725. Hot Jazz: El sonido de Nueva Orleans
Nueva Orleans o Crescent City (la ciudad de la luna creciente), como se le conoció familiarmente dada su forma, fue uno de los centros urbanitas más importantes de América del Norte. Su pasado indígena, su posterior colonización francesa (a la que debió su fundación en 1718 y la cual le dio su nombre, debido al Duque de Orleáns, su primer Regente) y española y finalmente la anexión de Louisiana (estado al que pertenece) a la Unión Americana, le proporcionaron una riqueza cultural impresionante.
Desde el comienzo —y desarrollo— de la música estadounidense, Nueva Orleans desempeñó una parte importante en su evolución, prácticamente todas las expresiones populares en este sentido tuvieron ahí su acuñación y marca postrera: ragtime, blues, dixieland, jazz, rhythm and blues, rock, soul…
Dicha metrópolis fue el puerto más grande e importante de aquel país, desde su fundación (en los últimos años recibía en promedio cinco mil embarcaciones de todo el mundo). Fue una ciudad en la que gente de diferentes ascendencias étnicas (nativos norteamericanos, franceses, españoles, alemanes, irlandeses, italianos, caribeños, latinoamericanos, además de la población de origen africano tanto esclava como liberta) se reunió y vivió con un patrón cultural muy diferente.
Las costumbres eran por demás relajadas, con una tolerancia y permisividades muy tendentes a los placeres mundanos (la prostitución era una actividad legal, lo mismo que el juego y no hubo restricciones etílicas hasta la llegada de la Ley Seca y que continuó sin ellas luego de su abolición, con 24 horas al día como premio).
En el principio fue la cerveza casera y el whisky destilado en algún paraje cercano a los campos de algodón. Era whisky hecho de maíz, sobre todo. Los bluesmen lo consumían en las tabernas del camino. Lo llevaban consigo y lo hicieron su compañero de viaje, junto a la guitarra, rumbo a Nueva Orleans. Esta ciudad se convirtió en un crisol multicultural y etílico. Surgió el jazz, lo mismo que el gusto por el ron, la cachaça, el oporto, el aguardiente de arroz y el vino corriente y fino, entre otros licores.
El barrio de Storyville de aquella ciudad portuaria sirvió para apagar la sed de músicos como Buddy Bolden, Louis Armstrong, Jelly Roll Morton, Joe “King” Oliver, Kid Ory. La música de jazz lo recorría todo: bares, tabernas, restaurantes, burdeles, la calle (con sus marchas y funerales) y las aguas del río Mississippi, en barcos que eran salones de baile flotantes. Nueva Orleans era una fiesta escanciada con diversos líquidos espirituosos.
El jazz fluyó tanto como el río y el alcohol. Tanto así que apareció como factor de intercambio de varios folklores, en el canto, el baile, manifestaciones callejeras, el sonido grabado, el teatro, el cine, la industria cultural. Sin embargo, las fuerzas vivas de la Unión Americana pusieron el grito en el cielo y llegó la época de la Prohibición, la Ley Seca.
No obstante, el jazz floreció de manera subterránea en los speakeasies, rociado por cerveza, whisky, ginebra, ron de contrabando introducido por Canadá; por champaña hecha en tinas y alambiques clandestinos. Aparecieron los gángsters para administrarlo todo. La literatura dio cuenta de los locos años veinte: la era del jazz.
Para mediados de los años treinta la Prohibición es abrogada y el jazz sale de los bajos fondos. Coleman Hawkins, Lester Young, Bix Beiderbecke son héroes fatales de tanta música, de tanto alcohol, de tanto sentimiento. El argumento de estos jazzmen sedientos fue afirmar la capacidad para entregar y recibir música, en el entendido de que ésta es una experiencia compartida. El whisky escocés, el bourbon, el hecho de maple (incluso) son prendas del ajuar del músico.
Un crisol único, pues, que produjo una sonoridad propia, cuyo resultado se tradujo en diversos estilos musicales, con lugares y personajes definitivos al frente y con la negritud omnipresente.
De los 16 distritos históricos en que estaba dividida, el French Quarter —Vieux Carré o Barrio Francés— fue el más importante en este sentido y Storyville su centro fundamental hasta 1917, en plena Primera Guerra Mundial, cuando fue clausurado por el Departamento de Marina “porque su vida disipada podía perjudicar la moral de los soldados y marinos”.
El primer gran fruto musical de la localidad fue el ragtime bajo la firma de Scott Joplin (la tradición pianística europea del siglo XIX mezclada con la inspiración y la rítmica cruzada africana). De ahí partieron los minstrel-shows (teatro de variedades para públicos negros campiranos) y se consolidó la influencia de las work-songs (canciones de trabajo) y los cantos folclóricos y tradicionales de intérpretes trashumantes que dieron origen al blues del Delta.
De sus calles de clima semitropical brotó también el dixieland (marchas combinadas con blues), las batallas de bandas musicales, la genialidad de Jelly Roll Morton que sirvió de puente entre el ragtime y la tradición de las marchin’ bands (con su exaltación de lo funerario o festivo), el zydeco y el cajun (sonidos blancos de trazos, colores y tonos con reminiscencias europeas y el acordeón como instrumento principal), el cake walk (expresión de las orquestas negras con toda la energía africana), el gospel (canto religioso) debidamente datado y compuesto, los carnavales en su máxima expresión como el Mardi Gras.
La música es el vital sonido de Nueva Orleans, un elemento significativo en la cultura del país del Norte. Es el sonido descrito por Dr. John como el resultado de «una batería fuerte, un bajo pesado, un piano ligero, una guitarra pesada, metales ligeros y una fuerte línea vocal».
En el aspecto rítmico, el sonido de Nueva Orleans se remite al beat que se desarrolla con ocasión de los desfiles de Mardi Gras y de las famosas procesiones fúnebres, la llamada «second line». Uno de los pioneros fue el pianista y cantante Professor Longhair, quien fundió en un estilo propio el boogie-woogie, ritmos latinoamericanos, «second line» y elementos jazzísticos. Sus grabaciones más conocidas: «Tipitina», «Got to the Mardi Gras» e «In the Night».
De sus casas de citas y ambiente burdelero, pues, partió el jazz, género que emprendería desde ahí una de las mayores y más enriquecedoras travesías que haya registrado la cultura, viajando por el río Mississippi hasta el norte estadounidense y al mundo en pleno con todos los derivados que de él se conocen actualmente, con sus aportaciones al lenguaje y al arte en general, con sus mitos y nombres legendarios.
Comenzando por el arquetípico Buddy Bolden, el ya mencionado Jelly Roll Morton, Joseph “King” Oliver, Johnny Dodds, el único y trascendente Louis Armstrong (a quien se debe haber sacado al género del gueto del prostíbulo e instalado en las salas de concierto del planeta entero; al virtuosismo instrumental, a la legitimación del swing, el beat y la improvisación, a la valoración de los arreglos, a la escritura de un nuevo vocabulario, a la creación del papel solista en los grupos, entre otras cosas).
Estos hombres llevaron al jazz, una vez clausurado Storyville, rumbo a tierras ignotas, llevando tras de sí una cauda infinita de sonoridades (al igual que el blues). Este big bang contenía nombres y universos varios cuya estela se extiende hasta nuestros días y mantiene abiertas las puertas del futuro: la Original Dixieland Jazz Band (agrupación a la que le tocó la distinción de grabar el jazz por primera vez), Fletcher Henderson, Sidnet Bechet, Duke Ellington (el más importante compositor estadounidense), Al Hirt, Professor Longhair, Mahalia Jackson (la encarnación del gospel), Louis Prima, la Dirty Dozen Brass Band, Allen Toussaint, Fats Domino (padrino del rhythm and blues y el rock), Terence Blanchard, Harry Connick Jr. Dr. John, , la familia Marsalis, los Neville Brothers, , etcétera, etcétera).