Leonardo da Vinci murió el dos de mayo de 1519, a los 67 años de edad, en la mansión francesa de Cloux (hoy Clous Lucé), al servicio del rey Francisco I. Así que ya se cumplieron los 500 de tal suceso. Este italiano fue un inventor, escritor, ingeniero, arquitecto, pintor, escultor, científico, filósofo y gran conversador, no solo del más alto nivel en cada uno de los mundos que se instauró, sino además una luminosa presencia que ha honrado a la humanidad entera.
Medio milenio desde que falleció ese deslumbrante ser sin generación que seguirá brillando con sus textos, sus óleos de delicada sonrisa, el puñado de pinturas que le sobreviven o los miles de dibujos y apuntes, esa es la biografía de un genio consumado que trabajaba incluso cuando estaba dormido.
Escribió textos doblados sobre sí mismos e insertados unas dentro de los otros que formaban cuadernos, hechos con diminuta escritura (de derecha a izquierda, solo legible con un espejo) y donde insertaba sus diagramas sobre diversas observaciones. Se calcula que fueron 30.000 páginas las que debió de escribir —de las que 7,000 han sobrevivido hasta hoy— que certifican la inmensidad de un artista dedicado a la física, la arquitectura, la botánica, la escultura o la filosofía, etcétera, etcétera.
Se cumplieron cinco siglos de su muerte, y al borde de ella quiso que su cuerpo fuera llevado en procesión, que se dijeran por él tres misas mayores y 30 menores, que se repartieran 18 kilos de cera para alumbrar con cirios las iglesias y que, para su funeral, hubiera 70 velones que fueran llevados por 70 pobres a los que se les pagará a tal efecto. Esas fueron sus últimas voluntades, cuyo paso mortuorio hoy calificaríamos de performance, porque a Leonardo da Vinci finalmente también le gustaba ser un espectáculo.
Cuando Leonardo da Vinci accedió a la corte de los Sforza, en Milán, procedente de la Florencia de Lorenzo de Médici, llamado el Magnífico y mecenas de muchos artistas de la época y en cuya corte trabajaba el padre de Leonardo, éste lo envió al Ducado de Milán para ganarse los favores de un poderoso aliado, como peculiar ofrenda para asegurar la paz entre las dos potencias italianas.
Su estancia en Milán fue prolongada y resultó prolífica en realizaciones. Llegó con 31 años y una carta de presentación que se escribió él mismo. En aquel sitio gobernaba Ludovico Sforza, regente del Ducado, de instrucción humanista y también mecenas de las artes. Tomó bajo su manto de buen grado al joven florentino. No sólo como pintor sino como muchas cosas a la vez. En su corte Leonardo trabajó de arquitecto, músico, escultor e ingeniero. Pero, sobre todo, se encargó de ser animador de las fiestas que organizaba su jefe.
En las cortes del Renacimiento italiano los nobles rivalizaban por ver quién daba las mejores fiestas, organizaba los espectáculos más impresionantes, mostraba las maravillas más memorables. Da Vinci se mostró verdaderamente ingenioso inventando atracciones para el público y construyendo tramoyas. Fue en aquella época, en 1495, cuando diseñó uno de sus mayores espectáculos: presentó a un caballero mecánico, cubierto de una armadura de placas a la moda germánica del siglo XV, que podía sentarse, levantarse, mover los brazos y la cabeza.
Este primitivo robot humanoide tenía las proporciones ideales del cuerpo humano, plasmadas por el artista en el Hombre de Vitruvio algunos años antes. Leonardo había estudiado a conciencia la anatomía. Hacía bocetos de gente de toda ralea para sus estudios y fue de los pocos que se arriesgó a diseccionar cuerpos en aquella época.
También exploró a fondo la biomecánica. Aquel caballero mecánico, el Automa cavaliere, por su nombre en italiano, reunía parte de estos conocimientos. Se ha especulado que su interior era de madera, con elementos de cuero y metal, y que sus funciones imitaban las de una persona.
Este invento permaneció perdido en el tiempo durante casi cinco siglos. Hasta la década de los cincuenta en que el historiador Carlo Pedretti, especialista en Da Vinci, encontró unas páginas intrigantes entre una nutrida colección de documentos del artista, que eran la primera noticia que se tenía de un autómata con forma humana diseñado por él. Además de levantarse, sentarse y mover los brazos y la cabeza, se cree que el robot emitía sonidos por la boca mediante un mecanismo de percusión.
Los investigadores de la vida de Da Vinci creen que el Automa cavaliere fue construido en su tiempo, aunque no hay ninguna prueba documental que lo confirme, pero sí han asegurado, en cambio, que el robot se ha podido construir y es plenamente funcional. Varios proyectos han logrado reproducir la máquina según los diseños del inventor. Es probable que 500 años atrás, en alguno de los festejos que organizaba Ludovico Sforza en su palacio, Leonardo se solazara con su espectáculo frente al pasmo de los asistentes cortesanos al contemplar el resultado de sus diseños.
Quinientos años después, según las informaciones periodísticas, en el 2019, apareció en escena “el primer ‘robot de salón’. Se trató de un aparato llamado Debater con forma de columna negra y voz metálica que, reza el texto, ‘razona, entiende argumentos e incluso bromea’.
Como al final todo es espectáculo en el mundo que vivimos (mercantil en este caso), en algún momento Debater se comercializará, con pequeñas adaptaciones según el mercado local. Al principio puede que solo haya un Debater por conversación, pero no es descartable que termine habiendo coloquios solo entre máquinas. Todas escuchándose unas a otras, tomando la palabra, utilizando argumentos y construyendo una charla tal vez fascinante. La pregunta ante dicho futuro que ya está aquí es ¿cómo vamos a vivir (asumir) ese mundo tecnificado en el que quizá ya ni participe un ser humano?
Como en el caso donde Da Vinci y la tecnología aparecen en una nueva espiral. Ahora en el mundo de las subastas, un espectáculo más en este quinto centenario del genio renacentista. La famosa casa de subastas Sotheby’s, puso a disposición de los interesados, por primera vez, una obra de arte generada por inteligencia artificial. Una pieza de Mario Klingemann titulada Memories of Passersby I, que tuvo un precio de salida de entre 30.000 y 40.000 libras esterlinas.
La instalación está formada por un mueble de madera que contiene un ordenador dotado con inteligencia artificial y dos pantallas enmarcadas. En estas pantallas se visualizan los retratos creados en tiempo real por la máquina; inquietantes rostros imaginarios de hombre y mujer. Esta obra no muestra un producto final comisariado por humanos, con lo que es la primera obra de inteligencia artificial completamente autónoma.
Las imágenes que aparecen en la pantalla no siguen una coreografía predefinida, sino que son el resultado del análisis en tiempo real: la máquina contiene los algoritmos necesarios para generar retratos nuevos siempre que esté funcionando, sin repeticiones. Si bien el resultado ha sido comparado con obras de Francis Bacon, los pares de retratos han sido influenciados por obras de entre los siglos XVII y XIX.
La tecnología ha tenido desde siempre el beneficio y apoyo de las vanguardias, pues ha estado abierto para ellas y para todos sus profetas, sin límites ni restricciones. Estos últimos pugnan sin descanso por dar rienda suelta a “la obsesión lírica de la materia”; por liberar a las máquinas de cualquier sujeción; por abolir la esclavitud del cliché mecánico y por divulgar la belleza del sonido artificial.
La de la tecnología es una nación industrializada que ha asumido su condición intelectualmente y promovido el experimentalismo artístico interesado en el proceso de cambio y asimilación; en la manera de pensar y producir. La triple orientación ha dado lugar a una intensa e histórica búsqueda en las relaciones entre arte y tecnología, la high-tech, concebida ésta como la máxima manifestación cultural, la cual vino a romper con todo, incluyendo la rigidez sobre la manera en que debía mirarse, escucharse o asumirse lo creado a su semejanza, por lo humano, sin serlo. Leonardo Da Vinci lo pensó, diseñó y puso en práctica hace 500 años. Como experimento de la ciencia y el arte. Con el agregado colateral del espectáculo, del que también era Maestro.