WILLIAM FAULKNER

Y LA SONORIDAD SWAMP

Por SERGIO MONSALVO C.

 

Durante su vida a William Faulkner (Premio Nobel de Literatura 1949) le llegaron a decir que la lectura de su obra era difícil e intrincada, que ni leyéndola tres veces lograban entenderla y preguntaban qué hacer al respecto: “Léanla cuatro”, les aconsejaba. La humorada llevaba implícito el desahucio de los lectores flojos, estáticos, de actitud pasiva. Él siempre congenió con los participativos, con los que se involucraban en la ludicidad narrativa y con la problemática humana, que son a fin de cuentas las cosas que distinguen a la buena literatura. La que tiene al hombre y su exposición como fundamento.

Escribir sobre ello obviamente es complejo y para ello se requiere de tres cosas: experiencia, observación e imaginación. Con ellas, como herramientas, se puede hablar sobre la gente: “Al respecto de las aspiraciones, las dificultades, las angustias, el coraje y las cobardías, la pequeñez, y el esplendor del corazón humano”, según el mismo autor

Por eso Faulkner fue uno de los escritores más influyentes del siglo XX, junto a Proust, Kafka y Joyce. Elaboró historias donde se aprecian frecuentes juegos con el tiempo; cambios de perspectiva repentinos y vertiginosos dentro del relato; el uso de distintos registros y voces para contar una historia.

Entre sus recursos estuvo igualmente la utilización de monólogos y diálogos internos que dibujan el perfil psicológico de los personajes, por mencionar sólo alguno. No buscaba la lógica y la coherencia de la realidad sino el funcionamiento de la conciencia humana, que tiene sus propias leyes.

William Faulkner nació el 25 de septiembre de 1897 en la ciudad de New Albany (Mississippi) aunque se crió en Oxford junto a sus tres hermanos menores. Lugar en el que fijó su residencia (falleció el 6 de julio de 1962 en Byhalia, cerca de ahí). Su verdadero apellido era Faulkner, pero a la postre lo cambió por motivos comerciales. Perteneció a una familia con muchas raíces en el sur de la Unión Americana.

Su relación con el escritor Sherwood Anderson lo motivó también a escribir desde joven. Con el tiempo obtuvo la fama y el reconocimiento por sus cerca de veinte novelas en las que retrata el conflicto trágico entre el viejo y el nuevo Sur de su país (de La paga de los soldados, de 1926, a Banderas sobre el polvo, la póstuma de 1973, pasando por las inconmensurables: El sonido y la furia, Mientras agonizo, Santuario, Luz de Agosto y ¡Absalón, Absalón!, entre ellas). A la larga se convirtiría en uno de los escritores más representativos de los Estados Unidos y en un autor clásico contemporáneo.

Pensar en Faulkner es asociar la problemática de la sociedad tradicional sureña de principios del siglo XX de Estados Unidos con la experiencia de una escritura única, atractiva y poliédrica  (por sus múltiples aristas y la riqueza de los numerosos esparcimientos literarios que establece). Y con la suma de todo ello observar cómo eleva lo narrado, acerca de un terreno delimitado, a las esferas de lo universal.

Las obras de Faulkner tienen sabor acre, de sangre derramada, violación, crimen y tortura. La violencia, efectivamente, se derrama pródiga, y los hombres la aceptan como lanzada sobre ellos por la mano de la fatalidad en un lugar ficticio: el condado de Yoknapatawpha. Los sucesos ocurridos ahí, son un breve reflejo de las relaciones sociales y tendencias que contiene la historia sureña.

El lector se encuentra no solo con un mundo imaginario (dicho condado inspirado en el de Lafayette y el de Oxford, en Mississipi.) en el cual cada detalle está cuidadosamente diseñado por Faulkner, sino con una complicada historia conocida por el narrador en sus esencias, aunque todavía desordenada dentro de su mente, una historia de registros familiares que sólo puede ser desbrozada con esfuerzo y sagacidad

En la obra de William Faulkner podemos apreciar la recreación de un territorio imaginario, un espacio violento habitado por pasiones trágicas, por desarraigados o por familias decadentes que luchan en un ámbito árido o pantanoso, donde los valores (añejos y religiosos, sobre todo) y el mal son hilos que atraviesan a sus personajes. La doble moral, el conflicto existencial, las diferencias raciales, la discriminación, el pasado que determina como un fuerza oscura el presente, son todas ellas piezas con las que el autor va desgranando frente a los ojos del lector admirado las diferentes narraciones, desplegando escenarios tan desoladores como conflictivos. Tan humanos, a final de cuentas.

Este profundo Sur estadounidense ha tenido, desde que Faulkner comenzó a contarlo, su referente sonoro. La demarcación que él ubicó en sus narraciones ha desarrollado una cultura particular —socialmente más conservadora que la del resto del país (debido al papel central de la tierra en su historia y economía)–, el criollismo, la práctica vudú, la arquitectura, la gastronomía, la literatura y diversos estilos musicales (como la música country, el bluegrass, gospel, jazz, blues y rock and roll).

Una cultura única debida a las colonizaciones que ahí se han sucedido, desde la originaria indígena, la española, pasando por la francesa en diversas ocasiones (los negreros franceses fueron los primeros en introducir ahí la esclavitud hacia 1722) y la británica, hasta  su anexión a la Unión Americana en 1803 y su aceptación como estado de la misma en 1817.

Producto de tal mezcla ha sido la música de aquella zona sureña, humedecida por el río Mississippi y nutrida de vida por los polvos y aires lodosos que la caracterizan. Es la swamp music o corriente pantanera en sus dos vertientes: la popular y el blues. Surgió a la luz pública gracias a las trasmisiones radiales que se produjeron al comienzo de 1950. En ellas participaban exponentes del cajun y músicas del criollismo negro local (zydeco), del country and western (hillbilly) y de las tradicionales influencias musicales folk de origen francés.

Entre los primeros exponentes destacaron Cookie and the Cupcakes con un tema llamado “Mathilda”. Tras él, una composición de Bobby Charles titulada “Later Alligator”, covereada por Bill Halley y sus Cometas como “See You Later Alligator”. Otras piezas importantes de dicho sonido son, por ejemplo: “Cotton Fields” y “Midnight Special” de Leadbelly, “Big Blue Diamonds” de Clint West o “Wasted Days and Wasted Nights” de Freddy Fender.

El estilo del swamp pop ha sido popularizado internacionalmente por diversos artistas que han hecho versiones del mismo en sus discos: “Just Because” de Lloyd Price, “Send Me Some Lovin’” con Little Richard, “Sea of Love” con los Honeydrippers, “Pledging My Love” con Elvis Presley. Incluso los Beatles se vieron inspirados por dicho sonido en su tema “Oh! Darling”.

De manera paralela, se desarrolló el swamp blues El estilo de éste evolucionó oscuro y denso, de forma silvestre, por aquellos lares. El ritmo de tal blues se caracteriza por su cadencia lenta, en la que se manifiestan las influencias del cajun y zydeco. El máximo exponente del estilo ha sido sin lugar a dudas Slim Harpo, de quien los Rolling Stones hicieron la versión de “I’m a King Bee”, al igual que Neil Young realizó la de “Rainin’ in My Heart”.

Sin embargo, hay un compositor, cantante y guitarrista que le dio a la influencia de esta música y su entorno una dimensión mayor, mítica. Tal como Faulkner lo hizo a través de la literatura. La historia del rock son sus mitos y el del río Mississippi es uno de los más grandes. Ahí radica el cánon virtuoso de su espíritu. De sus vertientes y trayectoria han surgido héroes y leyendas, relatos y fantasmas, todo un mundo tan real y fantástico como para atraer la atención de un niño curioso y atento como Johnny Cameron Fogerty, miembro de una familia proletaria que habitaba en un pueblo californiano y cuya única diversión nocturna a los cinco años de edad consistía en escuchar la radio.

En ella sintonizaba, a comienzos de los años cincuenta, programas donde se daba a conocer la música de diversas zonas de la Unión Americana. Hubo una por cuyos contenidos y ritmos se inclinó: la de la región sureña de la Unión Americana. O sea otro planeta a miles y miles de kilómetros de donde vivía. Hablaba del bajo Mississippi, de sus aguas y tierras, de la bendición y maldición que significaba, de sus personajes pintorescos y de las canciones que contaban de todo aquello. Algo tan extraño a la uniformidad urbana de su barrio que obviamente despertó su imaginación.

Así que John Fogerty, sin conocerlo, se formó con la imaginación su propio Bayou Country, la tierra del swamp, su cauce fluvial, sus geografías, sus habitantes, su blues y sus claves, niño inteligente al fin. Esas narraciones, esos sonidos surgidos de tales lugares le calaron el gusto infantil y las ganas de reproducirlos a medida que creciera. Un segundo mundo referencial habitaba ya su mente y sus intereses.

Con el tiempo y sus composiciones, la vida de dicho lugar ya no sería vista tanto como una extravagante subcultura sino como una diferente forma de vivir. Asimismo, su obra proyectó la abundancia elemental de la que provenía: dureza, fantasía, magia, obsesión, mito, drama, caprichoso ingenio, denuncia política, seres arquetípicos, romances, cuentos populares, ciclos y tragedias ribereñas.

Desde sus primeras canciones, John Fogerty se dedicó a explorar aquellos pueblos remotos, pantanosos y novelescos del Bayou Country (al igual que William Faulkner con Yokanapatawpha). El Bayou, tan lejos de su concreto mundo infantil y juvenil californiano. La zona ricamente caracterizada por él constituye el «mundo» de este compositor, su aportación a la música universal; un sitio construido piedra por piedra en la imaginación de su creador.

Al igual que otros varios compositores estadounidenses contemporáneos allegados a la zona, Fogerty descubrió la posibilidad de contar relatos cautivadores además de comunicar complejos conceptos sin perturbar los ritmos de las historias, la comunión con el destino y la voluntad del río eterno.

La obra de John Fogerty (con el grupo Creedence Clearwater Revival, fundamentalmente) representa en tal medida una lectura de los clásicos norteamericanos como un ejercicio de creatividad. Incluye escenas que muy bien hubieran podido ser escritas por alguno de ellos, por William Faulkner, por ejemplo.

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