553. 1971 / I (Obras que cumplen 50 años)
1971 / I
Hay discos que jamás dejan de llamar la atención. ¿Por qué? Porque son clásicos. Pero ¿qué es lo que los convierte en clásicos? En el mundo grecolatino, durante la época de Sófocles, el término “clásico” se utilizó para designar a las personalidades de primera clase, es decir, a los miembros más sobresalientes de la cultura.
WHO’S NEXT
THE WHO
En el campo del rock, bajo esa palabra e idea que ha crecido dentro de la cultura contemporánea, en lo clásico existe por ejemplo The Who, un grupo que en aquellos años llevaría el desarrollo de lo conceptual a la rock ópera, aunque no la hubiera inventado. Trabajo creativo básicamente de su líder: Pete Townshend.
En aquel año, 1971, el grupo ya tenía en sus alforjas a Tommy, el éxito y el reconocimiento mundial. Pero a pesar de las giras y toda su problemática, Townshed siguió trabajando y puso al grupo a grabar la segunda obra, que llevaría por título Lifehouse.
La línea argumental de la ópera se desarrollaba en un escenario donde las personas vivirían permanentemente conectadas a un sistema llamado “The Grid”, que al estar controlado por el gobierno mantendría al pueblo adoctrinado, hasta que un día, tras conocer “la nota única”, todos los cautivos serían liberados.
Sin embargo, por mil y un cosas (pleito con la disquera, con los productores, con los otros miembros del grupo, crisis nerviosas, agotamiento, etc., etc.), el proyecto no culminó como quería el compositor y guitarrista. No obstante, tras gira y presentaciones, la banda entró al estudio a pulir algunos temas, con Glyn Johns en la producción, y con el objetivo de hacer un disco sobresaliente, lo que terminaría siendo Who’s Next.
Éste es un testimonio de creatividad, de manifestación de estilo (desde la portada a cargo de Ethan A. Russell y John Kosh) y de disposición a inventar cosas nuevas. Lo que hace extraordinario al álbum es, entre otros, el tema “Won’t Get Fooled Again”. Track donde finalmente The Who alcanzó su mayor nivel de complejidad y protagonismo. Es un himno rockero que los haría únicos y al disco, en sí, uno de los mejores del género.
SONGS OF LOVE AND HATE
LEONARD COHEN
Cohen abandonó su vida doméstica en una isla griega y volvió a los Estados Unidos, con la intención de vivir cerca de Nashville y de dedicarse a una carrera musical, invitado por Judy Collins, quien le había grabado «Suzanne» y «Dress Rehearsal Rag» en su álbum My Life.
Con tal antecedente Cohen se presentó en el festival de folk de Newport en 1967, donde llamó la atención del legendario John Hammond de la compañía Columbia (quien también reclutó a Billie Holiday, Bob Dylan y Bruce Springsteen para la disquera). Antes de la Navidad, Columbia sacó su primer álbum, The Songs of Leonard Cohen.
Si bien se le mencionaba mucho en el contexto del movimiento folk de Nueva York, se distinguía de éste en varias formas. Tenía más de treinta años cuando salió su primer disco y prefería vestir trajes caros en lugar de mezclilla y camisas a cuadros. Tampoco compartía el interés del movimiento por la política izquierdista o radical. Prefería concentrarse en temas como la soledad y el deseo.
“Crecí vistiendo trajes –afirmó–. No traté de expresar nada ni de diferenciarme de los demás. Nunca me gustaron los pantalones de mezclilla. Era mayor. No me avergonzaba mi educación ni fingía ser del campo. No trataba de ser Paul Bunyan. Me llamaba Leonard Cohen. Mi padre fabricaba ropa. Yo escribía libros y había ido a la universidad”.
Fue un debut extraordinario. Sus canciones lo llevaron hasta la cima del panteón de la balada confesional. Las piezas poseían tanta fuerza como agudeza poética.
A tal debut le siguió Songs from a Room (1969), su segundo álbum, y Songs of Love and Hate (1971), los cuales confirmaron su posición como el maestro de la mortificación y el centinela de la soledad. «Avalanche», «Diamonds in the Mine», «Joan of Arc» y «Famous Blue Raincoat» siguieron extendiendo, gracias a él, los límites del paisaje en el oficio de cantautor.
STICKY FINGERS
THE ROLLING STONES
Si bien en lo musical los Rolling Stones del principio contaban con menos recursos que otros colegas ingleses, profundizaron más en su búsqueda entre los tesoros de la música negra, en los licks de la guitarra, al igual que el sonido áspero de los mismos. De esa manera se lanzaron al mundo. Casi una década después tenían varios discos clásicos en su haber.
Tras los primeros de su gran tetralogía, Beggars Banquet y Let it Bleed, apareció Sticky Fingers (a los que seguiría Exile On Main Street). Desde entonces han pasado 50 años. Al comenzar los setenta el grupo regresó a grabar cosas originales. De tal manera lograron producir canciones importantes y memorables. El tiempo ha pasado y se han reafirmado en ello.
Su mito se mide, entre otras, con las canciones de este álbum en el catálogo de oro del grupo, con “Brown Sugar” (quizá la mejor pieza del rhythm and blues británico, por su riff, por su sonido absolutamente grasoso, por su progresión instrumental), “Can’t You Hear Me Knocking”, “Sister Morphine” o “Dead Flowers”, por ejemplo. El grupo forjó esos estándares, al parecer insuperables en la actualidad aún para sí mismo.
Es difícil que la dupla Jagger/Richards resuelva el handicap y pueda escribir hoy una canción capaz de hacer pasar al segundo plano, aunque sea por un momento, todas esas hazañas anteriores. Como sea, en medio siglo los Rolling Stones han creado un cúmulo de música extraordinaria, entrañable, sin igual e influido de manera duradera en varias generaciones del rock.
Sticky Fingers posee la rara cualidad de la uniformidad cualitativa en las canciones, todas ellas realmente excelentes. Es una grabación redonda: finaliza tal como inicia: sin dar respiro, ya sea en los tracks rítmicos o en las baladas lentas. La intensidad es el signo que lo identifica en cualquiera de sus cortes.
Hay épica y elegancia (“Moonlight Mile”), hay escalofrío y misterio (“Sister Morphine”), referencia folk (“Wild Horses”), sensualidad desafiante y genérica (“Can’t You Hear Me Knocking”), hay el blues más sentido (“Bitch”, “I Got The Blues”) o la ironía country (“Dead Flowers”). Con Sticky Fingers, los Rolling Stones alcanzaron uno de sus puntos álgidos. Sonaron consistentes, sólidos y compenetrados. A todo lo cual se añadió el diseño de la portada (Andy Warhol). Puro material de leyenda.