650. Pascal Comelade: Sonorizador hipermoderno
Hay unos acordes en la música que son declaraciones claras y sencillas por parte de la personalidad, del poder, de la sensibilidad finalmente, de un grupo o de un músico de forma única. Son acordes luminosos e intensos que procuran la absoluta sensación de plenitud a quien las emite y en quien las escucha (al mismo tiempo); sensación que ocupa por entero la atención de quien se encuentra con ella.
Da la impresión, o la percepción sensorial, de que tal experiencia colma por completo y da sentido a la propia existencia de la pieza, que no canción. Uno de los constructores de todo ello se llama Pascal Comelade, y es un ejemplo del sutilizador sonoro hipermoderno.
Comelade nació en Montpellier, Francia, en 1955, como hijo de un psiquiatra y una difusora culinaria. Con la radio conoció la música siendo niño y como adolescente descubrió el rock and roll como la sonoridad para sí. Sus padres le regalaron entonces el disco Electric Ladyland, de Jimi Hendrix, su primer LP.
Pascal acostumbraba oír a los Beatles, la Ola Inglesa, el Hit Parade del pop y la chançon francesa que gustaba a sus padres, de pronto se le apareció Hendrix y entonces su relación con la música se volvió obsesiva y diversa, todo cabía en su hambre por asimilarlo, todo. Ha dicho en entrevistas, que para él la música es una gran ensalada combinada, donde cada ingrediente tiene su valor, pero el rock es la base de todo ello. “Con el rock encontré en esa mezcla, una multiplicación del caos y de la información”. Empezó a estudiar música por su cuenta, se volvió compositor y multiinstrumentista.
De esta manera el rock progresivo, que solía escuchar en una estación pirata, lo condujo a componer y a realizar sus primeras grabaciones (Fluence, Séquences Paiennes y Vertical Pianos) a mediados de los años setenta, inspiradas en la música repetitiva y electrónica: fueron variaciones personales y adaptadas a la música regional de su Montpellier nativo sobre los postulados de La Monte Young, Philip Glass, Steve Reich, Moondog y Harry Partch. (A partir de entonces Comelade ha grabado decenas y decenas de discos de la más variada índole, así como colaboraciones y soundtracks, en una inabarcable discografía)
Sin embargo, el r&r volvió a llamarlo cuando escuchó al prepunk de The New York Dolls y luego al punk neoyorquino de los Ramones y Suicide. “Al escucharlos me di cuenta de que a través del rock and roll puedes conducir tu discurso por muy vanguardista y experimental que sea, es el vehículo perfecto; en el mundo del jazz, la clásica o la chançon es imposible. El rock es el único lugar donde cualquier práctica puede funcionar. Para mí, es la única aventura humana a partir del siglo XX. El rock es la última aventura de verdad. No es una utopía o una revolución, sino una aventura”, dijo en aquella época.
Desde entonces, ha grabado en su infinidad de discos muy originales versiones (él las llama “trasmutaciones”) de temas clásicos de Vince Taylor, The Rolling Stones, Bob Dylan, MC5, The Kinks, Deep Purple o Creedence Clearwater Revival. Y ha colaborado con infinidad de músicos, entre los que se encuentran: Robert Wyatt (ex Soft Machine), Jean-Hervé Peron (Faust), Jaki Liebezeit (Can), Lee Renaldo (Sonic Youth), David Cunningham (Flying Lizards), PJ Harvey y The Residents, por mencionar algunos.
Comelade es un músico poliédrico, sin definición precisa, difícil de clasificar en un apartado genérico (¿rockero ultra, minimalista expandido, innovador insolente?), y haría mal quien lo hiciera. Hace música de vanguardia sin olvidarse de las raíces (tradicionales, electrónicas y rockeras). Incluso fundó en 1983, junto a Cathy Claret y Pierre Bastien, la Bel Canto Orquestra, para argumentar también su diversidad.
El suyo es un discurso reconstruido en cada nueva entrega, con añoranza minimal bien acompañada de pinceladas de humor dadaísta o patafísico; es excéntrico en oposición, su actitud consuetudinaria, que recurre lo mismo al experimentalismo que al folklor y al rock, al unísono.
Sus piezas son breves en general, y por lo regular instrumentales. “He invitado a cantantes en ocasiones, pero fundamentalmente son colecciones de música instrumental. Nada más. Si hubiera querido hacer canciones, me hubiera interesado más por su construcción, que es otro mundo, otra historia. Una canción no es un instrumental con voz añadida. No. Es algo más complicado. A mí me interesa lo desligado, el collage, encontrar mi propio lenguaje, despojarlo de todo y hacerlo mío”, ha explicado.
Otra de sus características musicales es el uso de juguetes e instrumentos singulares en sus temas (este artista es coleccionista de juguetes antiguos y de instrumentos raros, peculiaridad sonora que ha sido imitada por agrupaciones como CocoRosie, por ejemplo), herramientas de las que echa mano generalmente, y cuya integración a su obra fue inspirada por la pieza Music for Amplified Toy Pianos, de John Cage.
En este 2022, Comelade acaba de publicar el disco titulado Le non-sens du rhytme (el primero realizado tras su retiro voluntario de las giras hace tres años). Ahí, el músico alterna intuitivamente vanguardia y tradición en dos tiempos de una misma corriente (mostrando su comprensión acerca de la era en que le ha tocado vivir), así como folklor y desacato creativo. El resultado está compuesto de una aleación de “exhalaciones metronómicas, recitados en francés, tonadas esotéricas, muzak escapista, voces de ultratumba y ultralocalismo cósmico”, según los parámetros entendidos.
En la base de todo ello se hallan históricos riffs rockeros. En su estética la repetición de la frase tiene diversas finalidades, tantas como efectos emocionales se busque despertar. En el caso de Comelade el primer objetivo es la fijación musical única y el propósito de la originalidad. Objetivo y propósito provocan entonces múltiples efectos en la mente del escucha.
Su evocación abrirá un horizonte sin fronteras para la selección de las secuelas emotivas: éstas podrán tener la finalidad de reconfortar, apoyar, impulsar, conectar, enfatizar, hacer gozoso o dramatizar, el estado anímico del receptor, según el momento y la oportunidad.
Todas las posibilidades en el uso de tal herramienta tornarán al riff en un enérgico núcleo de poder. La respuesta inmediata a su emisión le proporciona al músico la varita mágica, para convertirse en ese preciso instante en un aprendiz de brujo.
Las creaciones, gozosas o dramáticas (de “Choni bi gutt” –parafraseando lúdicamente el título de Chuck Berry— a “Nothing but U”; de “Apparition du visage de Bela Lugosi” a “Musique hypertrophique des remontoires”), su desarrollo, su puesta en escena, contienen un relato musical detrás suyo. Como una forma narrativa de incrementar la mitología del género que es, a fin de cuentas, su historia (el protagonismo de la guitarra eléctrica es notable).
En la sonoridad hipermoderna del músico francés está ensamblado el paisaje sonoro de la fragmentación, con el que se construye nuestra realidad global en la actualidad, en diálogo permanente con el pasado. Se le puede definir como la exposición simultánea a la multiplicidad de cosas en concordancia con la aceleración y la retrospectiva del tiempo en plena era digital.
En el aspecto musical dicha sonoridad está considerada como el paso siguiente de la world music (proyección al exterior de tradiciones y folklor locales como productos excéntricos, calificados como portadores del “sentido de la diferencia”) y del world beat (proyección al interior de los mismos productos con capas aleatorias de diversas corrientes electrónicas, como el dance floor o el avant-garde, por ejemplo).
Es una música, que se ha armado, deconstruido y vuelto a construir, capaz de sacar al escucha de sí mismo (de la familiaridad sonora) y conducirlo a dimensiones estáticas y sensaciones de movimiento hasta ahora ajenas a él.
En Le non-sens du rhytme la verdadera extensión musical hipermoderna está entre lo ya hecho y la construcción de un nuevo carácter interpretativo. Son artistas como Pascal Comelade los que hacen que la función del r&r, a pesar de ser la misma, al final sea tan diferente. El suyo es un universo cultural vivo desarrollándose genuinamente, y en diálogo permanente, entre su historia y el presente.