624. Autorretratos (A la Corbijn)
La historia del rock, la esencial, se fundamenta en sus mitos. Y éstos no serían lo que son sin el testimonio de la imagen. Este género musical y la fotografía han estado unidos desde su nacimiento en una simbiosis ineludible y enriquecedora para todos los implicados: músicos-fotógrafos-medios-público.
Para los seres dionisiacos de la galería rockera el sentido de lo perenne se basa en la imagen. Lo último que se debe hacer al respecto es arrojar el bagaje de la historia particular sobre ella si no se quiere romper el espejo. Las fotografías son imágenes fijas donde existe el movimiento y, en consecuencia, el tiempo. Y aunque la duración no sea uno de sus elementos constitutivos; es simplemente un tema que integra un punto de partida.
Las fotografías tienen su propio poder para evocar cualquier controvertida era y sus paisajes. Todo está en ellas gracias al poder de la cámara para estar en todas partes y relacionar las cosas entre sí para nosotros.
El arte tiene que ver con mirar al mundo de maneras distintas. Desde Duchamp a Warhol, las estrategias para divulgar esas miradas han existido por doquier, incluso el arte más exclusivo no se ha sustraído a ellas. Pero, más importante que causar un shock, es el hecho de que las grandes obras puedan nacer de otro modo que ese, como es el caso de las fotografías de Anton Corbijn. Tan poderosas y únicas que no necesitan de ninguna táctica para despertar el interés.
Walter Benjamin escribió que la belleza de las imágenes se ubica en el fondo de las cosas, mientras que la belleza de las ideas está en lo inmediato. Entre ambas, imágenes e ideas, se extiende el territorio de los afectos.
Tal territorio afectivo es el que frecuenta el fotógrafo cuando retrata a un rockero –en su caso–: descifra el tejido de su aura, sondea en la huella de sus facciones, de sus pasiones, de sus actividades; incursiona en la desnudez de su artificio. Para ello Corbijn usa el blanco y negro o el color, según, con su propia magia real.
Este artista neerlandés se hizo de renombre con sus ascéticas fotos de U2 y otros como Depeche Mode, Tom Waits, Lou Reed, David Bowie, Frank Zappa, por mencionar unos cuantos. Para Corbijn el ambiente es más importante que la profundidad de campo, el grano grande le gusta más que el glamour pulido.
Anton Corbijn no sólo atrae al ojo: con sus obras sugiere una tensión y un significado más allá del informe periodístico que suele acompañar las fotos. En su caso ya no queda nada de aquellos viejos conceptos iniciáticos de la foto rockera (como las que Albert Wertheimer le hizo al Elvis Presley temprano, por ejemplo).
A Corbijn le fascina la cara de la gente. A través de la fotografía y de los cientos de videos que ha dirigido en el género, pone en escena a personajes conocidos, para producir un tipo de obra que se sumerja en la complejidad de la vida cotidiana de los “Yos” más rotundos.
Y así lo hizo también con sus autorretratos (que poseen el dejo musical del cóver, de la versión personal) –cuando venció sus reticencias–, pero lo hizo con una simulación que “sirve para dejar relucir la verdad”, como explicó al respecto de ellos.
Los autorretratos de fotógrafos como Anton Corbijn se enmarcan dentro de la tradición estética de la representación individual (al estilo de Rembrandt). En última instancia, la suya se trata de una propuesta alterna y singular: la de realizar un extraño viaje a través de sus individuos, a los que ha fotografiado, con autorretratos simulados en la misma pose y mirada. O a los que hubiera querido fotografiar, con sus historias conocidas a flor de piel.
Con esta serie fotográfica extraordinaria subvirtió el tópico al autorretratarse con atuendo y facha, para lograr un parecido asombroso con sus criaturas retratadas. También, se transfiguró para parecerse a músicos considerados clásicos y a otros contemporáneos.
¿Dónde está, pues, el límite de sus “apropiaciones”? Con los autorretratos responde que las simulaciones sirven para explorar la verdad de muchos “Yos” que viven en cada uno en particular. Aquellos que se ocultan en lo cotidiano, como la evidencia que se esconde en los perfiles anónimos de las redes sociales.
Por supuesto Corbijn no ha agotado el tema, y seguramente espera seguir sondeando con su obra las profundidades del pensamiento y la conducta humanas. “Ahora me tocó a mí pasar por el diván”, explicó con respecto a esta serie. Lo curioso es que antaño, por otro lado, odiaba a ultranza las fotos sobre sí mismo.
Hay fotógrafos como él que ven el rostro de sus fotografiados como un valle, cada arruga como un barranco, una mirada como una playa atardecida, la luz de los ojos como un amanecer o un crepúsculo.
Esta clase de fotógrafos salen de exploración con la cámara al hombro por ese territorio de la piel rockera y disparan el objetivo, porque saben que en el rostro humano se inician distintas galerías que conducen, cada una de ellas, a un estrato del alma en su objetivo.
En esa impronta en la que brillan los músicos como animales acuáticos, coexiste una charca densa llena de símbolos y oscuridades. Y esos ejemplares se sienten a sus anchas cuando nadan en zigzag con las imágenes que se les propone hasta encontrar la mejor sombra que los cobije.
Aunque su obra es extensa, Corbijn pasará a la historia por sus retratos psicológicos, como uno de los grandes artistas de la imagen. Sus criaturas desean ser extraídas, forzadas por él a emerger, con tal de formar parte del relato de la época.
Tiene la autoridad para hacer que esos grupos, cantantes, personajes excéntricos, manifiestos y vanidosos, sean reducidos en su estudio o al aire libre, a figuras a las que obliga a adoptar posturas de equilibristas íntimos de sí mismos, a la hora de disparar la foto.
Lo hace cuando percibe que el alma de su criatura ha aflorado en el rostro como una leve pasión que surge de la gruta de la memoria.
En realidad, a éste fotógrafo el rostro humano le interesa como apariencia (máscara, finalmente), cada uno con la suya, unipersonal y unívoca, la misma con la cual se autorretrató a imagen y semejanza de sus versiones como el autor original que es.