732. Ennio Morricone y la gran balacera
Ennio Morricone, el autor romano nacido en 1928 y fallecido ahí mismo el 6 de julio del 2020, fue posiblemente el compositor de temas instrumentales más popular desde la segunda mitad del siglo XX. Este joven ambicioso, salido del Conservatorio Nacional de Santa Cecilia, quizá vivió como una tragedia el hecho de que tuviera que abandonar –más bien aplazar— sus planes de crear cantatas, conciertos, sinfonías o música de cámara. Pero en él mandaban siempre las circunstancias.
Casado desde muy temprana edad tuvo que entrar a trabajar y lo mismo tocó la trompeta para combos de jazz que ambientó musicalmente programas de la radio italiana. El emergente cine italiano de los años sesenta resolvería finalmente sus problemas económicos. En él llegó a confeccionar cientos de soundtracks, sin ser selectivo. Lo mismo compuso para Pasolini y Bertolucci que para películas policiacas, documentales, comedias eróticas, dramas y por supuesto los famosos spaghetti westerns.
Sin embargo, su trabajo se expandió a multitud de géneros de composición, y al trabajo con diversos directores, que lo convirtieron en uno de los autores más versátiles de la historia del cine y también de los más influyentes. Sus partituras para Días de Gloria (de Terrence Malick), La misión (de Roland Joffé) o Cinema Paradiso (de Guiseppe Tornatore), están consideradas como auténticas obras maestras.
El trabajo de Morricone para Sergio Leone con los filmes Un puñado de dólares, Un puñado de dólares más y, sobre todo, con El bueno, el malo y el feo o Érase una vez en América, lo inmortalizó e hizo enormemente popular en todo el planeta. Desde entonces, fue inspiración para infinidad de grupos de rock (y de este género también utilizó diversos elementos en un intercambio cultural rico y placentero). La obra del italiano fagocitaba rock, jazz, músicas étnicas y hasta psicodelia al servicio de argumentos truculentos.
En él hubo los ecos del rock, del beat, del garage, del surf y de la psicodelia; acompañados de las guitarras características, así como de otros instrumentos como el Hammond al que dio un uso delirante. Por ejemplo, en la película L’Alibi, comedia italiana de 1969 dirigida por Adolfo Celi, el sonido del tema original se remite al órgano de Question Mark and The Mysterians.
En el thriller italiano Guardami negli occhi, dirigido por Mauro Severino, hay un tema completamente beatle que en su estructura recuerda al cuarteto de Liverpool. La cinta Il lungo silencio, de Margarethe von Trotta, se perciben los humos del krautrock y de la New wave.
En sentido inverso, dentro de la escena rockera hay muchas referencias al admirado compositor. Metallica, para abrir sus presentaciones en vivo emite las notas de “The Ecstasy of Gold” (extraído de El Bueno, el Malo y el Feo), tema del que hizo una versión en el disco tributo We All Love Ennio Morricone y la incluyó en su disco en vivo, S & M, con el acompañamiento de la Orquesta Sinfónica de San Francisco. Fue utilizada de manera semejante por New Order en si gira del 2013. Los Ramones, a su vez, iniciaban o cerraban sus conciertos con tal tema.
En el mencionado disco tributo también participó Bruce Springsteen con la evocación a Erase una vez en América, en la que participaron igualmente Quincy Jones y Roger Waters. Morrisey en su canción “Dear God Please Help Me” incorpora un arreglo de cuerdas de Morricone, y Thom Yorke de Radiohead ha dicho que su disco Kid A fue resultado de su obsesión por las bandas sonoras de Morricone.
Asimismo, The Mars Volta para iniciar algunos de sus conciertos, suele utilizar una secuencia de sonido de la película A fistful of dollars (Por un puñado de dólares). Faith No More, por su parte, lo llevó entero a sus escenarios. Y Quintin Tarantino, ese rockero honorario, la insertó en sus, hasta ahora mejores obras: Kill Bill y The Hateful Eight.
Sin Embargo, el pionero en el descubrimiento de la flexibilidad compositiva de Morricone fue John Zorn, el dinamitero saxofonista neoyorquino que para mostrarlo convocó a rockeros (Robert Quine, Vernon Ride), jazzistas experimentadores, DJ’s y artistas inclasificables como Diamanda Galás, para grabar The Big Gundown, modelo para mil discos hechos posteriormente.
John Zorn es un auténtico camaleón y plural por definición, divulgador ilustre de lo más profundo de la cultura subterránea y adalid del desprejuicio. Él ha asimilado con pasmosa naturalidad tanto la influencia de John Cage como de los soundtracks japoneses de películas de serie B.
Su música produce el efecto de agarrar un cuchillo por el filo o de escarbar en cristales rotos sin guantes, mientras que en otros momentos se muestra razonablemente compasivo con el oyente. Para él no hay reglas fijas; es un músico que busca el encontronazo, la gran balacera con las categorías de uso común.
Más que cualquier otro, parece marcar el punto de transición entre un periodo de gran virtuosismo técnico y una nueva síntesis artística que no pretende elevarse por encima de la cultura del desecho y reciclable, en la que todos los gustos son identificables (de ahí su filiación con Morricone).
Zorn nació en Nueva York en 1953 y se inició con el piano, instrumento que pronto cambió por la guitarra y la flauta. Su formación académica le permitió entrar de inmediato en el mundo de la composición rigurosa, y a los 14 años escribió su primera obra.
No obstante, la improvisación ya formaba parte sustancial de su primer disco First Recordings (de 1973) y acrecentó su importancia en las obras siguientes, reunidas en colosales proyectos como Parachute Years, Naked City, News For Lulu (y su extensión), Cobra o la riada de Masada.
Quizá algo hastiado del análisis sistemático de las partituras clásicas contemporáneas, el saxofonista se acercó a la contracultura a través de estudio serio de la música escrita por Carl Satlling y Scott Bradley para dibujos animados. De esta manera el rompecabezas del futuro mapa de Zorn empezaba a tomar forma, pero todavía faltaba la escucha atónita del también saxofonista Anthony Braxton, para completarlo.
De ahí a la colaboración con los músicos más avanzados de la escena neoyorquina sólo restaba un paso. Y Zorn lo dio con una decisión impetuosa. Podía escuchársele incrustado en una banda rockera de no wave, o haciendo free jazz con un sentimiento lúdico que suavizaba a la a menudo extrema crudeza de sus propuestas sónicas.
Le siguieron después los homenajes a músicos de tan diverso mundo sensible como Sonny Clark (pianista canónico del hard bop), Ornette Coleman (con el hipersalvaje disco Spy versus Spy) o a Ennio Morricone (con The Big Gundown, 1984-1985), ésta para muchos una de sus piezas maestras.
Una obra que es exégesis del método del cut-up. Este extraordinario proyecto tal vez sea el ejemplo más desarrollado de esta línea en su trabajo y quizá el más radical intento de reorganizar la improvisación sin imponerle estructuras.
Un álbum de trabajo conceptual denso y premonitorio, que lo incluyó todo, utilizando, también, con gran creatividad las tecnologías de estudio.
En él se reunió la provocación artística y la promesa creativa. Zorn tomó –por una parte– el mundo sonoro y su complejidad como ejemplos de música improvisada, y el carácter directo, el foco intenso, la amplificación eléctrica, el volumen alto y el ritmo con voz del rock, por otra. Su ideal era unir los mejores elementos de ambas disciplinas. Su esfuerzo se entrega, pues, a la búsqueda de la síntesis: la improvisación como parte de un todo sintético.