527. Eddie Van Halen: Origen y destino

Por Sergio Monsalvo C.

Es curioso. Se mire por un lado o por el otro la visión será más o menos la misma. A la calle Michelangelostraat se puede acceder por el Zuider Amstel Kanaal, caminar el par de cuadras que le corresponden o, viceversa, desde la Minervaplein. Es, pues, una calle pequeña, básicamente conformada por casas habitación y dos o tres comercios.

Forma parte del barrio conocido como el Apollolanbuurt, dentro de la zona metropolitana denominada Oud Zuid. Dicho barrio fue construido hace un siglo (junto a los aledaños Hoofdorppleinbuurt y Slotervaart), entre las décadas de lo años veinte y los treinta del siglo XX, en el periodo entreguerras. Dentro del plan de modernización de la ciudad de Ámsterdam.

Al Apollobuurt se le concedieron para su ubicación 95 y media hectáreas del sur citadino. Y su construcción se planificó en el estilo de la Escuela Amsterdamesa de Arquitectura, que surgió por entonces. Tal escuela era parte de un movimiento estético ligado al expresionismo alemán de dicha disciplina. El vanguardismo de ese movimiento contribuyó en gran medida al desarrollo urbanístico de la capital neerlandesa.

Ambas corrientes arquitectónicas compartían su gusto por el uso del ladrillo rojo combinado con el hormigón en un diseño innovador. En este último había cierta influencia del Art-Nouveau. El cual se manifestó en los detalles como la tipografía de los dígitos que señalaban cada casa y los adornos tanto en las entradas de las mismas, como en las cornisas de techos y ventanas.

Toda esta novedad hizo del emergente barrio una zona de lujo y opulencia, que atrajo a la gente rica de aquellas décadas (muchos de ellos de ascendencia judía). Por eso mismo, cuando los nazis invadieron la ciudad en 1940, la ocuparon, arrestaron a los propietarios, los despojaron de sus propiedades y los deportaron a los campos de concentración e instalaron su cuartel general en ella.

También por eso mismo, los aliados la bombardearon hacia el final de la conflagración. Destruyeron una parte de ella, que tras el conflicto fue reconstruida bajo las mismas bases originales. Debido a eso el barrio recuperó su esplendor hacia mediados de la siguiente década, con el agregado cívico de incluir vivienda popular para equilibrar su desarrollo.

A su aire entre majestuoso y moderno buscaron cimentarlo con la nomenclatura de las calles, que fueron nombradas con referencias a la Grecia Antigua, así como a los compositores y pintores históricos más destacados. De tal suerte, a esa pequeña calle le tocó un nombre grande: Michelangelo.

En 1955 el barrio lucía nuevo, olía a nuevo. Era como el año mismo: caracterizado por la explosión cultural, en su caso arquitectónica. Sin embargo, también aquella fecha del calendario se constituyó con los fuegos de otras disciplinas. Origen es destino reza un dogma romántico. Tal  pirotecnia alumbró el nacimiento de Eddie Van Halen y lo acompañaría en su periplo artístico.

Éste nació en los albores del año, el 26 de enero. No iba a ser un año normal, dijeron los augurios. Era un miércoles y la reacción a sus fuegos lo caracterizarían igualmente. Y cómo no, si había llegado al mundo en el mismo momento que Michael Schenker, que practicaría las mismas artes que él en The Scorpions.

No. No iba a ser un año normal. Las artes lo certificarían. Por ahí brotó Jeff Koons (cuyos fuegos de artificio se manifestarían en la escultura y la pintura) o Simon Rattle (quien haría lo propio en el terreno de los sonidos clásicos), la gama de tal fogosidad sería amplia, como paleta de pintor o partitura de director de orquesta.

Esa paleta de bengalas iluminaría la literatura con la publicación del tercer volumen de El Señor de los Anillos de J. R. R. Tolkien; la aparición y el temblor que provocó la Lolita de Vladimir Nabokov; el estremecimento con la temática de Graham Greene en The Quiet American (El Americano Impasible) o la inquietante atmósfera del Pedro Páramo de Juan Rulfo.

Por otro lado, la cohetería protéinica sería encarnada en la cinematografía por un actor icónico: James Dean. Símbolo de lo que ya fluía y lo cubría todo como un magma, esa juventud que exigía cambios, en películas de estreno y paradigmas como East of Eden (Al este del Paraíso, dirigida por Elia Kazan) y Rebel With a Cause (Rebelde sin causa, de Nicholas Ray).

No. Ese año no sería normal. Porque su resplandor sería provocado también por el fulgor de dos canciones emblemáticas: “Maybelline” (el primer sencillo de Chuck Berry) y “Rock Around The Clock” (de Bill Haley), lanzadas al planeta en 1955.  El rock and roll llegaría a la cima de las listas de popularidad para permearlo todo.

Así estaba el mundo cuando nació Eddie (Edward Lodewijk) Van Halen el 26 de enero, como hijo de Eugenie van Beers (una mujer indo-neerlandesa de origen javanés) y Jan van Halen, saxofonista, clarinetista y pianista, que formaba parte de la Orquesta de la Fuerza Aérea Neerlandesa. De él, Eddie y su hermano, Alex, recibirían la afición por la música.

La escucha de discos y la radio en la casa que les había asignado el municipio, dentro del plan de equidad social de la vivienda, en aquella calle Michelanglostraat en la que nacieron los hermanos, era una constante. Cada vez que el papá llegaba o antes de irse a trabajar, ponía discos de diversos géneros, destacando el jazz y ese nuevo género llamado rock and roll.

Los niños alternaban en la calle con otros vecinitos o a la orilla del Zuider Kanaal o en la Minervaplein, según el juego. El tránsito vehicular era poco en aquel entonces. Y de esa manera pasaron el segundo lustro de los años cincuenta, antes de que su padre fuera movilizado a la ciudad de Nijmegen, al este del país, muy cerca de la frontera con Alemania.

Sin embargo, aquella estancia en la Michelangelostraat y la vida que Eddie llevó ahí (bicicleta, amigos, futbol, escuela cercana, todo acontecido en el mismo barrio de la ciudad) pudo resumirse en una palabra: felicidad, con todos los sonidos que quedarían grabados en su memoria y que luego transferiría a su instrumento, cuando la familia se mudó a California.

Donde Eddie se convertiría con el transcurso del tiempo en un innovador, en un hito, un creador y un virtuoso, características que lo encumbrarían como uno de los mejores guitarristas de rock. Todo eso sucedería en Pasadena, California, a donde se mudó con su familia en los primeros años  de la década de los sesenta.

Ahí, con el grupo que llevaría su apellido como nombre, desarrollaría un sonido, un estilo al fin y al cabo, que lo identificaría eternamente: el tapping. Eddie hizo escuela con esa técnica: es decir, tocar con las dos manos sobre el diapasón para que dos notas distantes pudieran sonar consecuentes a una velocidad inusual. Un método que implica armar arpegios rápidos pulsando las cuerdas directamente sobre dicho diapasón.

Una adaptación al contexto rockero del lenguaje de la música barroca (Bach)  y del posterior romanticismo (Nicola Paganini). Movimientos estéticos fundamentales y ontológicos del rock mismo. Eddie Van Halen dio con uno de los avances del instrumento más espectaculares de su época (en el sentido más combustible de la palabra).

El ejemplo más conspicuo de su estilo se condensa en la pieza con que músico y grupo iniciara su andar: “Eruption”. Una contribución musical inconmensurable. En ella hay espectáculo, extroversión y hedonismo. Nadie había escuchado un sonido de guitarra como ese anteriormente. Todos los intérpretes desde entonces buscaron sacar ese sonido con el amplificador, el pedal, el cable, la uña o las cuerdas adecuadas, pero la simple verdad es que el misterio siempre estuvo en sus manos, en su memoria y en aquella pequeña calle.

La magia de la pirotecnia como arte, como elixir de la inmortalidad. Eddie Van Halen por ello se convirtió en uno de los mejores guitarristas de la historia. Su fallecimiento el 6 de octubre del 2020 selló se permanencia en el Olimpo y en el Salón de la Fama del Rock.

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