684. Cibelle/Remake: La bella y la máquina

Por Sergio Monsalvo C.

Los espíritus vanguardistas proporcionan una paleta polifacética o multidisciplinar que ilumina caminos y descubre vías. Entre estos últimos se encuentra Cibelle, una propuesta destacada de la diáspora brasileña. Dicho éter ha extendido por el mundo su gran manto a través de la música, la cual al mezclarse con otros irradiadores culturales, como el house de Londres por ejemplo, da paso a transformaciones de la misma para ubicarse, como ahora, en la hipermodernidad (la estética por antonomasia de las primeras décadas del siglo XXI).

Cibelle es una mujer de hipnotizantes rítmicas y sibilinos matices electrónicos que se ha formado viviendo muchas experiencias diferentes, desde los estudios en un Conservatorio muy serio hasta en la participación en grupos folclóricos o actuaciones en clubes underground; lo ha hecho al viajar mucho por el mundo. Esa ha sido su mayor escuela.

Todo la ha inspirado, tanto para seguir una corriente o para hacer justo lo contrario. Con Suba, por ejemplo, trabajó una bossa nova con nuevas texturas, pero después de ello no volvió a hacerlo más en esa dirección y sí en el camino electrónico.

En ella, esta última impronta ha ocupado la preponderancia de sus propuestas (neo folk, jazz&bossa, microbeats, vocal FX y distopic sci-fi), aunadas al performance, al teatro y a la poesía, mientras que su instrumentación tecnológica obvia la tradicional brasileña, sin perder por eso el elemento de su esencia identitaria.

Como videoasta, que también lo es, utiliza en sus presentaciones alguna nueva herramienta, como el Ableton live 6, y el escenario semeja un gran plato de spaguetti debido a que aparecen en él muchos cables que sirven a su vez de decorado, entre otras cosas. Entre sus influencias notorias y confesadas en este sentido están John Isaacs, Man Ray, Fernand Leger, entre los más destacados.

Todas estas referencias tienen su lugar a la hora de escucharla en un disco o al verla actuar en vivo. Los dos momentos son buenos pero tan diferentes como sus sensaciones. En el estudio, de donde salen sus álbumes, hace muchas jam sessions grabadas que se transforman en las músicas del disco. Se sienten excitantes. Las trabaja como si fuera una niña haciendo pinturas con los dedos en el 80% del tiempo. El otro 20% es el trabajo de sonorizar la escultura y su pulimento. En vivo ella convierte de nuevo dicha escultura sonora en pintura para los dedos.

Cibelle es, pues, una ejemplar representante de la panglobalización de tintes paulistas con un pie en el avant-garde. Con todo eso se comprueba aquello de que la electrónica no es el producto de las máquinas sino de los seres humanos que aman las máquinas como instrumentos para la construcción de lenguajes significativos.

Cibelle es el nombre sintetizado con el que se conoce a Cibelle Cavelli Bastos, una compositora, poeta y cantante brasileña, nacida en Sao Paulo en 1978, que se dio a conocer a finales de los años 90. Desde los cinco años de edad empezó a tomar  clases de guitarra, luego lo hizo con el piano y la percusión.

Fue descubierta a los 14 años por un cazatalentos y participó en varios anuncios como modelo, conejita de Playboy y hasta en el cine. No obstante, pronto supo que su verdadera pasión era cantar, así que probó suerte en las jam sessions de su ciudad.

Ahí el productor yugoslavo Suba (avecindado en Brasil) se fijó en ella y la invitó a participar en el álbum que estaba preparando. Dicho disco resultó ser Sao Paolo Confessions (de 1999), una obra clásica de la electrónica con la que la vocalista se dio a conocer internacionalmente con su voz dulce y delicada.

Tras la aparatosa muerte de Suba durante un incendio, la cantante participó en el álbum Tributo, dedicado a él. Fue cuando decidió lanzarse como solista.

Desde entonces ha publicado cuatro discos (cuatro EP’s y diversas colaboraciones): el prometedor debut Cibelle (2003, álbum que cuenta con colaboración de Apollo Nove en los controles), The Shine of the Electric Dried Flowers (2006, producido por el mismo Nove y Mike Lindsay), Las Vênus Resort Palace Hotel (2010, trabajado con el afamado realizador Damian Taylor) y Unbinding (2013). En todos ellos alterna los idiomas inglés y portugués.

Como escritora de poesía, que luego es trasladada a las canciones, define así su obra: una interrelación o mezcla entre imagen poética del realismo fantástico y la poesía musical del subterráneo electrónico emergente.

En el primero de sus discos, Cibelle, se inscribió en la corriente MPB, o (Música popular brasileña. Un género musical, apreciado principalmente por la clase media urbana de Brasil, que surgió a partir de mediados de los años sesenta, con una segunda generación de la bossa nova que incorporó elementos de procedencias varias como el rock, la samba y el pop y a la postre la mezcla de la música latina influenciada por el reggae).

Y en ese primer trabajo lo hizo con un marcado énfasis en lo brasileño, pero luego de su aparición decidió alterar la fórmula y optar por lo electro y para ello se mudó hacia Londres, la capital de los nuevos beats.

El resultado de la emigración fue The Shine of the Electric Dried Flowers el segundo de ellos, que ha sido comparado con trabajos tan elaborados y poéticos como Vespertine de Björk (su evidente influencia estilística) o Cripple Crow de Devendra Banhart (con el cual canta a dúo el tema “London, London”), por sus paisajes sonoros y eclecticismo.

En Las Vênus Resort Palace Hotel, el tercer disco, su propuesta ha evolucionado hacia el concepto con un estilo tropical ciber-punk post Ziggy Stardust, que habla de la madurez artística de Cibelle, quien se presenta con un alter ego –Sonja Khalecallon— y un proyecto más complejo, retrofuturista y distópico (con algún tema del compositor pionero de la música electrónica Raymond Scott).

En este álbum conceptual, el mundo se ha acabado. Ha explotado y sólo queda este trozo de roca flotando en el espacio. En la roca hay una selva y un océano que gotea hacia ninguna parte. En la playa queda un decadente resort con un bar que es el refugio de lo que queda del planeta, sus habitantes: hula girls, mujeres amazonas, indios, turistas hawaianos, cowboys, fugitivos diversos, fans del cybertrance, travestis, viejos intérpretes de la chanson francesa y perdidos extras sacados de una vieja película de Indiana Jones.

En Las Vênus Resort Palace Hotel todo el mundo está un poco sucio, sudoroso y razonablemente ebrio. Los pájaros son de color neón y mutantes, pero están a salvo. Es el último lugar del universo que ha sobrevivido a la destrucción, y está de fiesta: la  del fin del mundo.

El disco es la banda sonora de la vida en un cabaret postnuclear: un grado superior en la experimentación de esta bella trenzada con las máquinas.

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