AT LAST!

POÉTICA DE UNA CANCIÓN

Por SERGIO MONSALVO C.

«Etta James era directa, sensual, descarnada, procaz y ubicada en un lugar en el que pocos artistas tienen las agallas para existir», dijo Bonnie Raitt, mujer del blues, al conocer la muerte de la cantante en enero del 2012. Sabía lo que decía. Ese lugar era el corazón de la madrugada. El espacio donde aquella intérprete luchaba y sucumbía contra sus demonios, una y otra vez.

Una hora terrible para ella en diversas épocas, quizá desde que comenzó su éxito, cuando fue descubierta por Johnny Otis en los tempranos años cincuenta, o luego en el momento en que Leonard Chess le propuso grabar para su sello en los sesenta.

De cuando el desamor y sus malas relaciones con varios hombres (incluyendo al propio Chess) produjeron perlas definitivas y poderosas del rhythm and blues, cargadas de tal emoción: «I’d Rather Go Blind», «Trust in Me», «My Dearest Darling», “All I Could Do Was Cry». Canciones de lamento.

Sin embargo, hubo una distinta: «At Last», su balada cumbre, que se significó en la antípoda del dolor. Era un tema venturoso: “Por fin mi amor ha llegado/ Mis días solitarios han terminado/ Y la vida es como una canción/ Ohh sí…

(La canción fue escrita en 1941 por Mack Gordon y Harry Warren y se hizo popular desde que apareciera en la película Orchestra Wives, con Glenn Miller. Leonard Chess, el productor, entendió el potencial de la cantante en este sentido e hizo que la acompañara una orquestación de cuerdas. Su versión, entre decenas de la misma, ha sido insuperable.)

Etta James había nacido el 25 de enero de 1938 (con el nombre de Jamesetta Hawkins) en Los Ángeles, California. Sus conocidos la llamaban “Peaches” (por el grupo vocal con el que se había iniciado en la música profesionalmente). Los productores con los que trabajó decían, a quien quisiera escucharlos, que ella era la voz de la Madre Tierra.

El caso es que Etta tenía tanta fuerza y era tan sincera como cantante de blues como de soul, aunque fue en el rhythm and blues en el que destacó sobremanera, y con el cual se mantuvo en el mundo de la música por casi cinco décadas.

Ella fue la artista del sello Chess que más éxitos consiguió y quizá la que sostuvo a la compañia con sus beneficios. De 1960 a 1969 obtuvo 21 hits seguidos en las listas de popularidad. El grosor de sus audiencias aumentaba con cada uno de ellos y los mejores compositores del momento la buscaron para que interpretara sus canciones.

Sin embargo, la era de visutería de la música Disco apareció y las compañías discográficas (fabricantes de este mercado) ya no apoyaron los géneros que Etta interpretaba: rhythm and blues, soul y blues.

En los años ochenta sólo pudo realizar presentaciones en los clubes de jazz de los Estados Unidos y de Europa con una banda de Chicago que la acompañaba. Posterior a ellas, un largo periodo de adicción a la heroína –otro más– la mantuvo alejada y su nombre se sostuvo a base de antologías y de algún material de gospel.

En sus horas de desvelo, en tales periodos, a Etta no le importaba tanto cómo hubiera sido su día sino que por fin había terminado. Y casi al instante se preguntaba cómo soportaría el siguiente. En el corazón de la madrugada esta cuestión, aunada a sus heridas emocionales abiertas y errores existenciales, se le imponía: ¿Por qué no zafarse de la angustia con un un poco de polvo, una vez más?

Se pinchaba para no sentir ese dolor. El de enfrentar con desánimo un nuevo día. “La vida es un camino largo y viejo –cantaba su admirada Bessie Smith–, pero tiene que finalizar”. Era una canción amarga y reveladora para Etta. Sin embargo, algo todavía la impulsaba a encontrar lo perdido y a reparar la falta de amor.

Creía que todas las peregrinaciones sentimentales de los hombres y las mujeres llevan a eso. Le parecía que a un ser humano sólo lo podía salvar otro ser humano. Su voz, su canto, siempre lo sugirieron. Pero también estaba consciente de que eso no pasaba casi nunca.

Así estuvo décadas y décadas entrando y saliendo de tal certeza, entre los vapores del narcótico y los comebacks a la escena que le hacían todo más indescifrable. Hasta que la sangre finalmente se le enfermó bajo la piel de un cuerpo ya de por sí roto y sus ojos ya no pudieron ocultar el desorden de la mente. Y la agonía por fin terminó un viernes por la madrugada en un hospital de Riverside, California.

No obstante, “At Last”, su balada, quedará por siempre grabada en la memoria colectiva como la suntuosa joya que destaca en un mundo cruel y oscuro, como la nívea pluma que flota sobre el pantano de la adversidad, como la exposición más sincera de un deseo femenino.

Mi corazón fue arropado por un trébol/ la noche en la que te vi./ Encontré un sueño al que le podía hablar./ Un sueño al que podía llamar mío./ Encontré una emoción en la cual recostar mi mejilla/ Una emoción que nunca había conocido/ Oh sí sí…/ Tu sonrisa, tu sonrisa/ Oh, el encanto fue lanzado/ Y aquí estamos en el cielo./ Tú eres mío, por fin”.

A pesar de la aspereza que la caracterizaba, Etta habló de manera sensible de aquella pieza y de su interpretación de la misma: “A lo largo de mi carrera he creído que son las mujeres quienes compran mis discos, principalmente. Ellas han sido mis máximas seguidoras y en realidad quería dirigirme a ellas. Cada vez que canté la canción traté de expresar algunas cosas que reflejaran el corazón de la mujer. Por otro lado, siento que la única razón por la que un hombre compraría uno de mis álbumes sería por descubrir qué le gusta a una mujer, por consideración a ella».

Ninguna mejor razón, Etta, ninguna mejor razón.

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