573. Un pacto con el blues (Johnson/Hendrix)
Las semejanzas entre Robert Johnson y Jimi Hendrix van más allá de la coincidencia. Ambos se dirigieron hacia su destino de manera igualmente inexorable. Johnson fue envenenado el 16 de agosto de 1938 en un Juke joint (tugurio) cerca de Three Forks, Mississippi. Hendrix murió de una sobredosis de somníferos en el departamento londinense de una amiga, el 18 de septiembre de 1970. Ambos tenían 27 años. Johnson abrió el famoso Club 27, Hendrix lo consolidó.
Éste último empezó como un guitarrista titubeante y promedio, en sus mejores momentos. Incluso llegó a ser objeto de burla. De la misma manera que Johnson e igual que él, súbitamente, en un punto indeterminado del tiempo, irrumpió como el guitarrista más impresionante y heterodoxo del mundo. Fue algo mágico y como tal se convirtió en mito y leyenda. Johnson eternizó el cruce de caminos donde cerró su trato con el Diablo en «Crossroad Blues». Jimi cantó acerca de su transformación sobrenatural en «Voodoo Chile».
Partamos, pues, del supuesto de que en Jimi Hendrix reencarnó Robert Johnson. Sin embargo, ¿también era un bluesman? No a los ojos de los hippies que vieron aparecer en el firmamento a la Jimi Hendrix Experience en 1967, en Inglaterra. Para ellos era un desatado chamán de la guitarra, originario de un lejano planeta, y se solía describir su música como una fusión de rhythm and blues y rock psicodélico. De ninguna manera estaba incluido en la categoría del blues.
Esto se debió particularmente al hecho de que a comienzos de los años sesenta cundió el virus del folk blues. Los contagiados por este virus sostenían un purismo extraño. Desde su punto de vista, el blues sólo era «puro» y «auténtico» si los intérpretes usaban instrumentos acústicos, eran viejos, pobres y, de preferencia, también lisiados, jorobados, medio ciegos, además de haber sido explotados a fondo en alguna plantación durante su infancia y juventud.
Muchos bluesmen, entre ellos John Lee Hooker, Lightnin’ Hopkins, Big Bill Broonzy y hasta Muddy Waters, se sometió a las reglas de este extraño juego de mercadotecnia cultural, propiciado por las compañías disqueras, que vieron en el culto al “noble” miserabilismo un filón de oro. Los músicos dejaban en casa tanto a sus grupos permanentes como a sus guitarras eléctricas, con las que tocaban desde hacía años, para participar en el lucrativo recorrido de los festivales intercontinentales de folk blues. Al fin y al cabo, trabajo era trabajo.
Jimi Hendrix naturalmente no cumplía con ninguno de estos requisitos esenciales. Ni siquiera era del sur de los Estados Unidos, sino de Seattle. No había formado parte de un «auténtico» grupo de blues en la Unión Americana antes de llegar a Inglaterra, sólo de conjuntos comunes y corrientes de rock y de rhythm and blues, con metales. Además estaban canciones como «If 6 Was 9», «The Wind Cries Mary», «Purple Haze», «Third Stone from the Sun»…etcétera. ¿Cómo que blues? En la mayoría de sus canciones no se distinguía ni en lo más remoto un esquema de 12 compases. ¿Para qué buscarle tres pies al gato?
Sus colegas tenían otra opinión. Tanto el saxofonista de jazz Roland Kirk como B.B. King (Jimi tocó con ambos) lo reconocieron inmediatamente como dueño de la esencia más profunda del bluesman. El bajista Billy Cox fue compañero de Jimi con los paracaidistas de Fort Campbell, Kentucky, a principios de los años sesenta, y formaron un grupo. En cuanto escuchó tocar a Hendrix por primera vez estimó los alcances del genio «entre Beethoven y John Lee Hooker». Casi diez años más tarde, Cox reapareció en la Band of Gypsys (la postrera banda de Hendrix). «Casi todo lo que Jimi y yo grabamos era blues. Todo salía directamente de la tierra, directamente de las cavernas de la humanidad. Todo lo que Jimi tocó estaba arraigado en el blues».
John Lee Hooker consideró a Hendrix como el más grande cantante de rock and roll y blues de todos los tiempos…Según Mike Bloomfield (entonces guitarrista de la Paul Butterfield Blues Band): «Cuando él toca se escucha a Curtis Mayfield, Wes Montgomery, Albert King, B.B. King y Muddy Waters. Jimi es el guitarrista más negro que he oído nunca. Su música posee profundas raíces en el country blues y en géneros aún más antiguos, como los fieldhollers y las melodías de gospel. Por lo que yo sepa, no existe género musical negro que él no haya estudiado y absorbido».
Bloomfield tenía razón. Antes de que su descubridor, Chas Chandler, lo llevara a Inglaterra a fines de septiembre de 1966, Hendrix asimiló en brevísimo tiempo los géneros más diversos. En el grupo que acompañaba a Little Richard; en las clases cruciales recibidas del también zurdo Albert King; en las innumerables presentaciones de soul con Solomon Burke, Jackie Wilson e Ike & Tina Turner, entre otros; en el estudio Chess de Chicago, donde Muddy Waters lo inició personalmente en los misterios del country blues.
Después de grabar con The Isley Brothers se unió a Curtis Knigh & The Squires, con los que además del trabajo regular del Top Forty del rhythm and blues empezó a tocar una canción de Howlin’ Wolf editada en el mismo año de 1964, «Killing Floor».
La estancia de Jimi Hendrix en el barrio de los artistas neoyorquinos, Greenwich Village, fue importante también en su carrera. Ahí conoció el floreciente movimiento folk (con Bob Dylan a la cabeza) y al mismo tiempo se revolcó en el jazz de vanguardia de John Coltrane, Sun Ra, Eric Dolphy y Ornette Coleman, por ejemplo. Cuando en el Cafe Wha? del Village fundó su propio grupo ??Jimmy James and The Blue Flames (bautizado así por el grupo del bluesman texano Junior Parker)–, ya había fundido todas esas formas en su propio estilo revolucionario. La manera en que se movía sobre el escenario y todo el elemento del espectáculo ??tocar la guitarra en la espalda o con los dientes– era la continuación directa de lo que T-Bone Walker y Guitar Slim habían hecho quince años antes.
El blues de Hendrix fue por igual terrestre y sobrenatural. La fuente de muchas de sus composiciones era el delta del Mississippi. Tanto la ya mencionada «Voodoo Chile» como la muy hookeriana «Voodoo Child (Slight Return)» eran variaciones evolucionadas del «Catfish Blues», una antigua pieza tradicional en la que también Muddy Waters, por ejemplo, basó algunas de sus obras maestras («Rolling Stone», «Still a Fool»). Lo que ante todo tomó prestado del country blues fue la emoción personalísima.
Al igual que en el caso de Robert Johnson, su estilo constituyó una intensa sublimación de todo lo anterior. Su guitarra funcionó como una orquesta completa y parecía tocar tres partes al mismo tiempo: acordes sostenidos precisos, ritmos penetrantes acompañados de armonías electrostáticas, iluminado todo por flechas danzarinas de fuego.
El resultado fue, en primer lugar, un sonido cargado y apocalíptico; muchas veces atemorizante, como un lienzo sobrecogedor de Goya. Y de nueva cuenta como en el caso de Johnson, el sonido era un reflejo de su alma. Hendrix denominaba su nuevo blues “Electric Church Music”.
Con sus canciones, Robert Johnson trataba de salvar su alma. Por medio de su guitarra, Jimi Hendrix no quería salvarse sólo a él, sino a todo el mundo. Tan sólo eso basta para identificarlo como un bluesman perfecto. «Ojalá hubieran tenido guitarras eléctricas en los campos de algodón de antaño –dijo en cierta ocasión–. Entonces sería posible aclarar muchas cosas. No sólo para negros y blancos, sino para todos». Hendrix experimentó su transformación mágica tras hacer un pacto con el Diablo.Y su crossroad no se hallaba al final de un polvoso camino del delta, sino probablemente en las profundidades más oscuras del universo.
Desde la muerte de Hendrix, todos los géneros hicieron explosión, desde el reggae hasta el funk, el blues, el rap y el jazz, la música contemporánea y ambiente, el techno y todos los punks que uno quiera. Con él, los espíritus por fin comenzaron a abrirse. Un fenómeno cultural demente que pudo aparecer gracias a todas las mencionadas personas (como su maestro, el zurdo de la Gibson Flying V, Albert King, por ejemplo).
Con un simple blues como el implacable «Once I Had a Woman», Hendrix lo decía todo. Sin embargo, con el blues por sí solo no hubiera logrado el mismo impacto en los ingleses, que presenciaron su arranque. Demasiado puro. Le hizo falta el oropel de «Purple Haze» y su número circense para llamar la atención.
Ahora, trascendido aquello, hay que deleitarse con uno de los más grandes discos de blues que hayan existido: Blues (Polydor, 1994). Once piezas de 12 compases grabados de 1966 a 1970 por él. Esta compilación cumple con todos los requisitos para ser considerada como un «nuevo álbum de Hendrix», pues incluso las canciones ya editadas eran difíciles de conseguir. Entre ellas, la brillante versión rural de «Hear My Train A-Comin'», interpretada en una guitarra acústica de 12 cuerdas que formó parte del soundtrack de Hendrix: The Original Motion Picture. Otros momentos destacados son «Red House» del L.P. inglés, «Catfish Blues», «Voodoo Chile» y el instrumental jazzeado, «Jelly 292».
El BLUES total. Lo máximo. La expresión espontánea, absoluta, de toda una ciencia musical. La improvisación sublime. El viaje musical, en el que cada nota es una etapa. ¿Están listos para experimentar todas las emociones que contiene? Once joyas, algunas de ellas inéditas (y hasta piratas). Como «Voodoo Chile Blues», una pieza «eléctrica» sublime, como la mayoría de los títulos, desde el estudio. Tuvimos que esperar 25 años tras la muerte de Hendrix para que apareciera esta cumbre artística. «Jimi fue el intérprete más grande del blues del delta», dice Bob Dylan. Reencarnación de Robert Johnson. La continuación de un Fausto bluesero.