500. I Robot (Libros canónicos 25)

Por Sergio Monsalvo C.

 

(ISAAC ASIMOV)

El futuro tecnológico comenzó como un cortesano divertimento medieval. En el siglo XX tuvo su fijación reglamentaria, y en el XXI la urgencia de un reemplazamiento ético. Hablo de los robots. Lo primero fue un invento de Leonardo Da Vinci como entretenimiento palaciego; lo segundo, una meditación científico-literaria del escritor Isaac Asimov y, lo tercero, una urgente necesidad social expuesta, de nuevo, por la ciencia ficción (tanto cinematográfica como televisiva).

Lo primero fue tratado, en una anterior entrega, durante la conmemoración del quinto centenario del fallecimiento del genio italiano. Lo segundo, ahora, cuando se celebran en éste los 100 años del natalicio del autor ruso-estadounidense Isaac Asimov. De éste sabemos que nació en 1920 en Petróvich, hoy parte de la Federación Rusa y antaño de la Unión Soviética, y que se mudó con su familia a los tres años de edad a Brooklyn, en los Estados Unidos.

En los establecimientos comerciales que fundó su padre aprendió la ciencia ficción, de la que se hizo maestro, leyendo publicaciones pulp. Se hizo bioquímico en la Universidad de Columbia, donde también se doctoró para luego pasar a la prestigiosa Universidad de Boston, donde fue profesor asociado y luego titular. Fue un científico humanista que puso por escrito todos sus intereses en cerca de 500 títulos, entre literatura de ciencia ficción, ensayos científicos y divulgación cultural de diversa índole.

Fundamentalmente, se le recuerda por sus aportaciones y nombre a disciplinas que estudian lo positrónico, la psicohistoria y la robótica. De esta última materia han pasado a la historia sus sagas literarias, en las que quedaron inscritas sus famosas tres leyes (como en el libro I, Robot –Yo, Robot, de 1950), que han dado mucho juego tanto a la investigación tecnológica como a la ciencia ficción.

Dichas tres leyes son:

Primera: Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, tampoco permitirá que un ser humano lo sufra.

Segunda: Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entren en conflicto con la primera ley.

Tercera: Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con las primeras dos leyes.

Estas leyes son un conjunto de normas elaboradas por Assimov que se aplican a la mayoría de los robots en sus escritos. En ese contexto, son “formulaciones matemáticas impresas en los senderos posistrónicos del cerebro de los robots” (programas con códigos que regulan su cumplimiento y que están instalados en su memoria principal).

Tales leyes surgieron como medida de protección para los seres humanos. Según el propio Asimov, con ellas quería contrarrestar un supuesto “complejo de Frankenstein” (un temor que el ser humano desarrollaría frente a unas máquinas que hipotéticamente pudieran rebelarse y alzarse contra sus creadores). De intentar siquiera desobedecer una de las leyes, el cerebro positrónico del robot resultaría dañado irreversiblemente y el robot «moriría».

La complejidad residía en que el robot pudiera distinguir cuáles eran todas las situaciones que abarcan las tres leyes, o sea poder deducirlas en el momento. Por ejemplo saber en determinada situación si una persona estaba corriendo peligro o no, y deducir cuál era la fuente del daño o la solución.

Las tres leyes representan el código ético del robot. Un robot actuará siempre bajo esos imperativos. Es decir, un robot se comportará como un ser probo y correcto. Sin embargo, es lícito plantearse lo siguiente:

En la actualidad y ya que la imaginación de Asimov ha cobrado realidad y a los robots los conocemos no sólo por los textos, sino a través de las nuevas tecnologías (como gadgets, juguetes o herramientas domésticas, médicas, laborales, etcétera), se produce la absoluta necesidad de crear un código moral, no solamente para ellos, sino también para quienes los diseñan, fabrican, producen, comercializan y utilizan.

Un robot, pues, carece de voluntad, intención, conciencia; por tanto, no puede ser agente ético. Pero ¿podrán adquirir esas cualidades próximamente? ¿Si su evolución resulta en una toma de conciencia? ¿Quién será el responsable de sus actos? ¿Serán sujetos morales? ¿De qué tipo? ¿Tendrán derechos como los humanos o laborales? ¿Cuáles?

Tal necesidad social de códigos mutuos es una cuestión que las legislaciones globales y de los países en particular, a causa la rápida evolución tecnológica, deben considerar imprescindible y urgente. Los gobiernos deben plantearse hablar de ello. No con un debate teórico ni abstracto, sino como un diálogo sobre algo ya muy muy cercano (la literatura, el cine y las series de televisión ya lo han hecho y lo hacen constantemente) ¿La política, cuándo?

Algunas de las ideas de la historia assimoviana han servido de inspiración a diversos grupos musicales. En la electrónica al alemán Kraftwerk, por ejemplo, en toda su obra. En el rock progresivo al inglés The Alan Parsons Project para la grabación del álbum conceptual I Robot de 1977, cuyo contenido ha acompañado como soundtrack a esta emisión.

I Robot fue el segundo álbum de estudio del extinto grupo británico (que finalizó sus andanzas en 1990) ?y destaca por la utilización extensiva de las nuevas capacidades del sintetizador Moog, del Vocoder y otros equipamientos de reciente desarrollo tecnológico.

El álbum se inspiró en las historias de Asimov sobre los robots. El productor ejecutivo, compositor y vocalista Eric Woolfson habló con el escritor, quien se mostró entusiasmado con la idea. Como anteriormente ya se habían concedido los derechos a una empresa mediática, el título del álbum tuvo que ser alterado ligeramente eliminando la coma, y el tema y las letras fueron hechas para tratar más genéricamente sobre robots y la relación con el ser humano en vez de las específicas con el universo asimoviano.

En el interior de la portada se podía leer: “Yo Robot… La historia del ascenso de la máquina y el declive del hombre, que paradójicamente coincidió con el descubrimiento de la rueda… y una advertencia de que su breve dominio de este planeta probablemente terminará, porque el hombre trató de crear el robot a su propia imagen”.

Este álbum marcó un estilo de sonido. Indicando con todo ello el uso de una conjunción de técnicas avanzadas de edición con instrumentos electrónicamente sintetizados. Dicho sonido, pulido hasta el extremo del perfeccionismo de Alan Parsons, hizo que I Robot tuviera un impecable registro acústico, seguido de una calidad musical sorprendente.

La influencia del libro de Issac Asimov se nota en canciones como “Breakdown” y “I Wouldn’t Want to Be Like You”, donde se puede entrever la desesperación de la máquina ante la situación de querer ser hombre, vivir y sentir como un ser humano y, al mismo tiempo, rechazar la naturaleza humana, sus debilidades.

Más de 40 años después, el sonido inigualable de la apertura del álbum nos dice que ciertas obras musicales son inmunes al paso del tiempo y se vuelven clásicas: I Robot podría bien pasar por un álbum grabado en el siglo XXI. Isaac Asimov murió en New York el 6 de abril de 1992, donde fue incinerado.

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