712. “Hey Hey, My My” (El Manifiesto Youngiano)
Las fotografías de las portadas de los mejores discos de rock pueden ser las más literarias de tal arte gráfico y sonoro. Detrás de cada imagen hay una historia que contar, al ser conscientes de la ambigüedad que acompaña a cada una de ellas, y sabedores que la narración viene a complementar la poeticidad del álbum. Una herramienta decisiva dirigida a intensificar las posibilidades y la relación que existe entre la palabra y la imagen.
Tal convergencia es un lugar donde el escucha puede entrar tanto imaginaria como informadamente ahí donde las palabras y las imágenes se hablan entre sí, para organizar un hecho sonoro. Son las aperturas a las que todo artista y seguidor del género debe aspirar. Es el caso del álbum Rust Never Sleeps, de Neil Young y Crazy Horse, una obra clásica a la que el tiempo le ha dado legitimidad y relevancia, por lo testimoniado: una reunión, una canción emblemática y un manifiesto estético, con todas sus consecuencias.
(La foto que se utilizó en la portada fue tomada por Pegi Young quien en ese momento era esposa del rockero, mientras éste junto al grupo Crazy Hose tocaba «Hey Hey, My My (Into The Black)» en el escenario, en medio de escenografías expresionistas y amplificadores gigantescos como testigos de tal hecho.)
A pesar del tiempo que ha pasado desde su primer encuentro (1969), la música de Neil Young y Crazy Horse no ha envejecido (son auténticos animales del rock). El escucha, cuando los oye, se ve seducido por el explosivo tejido sonoro de las guitarras del propio Young y de Frank «Poncho» Sampedro; vibra con el bajo saturado de Billy Talbot y marca el compás junto con la pesada batería de Ralph Molina.
Los cuatro músicos congeniales se han reunido una y otra vez a lo largo de los años en una interminable y trascendental “road movie” en la que han mantenido la actitud rockera, aullado, vociferado, ardido cada vez, pero también aprendido a mantenerse con vida.
“Nunca he renunciado a dejarme dirigir por mi música”, ha dicho Young. “No soy el que la maneja, sino que es ella la que me guía. Soy como un perro callejero que capta los olores y va siguiendo una pista, un poco al azar. Es mi propia forma de mantenerme lo más apegado posible a la esencia misma de ella, siguiendo mis propios ciclos”.
Lo ha dicho como una forma de explicarse a sí mismo y a los demás. Es el rock escanciado en la más alta escuela. En ello hay secretos y misterios, la mística de la poesía simbolizada en las letras de sus canciones, en el uso del instrumento con alma de madera (cuando es acústico y solista) o con el espíritu desencadenando todo su poder (cuando es eléctrico junto a Crazy Horse). Ambas fuerzas de la dualidad a las cuales debe su existencia.
Con esas bases, Neil Young se puso de nuevo en el camino al final de la década de los setenta. Se trepó al camión con los miembros de Crazy Horse y salió de gira. Durante ella se elogió su guitarra atormentada y al rocanrolero que vivía dentro de él. La gira «Rust Never Sleeps», con su country digno (nunca espesado para ser comercial) y rock sobresaturado, confirmó una directriz que el cantautor no abandonaría de ahí en adelante, en un solo concierto. Con discos que a la postre se encerrarían en su propio estilo, abrevarían de él, lo desarmarían y volverían a edificar.
Rust Never Sleeps (1979, título inspirado en un tema del grupo Devo) fue un álbum de homenaje a la década que finalizaba (que incluyó temas en vivo grabados durante la gira y al final con la película correspondiente). Contenía un tributo a Johnny Rotten en la pieza acústica “My My, Hey Hey (Out of the Blue)” y su espejo eléctrico “Hey Hey, My My, (Into the Black)”, en general una de las propuestas éticas del decálogo rocanrolero: “Es mejor arder que apagarse lentamente”. La frase que trascendería. Sobre esa esencia habla la canción en sus dos modalidades:
Hey Hey, My My
El rock and roll nunca morirá
Hay más en la foto
de lo que se ve a simple vista
Hey Hey, My My
De improviso y dentro de la oscuridad
tú pagas por esto, y ellos te dan eso
Una vez que te hayas ido
no podrás volver cuando estés fuera
de repente y dentro de la oscuridad
El rey se ha ido, pero no ha sido olvidado
¿Es esta la historia de Johnny Rotten?
Es mejor arder que apagarse lentamente
El rey se ha ido, pero no ha sido olvidado
Hey Hey, My My
En ella lo que quiso decir Young es que el espíritu del rock and roll no es de sobrevivencia –aunque desde luego, quienes lo interpretan deben sobrevivir como personas–. Para el músico, la esencia de dicho espíritu radica en que es mejor arder (como un fulgor deslumbrante en el momento de presentarse), que consumirse lentamente hacia el infinito o la nada (“It’s better to burn out than to fade away”).
El género no busca ir pausadamente hacia el infinito. El rock and roll existe aquí y ahora en el escenario, es lo que sucede en ese instante. No hay disyuntiva posible y menos la de esperar tranquilamente el concierto de mañana. Eso es lo que cada uno de sus intérpretes debe responder a la hora de actuar.
A lo largo de su carrera Young ha sabido resistirse al embrujo de su propia leyenda. Por lo tanto, sus cambios estilísticos continuos suelen sorprender a público y comentaristas. Es por eso que ha declarado lo siguiente: “Prefiero cambiar y perder a muchas personas en el proceso que seguir por la eternidad con lo mismo”.
Cuando apareció el tema del cuarteto por entonces, había hecho explosión el punk y «God Save the Queen» era el himno de una generación, mientras Elvis Presley moría. Pero también, en otro campo, surgía el concepto que contenía una frase semejante al de la canción del semiólogo y filósofo Roland Barthes:
“El mundo somete toda empresa a una alternativa: la del éxito o el fracaso, la de la victoria o la derrota. Protesto desde otra lógica: ‘triunfar’ o ‘fracasar’ no tienen para mí más que sentidos contingentes, pasajeros; lo que me anima sorda y obstinadamente, no es táctico: acepto y afirmo, desde fuera de lo exitoso y de lo fracasado; estoy exento de toda finalidad, vivo de acuerdo con el azar (lo prueba que las figuras de mi discurso me vienen como golpes de dados). Enfrentado a la aventura (lo que me ocurre), no salgo vencedor ni vencido. Eso no es viable. Pero ¿cómo evaluar la viabilidad? ¿Por qué lo que es viable es un Bien? ¿Por qué durar es mejor que arder?”
En el caso del rock, hubo un personaje que ardió hasta consumirse siguiendo la premisa youngiana, inmerso en uno de los crueles y devastadores estigmas del género que muchos han vivido. La canción que la contenía adquirió una trágica fama cuando Kurt Cobain (el más destacado personaje de la escena grunge) se suicidó, dejando en su último mensaje esa línea extraída del mencionado tema: «It’s better to burn out than to fade away».
Young, uno de los iconos más grandes de la música, demuestra siempre sobre el escenario que es un portador mayor y vivo de la llama del rock‘n’roll, ese sonido que catapultó el nacimiento de una cultura que llega hasta nuestros días y todavía hace concebir a toda legión de seguidores que la vida pasa por el contenido de una canción. Esa pureza y ese desafío se muestran en su música, que guarda siempre una especie de entrega física y espiritual, como una lucha interna por mantener siempre viva tal flama.
Es la filosofía Neil Young, y la ha mantenido a lo largo de los años de manera inquebrantable. Seguramente esta forma de concebir la música, como la existencia (al igual que lo pensaba Barthes), sea una locura para todos aquellos que tienen miedo al fracaso. En unas declaraciones Young dijo lo siguiente sobre la necesidad de fracasar: “Así como de lo que se trata es de mantener viva la flama, la otra cosa que hay que hacer es estar dispuesto a abrazar, aceptar y realmente acoger en la vida con los brazos abiertos y una visión muy, muy amplia, al fracaso. Hay que ser capaz de asegurarse de darle siempre la bienvenida al fracaso. Decir siempre: Fracaso, encantado de conocerte, bienvenido. Porque así ya no tendré ningún temor”.
Neil Young ha aplicado todo ello en el terreno del rock (en su ser y estar en él), y aquella canción y aquel estribillo famoso lo han confirmado una y otra vez con todas sus consecuencias.