68 rpm / V

CANTOS PARA PENSAR AL MUNDO

Por SERGIO MONSALVO C.

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Aquel año, 1968, fue un periodo fantástico para el rock en general. Aparecieron en escena corrientes, movimientos géneros y subgéneros que enriquecieron el acervo de la cultura popular.

Los Rolling Stones enfrentaron de manera explícita la realidad social de entonces. Beggars Banquet, su disco de la época, se convirtió en un triunfo artístico al final del año. Desde la extasiante “Sympathy for the Devil”, pasando por la energía pura de “Street Fighting Man”, el grupo recorrió su universo musical con pasos llenos de autoridad. Sin embargo, su sencillo “Jumpin’ Jack Flash” (que no entró en aquel álbum) plasmó la energía del ambiente con toda su convulsión.

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La música creció ese tiempo en emociones y en objetivos. Hizo audible (y visible), una manera de expresión mediante la cual se hablaba de cómo afectaban las cosas a una generación diferente, que daba los últimos coletazos a una infancia social, inquieta y llena de retos en “tiempos de candores virginales y de goces de lo inmediato”.

Dusty Springsfield fue la representante blanca del soul. Una mujer adelantada a su tiempo que hablaba en sus canciones de  las dudas sobre la identidad o sobre la existencia; acerca de que no es necesario el amor para practicar el sexo, o de la hipocrecia moral en la conducta de hombres y mujeres y el cambio de las reglas como en “The Son of a Preacher Man”.

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Este es el momento de recorrer, en el recuerdo al menos, las canciones que como singles, como sencillos, hablaron, sobre el significado de las cosas. Fueron reflexiones acerca de asuntos tan caros como la libertad o la mirada personal hacia el mundo, hacia la vida de los otros que enarbolaban un ideal humano en aquel entonces, con toda la ira, la observación aguda o la ingenuidad optimista de las que eran capaces los jóvenes compositores.

The Young Rascals fue uno de los mejores grupos blancos de soul. Era la respuesta neoyorquina a los nuevos sonidos vocales surgidos en California. En el 68 el grupo avanzó hacia el rock progresivo y la filosofía psicodélica con álbumes como  Freedom Suite, del que salió el sencillo «People Got to Be Free», una dinámica y rítmica canción, que fue su respuesta a los asesinatos de Robert Kennedy y Martin Luther King.

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Pero también surgió por ahí la mirada serena y contemplativa de quienes ya lo habían vivido todo con la edad. Algunas de dichas canciones eran, pues, delicadas, especiales. Piezas que hacían soñar o que envolvían de luz el humor sombrío de un día oscuro.

Y que mejor ejemplo que el de Louis Armstrong, un personaje único e incomparable. Él, más que nadie, enseñó al mundo lo que significaba el swing y esa cualidad tan escurridiza llamada «presencia». Ésta quedó plasmada para siempre en una producción que entibia los corazones desde entonces. “What a Wonderful World” reconfirma siempre que nadie puede ser desdichado mientras lo escucha tocar o cantar.

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Ciertas canciones también iluminaron las miradas y lograron hacer pensar que los acontecimientos eran de verdad, frágiles o crudos, maravillosos o patéticos. Y lo hicieron derrochando las mismas experiencias intensas que ocurrían en las calles. Eran canciones que se encendían en el pensamiento y más aún en la ensoñación cuando se escuchaban.

Las piezas que James Brown creó e interpretó, además de  proporcionarle grandes triunfos y el reconocimiento como padrino del funk, resultaron temas que, además de exitosos, se transformaron al instante en himnos (por los derechos humanos) y, con el paso del tiempo, en clásicos inmortales como “Say It Loud, I’m Black and I’m Proud” (“Dílo fuerte, soy negro y estoy orgulloso”).

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Lo auténticamente asombroso es que, en medio de aquella vorágine de acontecimientos sociales, estas canciones se hayan mantenido tan frescas en el tiempo gracias al encandilamiento con reclamos eternos y universales. Son muestras de concientización. Solitarias, la mayoría, pero con el sabor de lo insospechable.

Tal es el caso del grupo sudafricano Four Jacks & A Jill, que puso en el lenguaje del folk-rock una historia, “Mr. Jack”, ligada a los aconteceres de su país con el apartheid. La carismática voz de Jill (Glenys Lynne) le proporcionó la dimensión de parábola solitaria. Una que hacía detenerse al tiempo cada vez que comenzaba su relato, propiciando sensaciones  indelebles, tras esas reflexiones que no pertenecen a alguien en específico sino a todos.

Estas piezas aparecieron para hacer aflorar una mirada capaz de ver más allá de lo consensuado. Su atingente lírica se convierte en una sorpresa  que se le depara a aquellos que han llegado a ella por casualidad o buscando otra cosa y que terminan haciéndose cómplices de su existencia.

Con un tema como “The Weigth”, The Band abrió un nuevo espacio para el conocimiento de lo que se han dado en llamar “los sentimientos”. No sólo románticos, sino existenciales, de estar en el mundo y frente a él, con sus absurdeces e incomprensión.; de la incapacidad para hacer que el bien llegue a buenos términos. El tema se convirtió en pieza de culto para la contracultura.

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Esos temas, a los que se ha denominado como singles o sencillos, contienen el espacio del placer estético escanciado en dos o tres minutos de duración. Y quizá también el placer de la palabra dentro de una poesía que incipientemente habla del hombre y de su relación con la naturaleza.

“Migthy Quinn”, una canción original de Bob Dylan, llegó a los grandes públicos a través de la versión del grupo Manfred Mann. La metáfora acerca de un esquimal que arriva para enseñar cómo involucrarse con los otros habitantes del planeta, es una fábula de clásico corte rockero que critica mientras divierte.

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El significado mayor de una canción se obtiene cuando ésta entra en la historia por sus méritos estéticos y sociales. Esa es la manera en que una pieza produce un significado y un valor agregado a la misma.

Tal es la circunstancia de “With a Little Help From My Friends”, una pieza de los Beatles cantada por Ringo Starr en clave de diálogo humorístico entre “un cantante” y su público. Pero que en la versión de Joe Cocker se dimensionó en varios niveles: en Woodstock, cuando la cantó por primera vez en público, el sentimiento de inseguridad, casi apocalíptico, así como el literal grito desgarrado solicitando ayuda, fue asumido por aquella nación de medio millón de escuchas.

A la postre, vía una serie de televisión (“Los años maravillosos”), el público era sedado por esta canción para asumir los sentimientos que un relato sobre los años sesenta le iría desgranando. Es una versión que lo contiene todo.

Las canciones aquí presentadas han conseguido su lugar en aquella historia con una presencia al principio discreta, pero que con el tiempo se ha vuelto indispensable para explicar toda una era, con la eterna frescura que conservan.

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