497. Nothing else matters: Metallica
El personaje que se ha creado James Hetfield con Metallica cruza en esta canción compuesta por él a otra escena, como si de un vacío existencial se tratara. El famoso monólogo que sostiene el protagonista, a través de ella, está resuelto a base del ruido y la furia contenidos por la suavidad de las cuerdas; y cuya voz varía de color y caudal conforme se evidencia la emoción, en una electrizante anagnórisis. El tema es una cascada asertiva con melódico contrapunto. Es la encarnación luminosa que hace del soliloquio un retrato. Una transfiguración de su personaje metálico que conforme transcurre la pieza acaba teniendo carne y pathos: emociona y trasmite la fe, de la que habla, en la capacidad del ser humano para vencerse a sí mismo para ser leal con quien se ama.
Mucho antes de hablar, los seres humanos nos pusimos a cantar. Ésa fue la evolución lógica: primero, antes que nada, cantar, hacer música, y sólo más tarde, comunicarnos a través de la palabra.
Los estudios antropológicos confirman ese hecho. Al fin y al cabo, la música está presente en la naturaleza desde el origen mismo del planeta.
Melodía y ritmo. Aparece en el canto de los pájaros, en el murmullo del agua sobre las piedras, en las gotas de lluvia cayendo sobre la tierra, en las hojas de los árboles movidas por la brisa o el viento fuerte penetrando en una oquedad.
Y luego está lo nuestro, lo propiamente humano, nuestra necesidad —visceral, creo— de expresar las emociones más poderosas mediante esos sonidos misteriosos que nos salen de las entrañas y que, sin duda, se embellecieron gracias a la imitación de los sonidos del entorno.
Toda cultura se acompaña de música. Nuestro raciocinio nos pide además intelectualizarla. No existe una sola cultura que no acompañe sus grandes acontecimientos con expresiones musicales. Tampoco existe un solo individuo que no acompañe sus pequeños e íntimos acontecimientos con música. Es la gran compañera.
No hay, pues, un ser humano que no guarde en su memoria una canción. Y no hay ninguna música, ni siquiera la nacida en el lugar más remoto del mundo, que no pueda ser compartida por el resto de la humanidad (a condición, claro está, de escucharla sin prejuicios).
Esa extraordinaria armonía es la confirmación de lo que expuso hace siglos Pitágoras, un griego visionario y de oído gigantesco. Todo está interconectado por la música. Nietzsche, a su vez, reivindicó a ésta como un lenguaje originario capaz de expresar esa dimensión más íntima de la existencia: “La vida sin la música sería un error”.
El rock lo ha testimoniado en infinidad de maneras. Una de ellas es que a pesar de lo duro que se intente ser, de lo rudo que se parezca, de andarse a patadas con la vida, siempre habrá en los resquicios una canción que manifieste un ser distinto o su intención.
Pongamos por caso a James Hetfield, cantante y guitarrista de Metallica, el mismo que compuso “The Unforgiven” u “Of Wolf and Man” y que con dicho grupo obtuvo el dudoso epíteto de “la banda más peligrosa del momento” hacia finales del siglo XX, también tuvo en tales instantes un escarceo reflexivo consigo mismo y lo hizo como parte de un diálogo amoroso.
Sí, porque los metaleros (esos seres tan enfundados en su rispidez prehistórica) igualmente tienen un corazón romántico, aunque lo nieguen, y éste les late de esa manera, aunque no lo quieran.
Así que tenemos frente a nosotros a Hetfield, en un cuadro tópico: hablando por teléfono con su novia (cuestión que los astutos investigadores han confirmado y dicho que muy probablemente se trataba de una joven llamada Kristen, que fue novia del músico entre 1988 y 1990).
De esta manera tenemos al objeto (teléfono) y al sujeto (la bella enamorada de la bestia). En una escena que evoca un libro y obra teatral de Jean Coctau (una pieza de cámara llamada La voz humana, escrita por él en 1928). Tanto en uno como en la otra se cuenta una historia. En estos casos lo hace la propia voz de sus protagonistas. El universo de la voz es muy amplio, tanto que nunca se acaba por abarcarlo. El proceso de aprendizaje se va topando con hallazgos diversos que dan forma a lo contado.
Así es cuando los diálogos (o monólogos) cobran su verdadero sentido. La voz va cubriendo todas las emociones y creando una dimensión mágica. El grano especial que lo dimensiona. Es cuando el que escucha siente que la esencia de la otra persona le brotara por la boca.
Estos hallazgos modifican la percepción que se tiene de quien habla. La voz humana revela a las personas. Por eso la suavidad, la aspereza, la vibración, la brillantez, el tono, corrigen a menudo la imagen que tenemos de sus dueños, y es que la voz no sólo revela, también delata.
En el caso que nos ocupa, el de Hetfield, es un hombre con las emociones a flor de piel que usa el habla y el aparato telefónico como herramientas de conmoción y de conducción de aquellas.
Básicamente, esta historia de una canción es “un drama lírico en un acto” de 6 minutos y 27 segundos. Es el monólogo de tipo duro que “se abre” por primera vez ante su amada, que muestra su fragilidad, sus dudas, e intenta disipar todo ello y convencerla de que juntos lograrán vencer las adversidades, con una especie de mantra comunicado a través de una llamada telefónica.
Se aferra obsesivo al aparato como su tabla de salvación en esos momentos. El teléfono se convierte en el depositario de emociones tan fuertes como contenidas por largo tiempo.
So close, no matter how far
Couldn’t be much more from the heart
Forever trusting who we are
And nothing else matters
Never opened myself this way
Life is ours, we live it our way
All these words I don’t just say
And nothing else matters
Trust I seek and I find in you
Every day for us something new
Open mind for a different view
And nothing else matters
Never cared for what they do
Never cared for what they know
But I know
So close, no matter how far
Couldn’t be much more from the heart
Forever trusting who we are
And nothing else matters
Never cared for what they do
Never cared for what they know
But I know
I never opened myself this way
Life is ours, we live it our way
All these words I don’t just say
And nothing else matters
Trust I seek and I find in you
Trust I seek and I find in you
Every day for us something new
Open mind for a different view
And nothing else matters
Never cared for what they do
Never cared for what they know
But I know
So close, no matter how far
Couldn’t be much more from the heart
Forever trusting who we are
And nothing else matters
Es de este cuadro, de estos instantes, de donde surgió una de las baladas heavymetaleras más recordadas, citadas, evocadas y tarareadas por todo rockero que se precie, pero no sólo por éstos: “Nothing Else Matters” es una canción de la que se han hecho decenas de versiones y que el grupo tiene como estandarte para sus presentaciones en vivo desde entonces (1991).
“Esa es la canción menos Metallica, la que menos iba con nosotros, la que creí que nadie querría escuchar jamás”, confesó James Hetfield en una entrevista para la publicación The Village Voice en el 2014.
De esta forma el compositor y músico trató de explicar algunas frases que contiene la pieza, como “Nunca me abrí de esta manera” o “No me importa lo que hagan”. Sin embargo, lo que prevalece son los argumentos de un tipo acostumbrado a cantar rock duro que por un momento se suavizó, se sinceró con su novia cerca del amor y la soledad. Y de ello brotó una gran canción, sin importar nada demás.