594. Alex Haley: El beat de raíces
La idea romántica acerca de lo primitivo y el convencionalismo cultural al que se le puso la etiqueta del «Buen Salvaje», permitieron a los europeos blancos educados proyectar sus fantasías, ideales y deseos sobre las razas «exóticas» desde el inicio de la era moderna.
El hombre negro del mito blanco encarnó lo que Occidente consideraba como lo mejor o lo peor del ser humano en su condición natural no civilizada. Conforme ha cambiado la opinión occidental acerca de la naturaleza y lo deseable de lo primitivo, también ha cambiado el retrato occidental del colectivo negro.
Los blancos han utilizado a los negros como pantalla sobre la cual proyectar un montaje en torno a lo primitivo desde hace por lo menos 300 años. Aphra Behn, a veces mencionada como la primera mujer en las letras inglesas que se ganaba la vida escribiendo, también tuvo la distinción de ser la primera persona inglesa que incorporó al negro en una idealización romántica, tal como lo hizo en su novela Oroonoko, or the Royal Slave, de 1688.
En ella, pese a que se cría en la selva, el personaje Oroonoko posee las virtudes de un príncipe europeo martirizado: «No podía haber nada más bello, agradable y apuesto que él en la Naturaleza. Su piel es negro azabache; su nariz, fina y romana, en lugar de africana y chata. Maneja a la perfección los instrumentos del ingenio y la cortesía y es tan sensible hacia el Poder como cualquier príncipe civilizado en las escuelas más refinadas del Humanismo y Erudición, o en las Cortes más insignes», se puede leer ahí.
La fórmula en que se basa dicha novela se ha mantenido hasta hace muy poco. Generalmente, los escritores blancos crean personajes negros a partir del impulso por describir la naturaleza fundamental de las cosas.
El poeta abolicionista Thomas Day, a fines del siglo XVIII, imbuyó a los negros de su texto The Dying Negro de todas las virtudes adjudicadas por J. J. Rousseau al hombre natural: «Aunque su rostro no se adorne de tintes rosados/Ni resplandezcan trenzas sedosas con gracia fluida;/De temple etéreo son sus almas/Y en sus venas reina el impulso del honor…»
William Blake, 16 años después de publicarse el anterior poema, destiló en una sola línea el proceso mítico por medio del cual el romanticismo proyecta sus ideas muy europeas acerca de lo primitivo sobre otras razas. Su Pequeño Niño Negro exclama, desde las selvas africanas: «Soy negro, pero ¡oh!, mi alma es blanca».
La proyección del romanticismo blanco sobre la cultura negra medró luego en el Nuevo Mundo. El caso más famoso son las páginas de La cabaña del tío Tom. El tío Tom constituye un ejemplar tan risible de las virtudes cristianas abrazadas por los abolicionistas de la Nueva Inglaterra en 1852, que se ha convertido en prototipo del hombre negro incapaz de distinguir entre los ideales blancos y las realidades de la vida negra.
Harriet Beecher Stowe, su autora, deja en claro desde el principio de su novela que su retrato de la vida negra pretende captar la bondad ideal de la raza humana.
Las convenciones románticas acerca de lo primitivo y las apreciaciones blancas sobre la vida negra se han entrelazado a tal grado, que muchos de los propios escritores negros llegan a confundirla.
El libro Raíces, del fallecido escritor Alex Haley, debió su popularidad más a su hábil manipulación de la mitología romántica que a su precisión en cuanto a la historia negra. No es de sorprender que al ser adoptada para la televisión haya reunido al auditorio más grande de todos los tiempos, en un país predominantemente blanco como los Estados Unidos.
Al igual que Aphra Behn o Harriet Beecher Stowe, Alex Haley proyectó sobre los esclavos una visión de la condición africana primaria que refleja una añoranza profundamente sentida tanto por blancos como por negros.
Kunta –el personaje–, nacido en Gambia en 1750, crece inmerso en la dignidad típica del «Buen Salvaje». De hecho, hay poco que lo diferencie de Oroonoko, con la excepción de que la suya es una dignidad primaria con alma. «El primer sonido que escuchó el niño fue el sordo y rítmico bum-bum-bum-bum-bum de las manos sobre el mortero de madera», al moler el cuscús las mujeres de la aldea. Su bautizo africano se realiza acompañado por el sonido de los tambores y despierta de sus sueños infantiles al llamado del Tabolo.
Para 1976, cuando se publicó Raíces, el paraíso negro del convencionalismo romántico estaba firmemente establecido como el Edén con un ritmo de fondo; a fin de captar el sonido del África primitiva, sin darse cuenta, Haley reprodujo el beat fundamental del rock & roll primigenio que instauró Bo Diddley (jungle beat) en la famosa canción “Who Do You Love?”, y que derivó en muchas de sus piezas históricas a partir de ahí.