602. Beatles: For dummies (IV)
En el mítico canon del rock, el álbum Revolver de los Beatles ocupa un sitio incólume entre los diez primeros lugares. Desde el momento de su lanzamiento (agosto de 1966) hasta hoy (54 años después) se erigió de facto en una de sus obras maestras (y clásicas a la postre), por más de una razón. Marcó un antes y un después musical (otra vez), el rock elevó sus pretensiones genéricas, significó un cambio de era y mostró una vía de desarrollo no sólo artística sino también humana.
En el arte lo importante no es ofrecer respuestas sino brindar preguntas, crear cuestionamientos, y entre más, mejor. Con el disco Revolver, el Cuarteto de Liverpool lo hizo a granel. “¿Y, en estas canciones, dónde está el rock?”, fue una de ellas, sobre todo por parte de quienes se habían quedado en su melodiosa época de la beatlemanía y con la imagen de sus apariciones en vivo en 1965 (del Shea Stadium, de Nueva York al Cow Palace, en San Francisco).
Con la nueva obra de los Fab Four se hizo evidente que el rock era un espíritu omnipresente y su figura lo contemplaba todo. Se expandía por doquier y en él cabía lo inimaginable. Ya no sólo era una manifestación juvenil, sino que en su dinámico crecimiento se incluían las preguntas por el Ser y Estar de cada uno en el mundo, por la existencia del Otro, por la vida interior y exterior, y debido a estas cuestiones se experimentó para averiguarlo y la música fue la compañera de viaje y la vocera principal de sus bitácoras, con expresiones, lenguajes y sonidos ignotos.
Revolver contenía dentro de sí, entre otras aportaciones, el hecho de un fenómeno cultural de enorme trascendencia. George Harrison escuchó el sonido del sitar indio interpretando un tema de los Beatles para el sountrack de Help! Ese sonido entre terrenal y proveniente de lo alto fue lo que llamó la atención del oído de George y firmó con él un magnífico pero muy limitado antecedente (“Norwegian Wood” en el disco Rubber Soul). Ese sonido, penetrando en el cerebro del músico, fue también el momento de una síntesis social (anglo-hindú) y el primer paso al conocimiento del Otro.
Ese otro era el hemisferio oriental descubierto a partir de entonces por una generación que buscaba respuestas y proyecciones místicas de la existencia. A Harrison le picó la curiosidad, se compró un instrumento y buscó a alguien que lo instruyera. En una cena de la comunidad artística londinense conoció a Ravi Shankar, el virtuoso indio del sitar, y lo convenció de enseñarle los rudimentos. Ravi aceptó, y con ello George se adentró en un camino que no sólo experimentaría él sino, a la postre, todo el Occidente.
Con el conocimiento del sitar vino también el de las ciudades indias como Cachemira, el principio de la inevitabilidad…: en fin, el de otra cultura. Por ese entonces la experimentación agregaba el elemento químico como instrumento del conocimiento interno. George realizaba de manera regular viajes con LSD y en ellos descubrió que el paisaje mental que le producía era uno que ya había contemplado en la India, con sus seres y sonidos misteriosos.
Tales aventuras aseguraron la contribución que haría al legado beatle y que se imprimiría por primera vez en el disco Revolver de manera contundente: «Love You To». Una pieza que abriría el camino hacia las Indias Orientales. Así, George Harrison se convirtió en el Marco Polo del rock.
Los Beatles evolucionaban para poseer la modernidad de la vigencia, que es lo más elemental que se puede decir de un clásico. El álbum Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band es producto de todo aquello y a su vez un clásico. Sus muchas bondades han sido detalladas desde su aparición en 1967. La historia de los Beatles cuenta con muchos comienzos –todo el tiempo se reinventaban–, y el del lanzamiento de aquel álbum desencadenaría otro fenómeno planetario anexado a su ya de por sí largo bagaje: la psicodelia.
En ese momento específico: mediados de 1967, el rock y la industria de la alta fidelidad se complementaron para llevar a los álbumes a vender más que los sencillos. Al frente de dicha revolución se encontraban los Beatles, quienes con el lanzamiento del Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band habían dado paso al disco conceptual, al rock como arte y al uso del estudio como si se tratara de virtuosismo instrumental –cuesta pensar que todo aquello se plasmó con una grabadora Studer de 4 pistas–.
Las secuelas del disco, así como los ecos de su última aparición en vivo, eran el pasto de las informaciones cotidianas durante los años del segundo lustro de la década de los sesenta, años en que el uso de psicotrópicos dio inició el rock psicodélico. Como artistas buscaban expandir la percepción de la mente y explorar las posibilidades de los estados alterados para canalizar sus expresiones musicales. La experiencia la venían realizando la llevaron a su clímax con el Sargento Pimienta.
La libertad creativa, artística, proporciona la libertad necesaria para ir hasta el límite de las posibilidades. Los Beatles gozaron de ella, la pelearon desde un principio y los resultados saltaron a la vista. Sin embargo, ellos mismos también se la proporcionaron a quienes colaboraban con ellos. A George Martin para aportar todo lo que estuviera en su capacidad como mago sonoro y a los fotógrafos y diseñadores de sus portadas, en este caso Peter Blake, pintor inglés e icono del pop británico, para hacer lo propio con su imagen.
Él y Jann Haworth, su mujer y colaboradora, intervinieron en un instante crucial para la historia de la cultura, no sólo la del grupo, sino para la iconografía histórica que resumiría quince mil años de imágenes, lo mismo que la proyección para el futuro que llegaría quién sabe hasta dónde. Blake “reorganizó” la memoria del cuarteto en particular, pero como buen artista y lo hizo al mismo tiempo con la cultura popular en general.
Reorganizó la memoria individual y colectiva con la capacidad humana de cambiar el destino. La memoria no como simple nostalgia sino como construcción de una imagen. En el rescate de personajes para el gran fresco de presentación del Sargento Pimienta y su Banda de Corazones Solitarios, unió fragmentos de historias particulares e interesantes para el resto de la gente. La memoria fue así una construcción de identidad comunitaria, hecho con el material del que se hace el día con día pero contado para el mañana.
Eso es lo que hizo Blake con la portada del multimencionado álbum. Mantuvo con ello la emoción de contemplar. Una imagen que te atrapa y sientes lo que te está diciendo. Su fuerza se mantiene más de medio siglo después, en un mundo que le da a las cosas en general un nanosegundo vida antes de pasar a lo siguiente. La portada de este octavo disco beatle es un objeto de la actividad iconográfica humana y eso sólo un fragmento de su interés.
Una parte importante del trabajo de Blake consistió en construir el mundo a través del uso de imágenes abandonadas o desconocidas o desechadas, pero no inanimadas. Trabajó como recolector. Como uno cargado de miradas. Con el taller en su cabeza, con el ojo puesto sobre las cosas. Y con la visión del artista que, como dijo Marcel Duchamp, determina si un objeto es arte o no: “A partir de él, los artistas ya no representan al mundo, lo rehacen”.
Los Beatles lo hicieron con el contenido del disco, con su música y letras, con la poética de todo cuanto los rodeaba –el hecho mismo de escuchar un LP trajo consigo una actitud diferente hacia la música, un compromiso más sostenido de atención hacia ella–.