Escucha y/o descarga el Podcast:
Para Paul Frederick Bowles (Nueva York, 1910 – Tánger, 1999), el trabajo de escribir música y el de escribir palabras eran excluyentes entre sí. En la infancia y adolescencia fue autor de relatos y poesías. Posteriormente se inclinó por su otra vocación: la música. Bowles abandonó la Universidad de Virginia después del segundo semestre para no volver nunca más.
Sus proyectos se encaminaron a dejar la casa paterna y viajar a París, para conocer a Gertrude Stein. Todavía en Nueva York había estudiado música con Aaron Copland, compositor al que estuvo muy ligado. Una vez en París, continuó sus estudios musicales con Virgil Thompson, a sugerencia de Stein. Esta escritora tuvo una gran influencia sobre el joven Bowles, y ella también le sugirió visitar el norte de África –Tánger, concretamente–, consejo que le acarreó una experiencia de impresión duradera.
Como compositor, Bowles –inscrito en la corriente de la Gebrauchsmusik— produjo una buena cantidad de música de acompañamiento para obras de teatro contemporáneas como My Heart’s in the Highlands de William Saroyan, Summer and Smoke de Tennessee Williams y varias más. Escribió tres óperas: Denmark Vesey (1937), The Wind Remains (1943) y Yerma (1958), las últimas basadas en textos de Federico García Lorca.
Asimismo, cuatro ballets: Yankee Clipper (1937), The Ballroom Guide (1937), Sentimental Colloquy (1944) y Pastorela (1947). De igual forma, compuso una Suite para orquesta pequeña (1933), la Melodía para nueve instrumentos (1937), Danza Mexicana (1941), Sonata for Two Pianos, Winds and Percussion (1947), Suite for Medium Voice con texto de Jean Cocteau. Y también creó algunas canciones, entre ellas: «They Can’t Stop Death», «Night Without Sleep», «Song for My Sister» y «When Rain or Love Began», y música para películas cuyos detalles y referencias pueden encontrarse en su autobiografía Without Stopping (1972; Memorias de un nómada).
Después de darse a conocer como autor de novelas y relatos, le dedicó escaso tiempo a la composición musical. Su primer libro importante fue The Sheltering Sky (El cielo protector) de 1949, que años después llevado a la pantalla por Bernardo Bertolucci.
A esta obra le siguieron un puñado de novelas (Let it Come Down, The Spider’s House y Up Above the World, entre ellas), muchas colecciones cuentos, libros de viajes y numerables poemarios. La mayoría de sus libros de ficción se ubican en el norte de África (principalmente Marruecos), donde el autor se estableció definitivamente después de la Segunda Guerra Mundial.
El cielo protector es una obra tripartita, que se desmenuza en treinta capítulos y está “firmada” en Fez (Marruecos) por un tal Bab el Hadid. Los protagonistas de la misma son un solvente trío de estadounidenses, que vagabundean por el mundo en el momento inmediato al final de la Segunda Guerra Mundial. Han podido viajar en un carguero desde Nueva York a Argel para iniciar un recorrido por África del Norte, con el azar y la imprecisión como únicas brújulas.
El joven y refinado matrimonio de Nueva York, formado por Port y Kit Moresby, desembarca con la intención de viajar al desierto norteafricano acompañados de su amigo Tunner. Bajo el desconocido e impresionante paisaje que los rodea se esconden los peligros de una cultura que les resulta completamente ajena y un entorno natural hostil. Poco a poco, ambas cosas los conducen hasta los límites de la crueldad y la razón. La novela conlleva una fuerte carga idiosincrásica, anarquista, existencial, corrosiva y nihilista.
El escritor Tennessee Williams, escribió en The New York Times Book Review, en el mismo año de la publicación del libro, que: “En su aspecto externo, la novela es la narración de una asombrosa aventura. En su aspecto interno, es una alegoría de la aventura espiritual del hombre plenamente consciente de la vida moderna”. El cielo protector es la obra más aclamada de Paul Bowles y una de las cumbres de la literatura del siglo XX.
Su anécdota autobiográfica trata en realidad de las vidas paralelas, distantes y difíciles del propio matrimonio Bowles, Jane y Paul, una pareja elegante y exitosa (Jane ya había publicado Two Serious Ladies —Dos damas muy serias) que vivió en una era en la que la literatura también era una aventura y quienes buscaron la libertad total en nuevos escenarios.
Instalados en Tánger (desde 1947), a la que transformaron en una ciudad internacional por la que medio mundo intelectual pasó, se convirtieron en epicentro del peregrinaje al exotismo de innumerables personajes y Paul en una leyenda para una triada de generaciones literarias y musicales: la Perdida y la Beat, entre las primeras, y la del rock clásico y Psicodélico, las segundas.
Por aquella ciudad que hicieron suya en sus años dorados en los que resonaban los anhelos bohemios y cosmopolitas, circularon en un listado inacabable los nombres de Truman Capote, Tennesse Williams, Gore Vidal, Virginia Woolf, William S. Burroughs, Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Gregory Corso, Jimi Hendrix, Matisse, Cecil Beaton, los Rolling Stones, Timothy Leary, Ornette Coleman, Roland Barthes, Samuel Beckett, Jean Genet, Gertrude Stein o Marguerite Yourcenar, entre otros muchos. Los Bowles le abrieron a todos un mundo distinto y le imprimieron carácter: “Tánger es la ciudad de un sueño”, dijo Paul.
A la postre, la locura en la que se sumió la vida de Jane (demasiados excesos y promiscuidades) en aquella geografía, y que la condujo a la depresión y a la muerte (en 1973), marcó como una sombra en la vida del escritor.
Luego del fallecimiento, el autor se fue apagando en medio de la melancolía, en una especie de desdén por la vida alrededor, del que lo sacaban la música y algunos amigos. Hasta que llegó el momento en que dejó de escribir porque según dijo “ya no le quedaban ideas”. Y canalizó sus restos de energía a la traducción de autores marroquís, hasta su fallecimiento en 1999.
Por otra parte, los estudios dedicados por Bowles a la música africana influyeron en su propia producción y en correspondencia él trató de rescatar algunas de sus tradiciones musicales. A lo largo de los años Bowles grabó aunque fuera rudimentariamente los acercamientos a esta música. El motivo para llevar a cabo las grabaciones fue su temor a que estos fascinantes sonidos derivados de la vida pagana de Marruecos –sobre todo– pudieran perderse.
Y tuvo razón. El cazador cultural en la actualidad buscará en vano los cantos rituales y el acompañamiento con las palmas de las manos que Bowles grabó antaño en una de las últimas bodas tradicionales de la colectividad jilala.
La compañía disquera Sub Rosa sacó a la luz en 1990 parte de las joyas musicales que Bowles recopiló con el tiempo, en un álbum titulado Moroccan Trance Music. Además de los rituales jilala, esta antología contiene música de la comunidad gnaova, recogida en ceremonias realizadas para expulsar el mal, con fines terapéuticos y como alabanza a las divinidades primitivas.
Asimismo, Bowles influyó con su música y sus libros a muchos y distintos artistas. Dentro del rock primeramente a Brian Jones, que hizo una labor etnológica semejante a la suya y grabó por aquellos lares The Pipes of Pan at Jajouka. Brian viajó a Yahyuca, con su novia Suki, un ingeniero con diversos micrófonos y un magnetófono Uher. De guía le sirvió Brion Gysim, amigo de Paul Bowles y gran personaje del mundo underground literario y musical.
El objetivo de Jones era grabar los ritos paganos de aquel pueblo del Rif. Fueron un par días alucinados que generaron unas cintas que, tratadas en Londres, se publicaron, cuando Brian ya había fallecido. Y colocaron en órbita a los músicos de Yahyuca que se convirtieron, en palabras de William Burroughs, “en una banda de rock ‘n’ roll con 4 mil años de edad”.
Pero Bowles también inspiró a Sting, un ávido lector y conocedor musical, con la composición que éste hizo para el disco Synchronicity (1983) de Police, y a la que tituló «Tea in the Sahara», pieza con la que cierra dicho álbum. Cosa semejante sucedió con el grupo King Crimson y su composición homónima «The Sheltering Sky», incluida en el álbum Discipline (1981). Al igual sucedió con los mismos Rolling Stones que en su disco de 1989, Steel Wheels, le dedican un tributo con la pieza “Continental Drift”.
Aquella Tánger de mediados del siglo XX fue una ciudad que caló en las mentes de los pintores africanistas, de los estetas del orientalismo, de los músicos de diferentes épocas, así como en los escritores que buscaron en su laberinto algo diferente. Pero, ¿qué tenía Tánger que la hizo única? Que era una ciudad que parecía un escenario nacido de la literatura. De la de Bowles, por supuesto.