antes de embarcarse en la carrera de intérprete-compositor, Cage fue profesor en la Cornish School de Seattle, Washington, Mills College de Oakland, California, la School of Design de Chicago, Illinois, y la New School for Social Research, en la ciudad de Nueva York. En esta metrópoli, Cage se asoció con el bailarín y coreógrafo Merce Cunningham, para quien compuso varias obras de ballet.
Hacia fines de los años treinta, se estableció como líder del avant garde; sus recitales del piano preparado fueron aclamados y condenados por igual. Los tornillos, trozos de metal, ligas y tiras de papel colocados por él dentro del piano normal producían sonidos exóticos. La fascinación que sentía por los ritmos y los instrumentos de percusión también influyó de manera enorme en su obra original. Al igual que otro ascendiente importante: la música del Oriente, sobre todo de la India.
El ruido lo mismo que el silencio formaron desde entonces ingredientes de su música. Debido a su determinación para romper completamente con el pasado de tal arte, la obra de este autor desafió todo intento de definición. Rara vez recurrió a formas musicales convencionales, como un cuarteto o un concerto, y cuando lo hizo, su uso de la forma fue muy poco ortodoxa y muy extendida.
Sus primeras composiciones se basaron en el método dodecafónico de su maestro Schoenberg; luego descubrió el piano preparado. En su caso fue excepcional dicho método, pues condujo sus preferencias hacia la exploración de nuevas regiones del sonido.
Valiéndose de instrumentos eléctricos y de este tipo de piano, al que aplicó diversas sordinas de variados materiales que colocó entre las cuerdas, obtuvo un amplio, sugestivo y colorido teclado de orquesta de percusión. Organizó, asimismo, sus trabajos en torno a un fascinante germen formal, apto para ser utilizado en cualquier estilo o en cualquier oportunidad.
A través de su fecunda vida como compositor, se puede descubrir que otra característica dentro de sus frecuentes desplazamientos a comarcas desconocidas o escasamente cultivadas fue el empleo de conjuntos de percusión, ya sea solos, como en Imaginary Landscape, en sus Constructions (seriadas), en la March o agregados a varios instrumentos eléctricos. Amores, The Perilous Night, A Book of Music, Three Dances, She Is Asleep, The Wonderful Window of 18 Spring, son sólo algunas de las numerosas piezas de su producción tanto estrictamente musical como para el teatro y la danza modernos.
A todas ellas siguió la composición aleatoria, o hecha al azar. Hubo gigantescas obras multimediales para instrumentos convencionales, sonidos grabados, películas, transparencias y luces. Cada paso en una composición de Cage podía depender de una imperfección en el papel pautado, de un dado o de un volado.
Entre otras obras de Cage figura 4’33» para piano en tres movimientos (compuesta en 1954, donde el pianista se sienta al teclado por el tiempo indicado, pero no toca una sola nota, convirtiendo así el silencio en música).
La «obra maestra» de Cage sin duda fue un trabajo de 1962, 0’00», una pieza silenciosa en la que el intérprete puede presentar cualquier cosa, a voluntad (la llegó a presentar en una sala de conciertos licuando verduras y amplificando su absorción).
Cage escribió también varios libros, entre ellos Silence (1961), A Year from Monday (1967) y Notations (1969). De ellos se destaca la teoría de que es inherente al que trabaja un arte creativo, conocer y comprender los materiales que necesita, y crearlos si es que no existen.
En la música, lo supo Cage, esta característica debe ir más allá de la simple competencia del análisis de la partitura. Es más difícil para un compositor crear los colores de su interés que para un pintor obtener los colores de la luz que se busca plasmar, pero no es menos importante que el compositor pueda hacerlo igualmente.
Las tradiciones musicales fueron (y aún están) contra sus esfuerzos. Todavía en nuestra época, sólo se reconoce al que se sienta confortablemente en la seguridad académica. Sin embargo, el acto de rebelión creativa (que él produjo) es ya igualmente una tradición, y si el arte de la música quiere ser algo más que una sombra del pasado, debe poner constantemente en tela de juicio los hábitos adquiridos, sean cuales sean.
Eso hizo John Cage y en ello se mantienen hasta la fecha sus muchos seguidores dentro de la música (desde la sinfónica hasta el rock industrial de mayor experimentación) y los escuchas que siempre vieron en él a un visionario creativo. Un genio con pasado y con futuro.
A pesar de que siempre tuvo detractores (Paul Hindemith en algún momento lo rechazó como «criminal del arte» o el propio Arnold Schönberg que lo acusó de «falta de sensibilidad para la armonía», por ejemplo) nunca dejó de hablar como el caudillo liberador del sonido que era.
John Cage fue, pues, el padre de la música aleatoria y de una concepción radical, única, del hacer y escuchar música. En ocasiones recurrió al empleo de cinta magnética y a él se debe el llamado paisaje sonoro, asimilación contemplativa, profundamente poética de la música concreta.
Ayudó también a desarrollar un vocabulario de nuevas perspectivas para la música del siglo XX y, quizá sorprendentemente, se ha convertido en parte de un fructífero intercambio con la música popular y electrónica (la noise music, el expresionismo abstracto, el diseño de sonido. Para corroborarlo están: Frank Zappa, Sun Ra, Roland Kirk, Sonic Youth, Brian Eno, Stereolab, Gabin Bryars, Aphex Twin, Sigur Ros, CocoRosie, Hemmelig Tempo, et al).
John Cage murió el 12 de agosto de 1992 en Nueva York a consecuencia de una embolia, a escasas tres semanas de su cumpleaños número 80 y de los homenajes preparados para festejarlo. Hoy, a 100 años de su nacimiento, se le festejará –esté él o no– y el agape será ruidoso.
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