726. The Rolling Stones (Mejores álbumes – III)
Casi desde el principio de su integración como los Rolling Stones, Mick Jagger y Keith Richards habían empezado a escribir canciones, pero hasta mediados de los años sesenta su material cuando mucho servía para rellenar los álbumes.
Hasta la fecha se ha discutido si Jagger y Richards bloqueaban adrede a Brian Jones como compositor frente a su mánager Andrew Loog Oldham, o si éste simplemente no tenía nada qué ofrecer. Como sea, el hecho es que a partir de 1965 Mick y Keith no sólo empezaron de repente a producir éxitos sino un clásico tras otro.
El comienzo lo marcó en febrero de 1965 “The Last Time”, una melodía más bien sencilla inserta en una sucesión armónica común y por ello prototípica. Sin embargo, la grandeza de la canción no radica en eso sino en la capacidad de sus dos autores para expresar vagas sensaciones y atmósferas a través de textos memorables y riffs instrumentales distintivos.
Además, la producción brillante (del mismo Oldham) sabe recorrer con instinto seguro el estrecho camino entre resplandecientes colores sonoros y solidez rocanrolera. Igualmente, electrizantes son los dos sencillos que siguieron: “(I Can’t Get No) Satisfaction” y “Get Off of My Cloud”. El primero un título realmente grandioso con el que los Stones por fin se pusieron al mismo nivel de los liverpoolianos Beatles. También fueron interesantes los lados B de ambos sencillos. “Play with Fire”, por ejemplo, celebró por primera vez el lado sombrío y decadente del cosmos stoniano.
Es la madrugada en la habitación de un hotel en Clearwater, Florida. Hay un tipo ahí que rasguea a través de la noche la progresión de un riff entre los dedos. Se siente un poco cansado. No en balde lleva más de 50 ciudades recorridas en lo que va del año con el mismo número de conciertos. De cualquier modo, está a gusto, recostado en uno de los sillones con los pies sobre una mesa de centro. Una botella de Jack Daniels semivacía, un paquete de cigarros y un cenicero se encuentran al lado de sus botas.
Frente a él una mujer recostada boca abajo, con una sábana de seda maravillosamente blanca que le cubre sólo parte del cuerpo. Sus ojos están cerrados, pero él recuerda que son grandes, verdes y almendrados. En uno de los muslos destaca una inicial tatuada. Su piel es clara y de una carnalidad sugerente. «A algunas mujeres no las amamos como deberíamos. No tenemos el tiempo suficiente». Es un pensamiento peregrino en el ínter del silencio sin acordes. Como viene se va.
Cierra los ojos, recuesta la cabeza en el sillón y continúa con su rasgueo. Está consciente que de gira es cuando puede componer mejor. Inmerso en la música de manera plena, total. Termina un show, se consigue algo de comer, whisky, cervezas, una mujer, y se mete a su cuarto completamente revolucionado para dar paso a lo que venga.
Hay un aprendizaje en todo ello. Ver, oír, pensar, sentir, no sentir y tocar. El pozo de la inspiración. Nadie sabe de qué está hecho. Pero ésa es la única manera de encontrar la verdad. Descubrirla al tocar, enamorándose de ella al sentirla como ahora en la punta de los dedos al rasguear las cuerdas.
El acto de la composición asume a veces para él una diáfana sencillez: tomar unas notas e introducirlas en el instrumento, darle vuelta a la manivela y la canción sale por el otro lado como de la chistera de un mago. Pero también hay otras formas y se convierte en trozos de piel, músculos y huesos que debe arrancarse dolorosamente, por las noches, sobre todo. Un largo camino nocturno en persecución de un impulso. Está consciente.
Como también lo está del origen de la música que interpretan él y sus compañeros. Los más lúcidos en cuanto a dar pruebas del partido que se puede sacar a una determinada forma de bluesear, se han impuesto el principio negroamericano del sonido colectivo, y son los representantes máximos de esa corriente a la que le regalaron un alma nueva, gracias a un real esfuerzo de asimilación y estudio en su natal Albión.
Lo que no sabe es que lo que ahora compone establecerá las distancias con sus orígenes musicales y les proporcionará una personalidad auténtica, única, trascendente y fundamental.
El riff que ahora se le ocurre, como brisa evocadora del futuro, trae la comprensión de que el hecho de tocar implica también un objetivo social. El tema ya no trata del amor, lo que comienza a sonar en la guitarra tiene la convicción de que hay cosas que necesitan ser dichas, en términos definitivos, contundentes, de una manera que hablen por uno, pero al mismo tiempo por todos; por el momento y su circunstancia.
A la mañana siguiente, cuando Keith muestra a la orilla de la alberca el resultado de su desvelo en una grabadora portátil a Mick, su colega y mancuerna en las composiciones, agrega una frase ojerosa como explicación: «I Can’t get no Satisfaction».
El tema que se dará a conocer al mundo el 10 de julio de 1965 se convertirá en una auténtica síntesis de la era desde la perspectiva del rock, y su estribillo en un slogan del ser social ante su entorno.
A pesar de que aún habrían de pasar muchos meses para que apareciera un disco escrito completamente por Jagger y Richards, Out of Our Heads de 1965 (con siete tracks propios y cinco versionados) irradia una importancia trascendental, ya que contiene un par de los temas más destacados en el acontecer del grupo, “The Last Time” y, por supuesto, “(I Can’t Get No) Satisfaction” (con su riff impactante y definitivamente rocanrolero). Ambos ya unos clásicos.
Sin embargo, el álbum contiene otras dos canciones de su autoría: la balada de rock barroco “Play with Fire” y un blues sólido y desacostumbradamente largo (para poder ser radiado), “The Spider and the Fly”. Ateniéndose exclusivamente a esos cuatro temas, el disco ya cobra mucha significancia y entra a formar parte del canon rocanrolero, indudablemente.
No obstante, también contiene algunos cóvers, que el tiempo les ha otorgado el galardón de auténticas versiones que se sostienen por sí mismas frente a los originales, por ejemplo, del soul hicieron excelentes realizaciones de “Mercy, Mercy” (de Don Covay), “Hitch Hike” (de Marvin Gaye), “Cry to Me” y “That’s How Strong My Love Is” (ambos de Otis Redding) y “Good Times” (de Sam Cooke).
Hay que anotar además dos codas en relación a esta obra: la primera, que fue el tercer álbum de estudio del grupo en Inglaterra y el cuarto en la Unión Americana (¿por qué?, sólo el diablo financiero lo sabe). Fue publicado en 1965 a través de sus distribuidores originales, Decca Records y London Records respectivamente, pero con diferencias notables en ambos territorios.
La publicación británica de Out of Our Heads – con una portada distinta – contenía canciones que se incluirían después en el álbum americano December’s Children (And Everybody’s), y otras canciones que no habían sido editadas en el Reino Unido hasta ese momento (como “Heart of Stone”) en vez de una canción en vivo ya publicada en Reino Unido y los singles recientes (los sencillos rara vez aparecían en álbumes británicos en aquellos años).
Y la segunda cuestión, con respecto a los dos tracks más importantes de Out of Our Heads: “The Last Time” que se convirtió en su primer éxito mundial, gracias a su cadencia hipnótica, así como por su intensidad interpretativa; y “Satisfaction”, por su parte, la cual se erigió en su consagración y llevó a los Rolling Stones a ser considerados desde entonces como uno de los grupos más importantes del planeta a mediados de los años sesenta (lugar que ya no abandonarían jamás y los inscribiría en uno de los nichos mayores de la historia del rock).