626. Bryan Adams: El eterno adolescente
En el universo romántico del rock existe un gran mito: la glorificación eterna de la juventud. Cuando los músicos superan las barreras del mero localismo genérico para trascender al nicho del estrellato, independientemente de las ventas, los premios, los hits y los lugares en las listas de popularidad, se toman un momento para reflexionar sobre su posición en el mundo, sobre su
postura ante la vida, para reafirmarla y enriquecerla.
En esos momentos es cuando la cosmovisión roquera subraya en ellos la presencia del mito ya mencionado.
Los sociólogos, los empresarios y el mundo conservador hablan del rock como «la música de los jóvenes». El rock mismo ha enseñado a la sociología, a la antropología y a otras ciencias sobre la investigación humana que, pese a los esfuerzos por asentar tal cliché, esta visión simplista del género, los hechos resultan subjetivamente más complejos; que el concepto de la edad no se delimita por designio físico.
Sin embargo, para aquellos que torpemente se empeñan en seguir encuadrando a este sonido como «la música de los jóvenes» habría que señalárseles que ni los músicos ni sus auditorios desaparecen con los años.
El rock tiene poco que ver con los hechos objetivos del tiempo y la edad, pero mucho con los reinos míticos de la juventud emocional, los cuales se encuentran siempre abiertos a los adolescentes de todas las edades. El rock define la juventud no en años sino en un todo que radica en lo que uno siente en su interior. Ese es uno de sus fundamentos.
El propio corpus pensante del rock ha promovido con ahínco el mito de su eterna juventud: David Byrne lo hizo en el disco Speaking in Tongues («Si envejeces del corazón, dejas de tener sentido»); Neil Young en la pieza «Forever Young”; Bruce Springsteen con «Growin Up” («Soy el joven cósmico bien disfrazado»); John Cougar en «Jack and Diane», donde dice «aférrate a los dieciséis años lo más que puedas». Luego le tocó el turno a Bryan Adams con su octavo disco de estudio, 18 ‘Til I Die (A&M, 1996). Dieciocho años hasta que muera.
Las estrellas del rock crecen y se arrugan igual que todos los demás. El rock mismo ha entrado ya en su octava década de existencia. Sin embargo, el público que lo sigue y escucha no rechaza su longevidad, siempre y cuando en sus ídolos se preserve el mito de la juventud. En el rock, tiempo y edad poco tienen que ver; en él se encuentra siempre abierto el reino de la juventud imaginaria a los adolescentes de todas las edades. Sentirse joven es el reino mismo.
Bryan Adams nació el 5 de noviembre de 1959 en Kingston, Canadá, de padres ingleses. Pasó su infancia en Europa y el Medio Oriente. Recibió su primera guitarra de regalo a los diez años y compró la primera eléctrica a los doce. A los catorce se mudó a Vancouver y empezó a participar en audiciones como guitarrista. A los quince abandonó la escuela, se unió a un grupo como cantante y salió de gira por Canadá.
En 1977 conoció al baterista Jim Vallance y empezaron a colaborar en la composición de canciones, material que muy pronto fue interpretado por muchos artistas. Los demos enviados a la compañía discográfica A&M en Canadá le resultaron a Adams en un contrato de grabación a los dieciocho años de edad, mismo que cumplió en el año 1996 también los dieciocho de vigencia.
En ese álbum, Adams vinculó aquellos 18 con los 18 dentro del sello, y los 18 idílicos con el elemento ya mencionado de la preservación juvenil, el cual fluye por los doce temas que lo componen, identificados todos con el sentimiento y la emoción.
En el contenido del disco, sentir al mundo significa ser el mundo para el músico. Bryan Adams le rinde culto al sonido que lo creó: el rock and roll, ese que utiliza al rhythm and blues de la misma manera en que Picasso y Jackson Pollock usaron las máscaras tribales: como catalizador para transformar el acto de fe en arte.
El rock abraza la juventud perpetua con la experiencia individual, su locura en el sentido más divino del término. El rock y el rhythm and blues de Adams trabajan en el disco con enfoques diversos sobre los deseos, el alcohol, el amor, la pasión, la energía y la vida. El rhythm and blues los trata con ironía y desapego; el rock, con urgencia e impetuosidad.
Así desfilan por el oído del escucha atento «The Only Thing That Looks Good on Me Is You», «Do to You», «18 til I die», «(I Wanna Be) Your Underwear», «We’re Gonna Win», «It Ain’t a Party…» y «Black Pearl».
En dichos temas el rock muestra sus orígenes al unir lo blanco con lo negro en este lado del paraíso. Bryan Adams considera esta unión de la música popular como un acto natural y espontáneo. Resulta extraordinaria la forma en que el reconocido y exitoso baladista redescubre tales modalidades para exteriorizar los sentimientos de manera fuerte y audaz.
«La construcción del álbum fue mucho más sencilla que en otras ocasiones –declaró el músico al respecto –, porque buscaba algo más crudo y básico». Sus letras están saturadas del lenguaje de la emoción: «necesitar”, «querer” y «sentir”, son los ladrillos sobre los cuales construye su vocabulario.
Y tanto en estas piezas como en las baladas plenas de soul como «Let’s Make a Night to Remember», «Star», «I Think about You», «I’ll Always Be Right There» y «You’re Still Beautiful to Me», Adams expone abiertamente sus influencias más importantes: Mick Jagger, Joe Cocker, Steve Marriott, Sam Cooke, Rod Stewart y Paul Rogers, entre otros.
El sentimiento, la emoción y la divulgación ejemplar de los mitos habían sido las causas que lo habían encumbrado y seleccionado para trabajar con las luminarias del medio, ya sea escribiéndoles una canción, produciéndoles un disco, abriendo sus shows como telonero o haciendo dúos con ellos: Tina Turner, Joe Cocker, Roger Daltrey, Carly Simon, Charlie Sexton, Dion, Motley Crue, Belinda Carlisle, Don Henley, Huey Lewis, Roger Waters, Paul Rogers, ZZ Top, Sting, Rod Stewart, Rolling Stones, Smokey Robinson, Bonnie Raitt, Dave Edmunds son algunos de los nombres que ya habían intercambiado vivencias con el canadiense.
Por otro lado, su trabajo dentro de la cinematografía como compositor de temas para soundtracks le ha proporcionado, además, un bagaje extra dentro de la historia del rock, en filmes como Teachers, Pink Cadillac, The Ice Queen’s Mittens, Prince of Thieves, Three Musketeers o Don Juan DeMarco, entre ellas, son las películas en las que ha dejado su sonido fijo, al que el tiempo no afectará nunca.
Son participaciones que integran puntos de partida para las tramas y tienen su propio poder para evocar nuestra controvertida era, para ubicar sensaciones y relacionarlas entre sí para nosotros. A propósito, la pieza «Have You Ever Really Loved a Woman?», tema de la cinta Don Juan DeMarco, viene incluida en el álbum mencionado como bonus track.
Con el disco 18 ‘Til I Die, Bryan Adams entró al mundo de las referencias obligadas para explicar al mito del rock, en donde la juventud se define no en años sino en emociones. Cada track nace con la idea del esplendor juvenil y se propone permanecer ahí, acatando plenamente la idea romántica de su razón de ser y de su espíritu: conservar la juventud eterna al renacer todos los días. Ya sea en el aferre de los dieciséis años o en el de los dieciocho hasta morir.