Lolita

Libros canónicos (8)

Por SERGIO MONSALVO C.

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El trienio 1955-1958 trajo consigo la modernidad a la vida estadounidense, y por extensión al mundo entero (fue cuando inició su andar como país exportador de ella). Como todo avance en ese sentido, implicó traumatismos sociales y antagonismos, que en estos años tuvieron múltiples escenarios, adalides y el mismo discurso reaccionario.

Curiosamente la triada comenzó con una trasgresión léxica y sonora a todo pulmón, “¡Awopbopaloobopalopbamboom!”, y culminó con la creación del primer arquetipo heróico de una nueva ficción rítmica: “Johnny B. Goode”.

La primera (onomatopeya) con Little Richard, interpretando el estruendo, el más electrizante que se había escuchado jamás y perorando que comenzaba su reinado en la construcción de un nuevo artefacto musical. El segundo (el arquetipo) con Chuck Berry, el hacedor de la lírica. Creó los primeros himnos dedicados a dicha novedad. Su fresca temática fue convertida en protagonista.

Hubo la observación pormenorizada de una nueva cultura popular, con los ingredientes del automóvil, el baile, la iniciación sexual, la comida, etcétera, que creaban, vivían y consumían los adolescentes. Las fuerzas vivas los llamaron pervertidores por «impulsar, inducir e incitar a los menores a darse al libertinaje». Los señalaron como «inventores de esa música indecente». Así nacía el rock & roll, cuyos saxofones, guitarras y tambores, según ellos, borraban todo vestigio de racionalismo.

El conservadurismo agregó que este ritmo salvaje ponía de relieve la libido primordial contra la que el hombre blanco había tratado de erigir una barrera.  El rock and roll nació con esta mitología sexual para un nuevo estrato. En la posguerra la Unión Americana se encontró, por primera vez en la historia, con el concepto «adolescencia».

Ésta era una enorme masa juvenil que nunca había sido tomada en cuenta, la cual empezó a crearse su universo, otros códigos de conducta, otros gustos y formas de relacionarse. Y a la vez se negaba a aceptar los valores establecidos por la generación anterior. Al comienzo de la década de los cincuenta, las baladas y los cantantes melódicos fueron relegados.

La nueva sonoridad era un producto orgánico compuesto de acción, sexo e historias cotidianas. Los adolescentes estaban dispuestos a oír una música que expresara cómo se sentían. El rock and roll les sirvió de estimulante.

Tras Richard y Berry apareció Elvis Presley, quien encarnó para el joven público blanco la imagen sexuada que únicamente había acompañado a los negros. No sólo aportó a las melodías su personalidad en lo vocal sino que hizo de su cuerpo  y de la guitarra los instrumentos principales y simbólicos de la nueva música.

En cuanto a la imagen, Elvis mostró el advenimiento de los nuevos tiempos al compás de ella. Un mensaje urgente de la diócesis católica de Wisconsin dirigido al director del FBI, Edgar J. Hoover, advertía que Elvis era definitivamente un peligro para la seguridad de los Estados Unidos: “Sus acciones y movimientos buscan avivar las pasiones sexuales de los adolescentes. Indicaciones del daño que Presley hizo en este lugar, tras un concierto, son las dos niñas de secundaria en cuyo abdomen y muslos ha estampado su autógrafo”.

Un emergente medio de comunicación masiva, la televisión, le sirvió como plataforma. En una de sus primeras presentaciones en la pantalla chica, en un show nocturno, Elvis detuvo su veloz interpretación de “Hound Dog” y realizó una lenta versión de la misma acentuándola con enérgicos y exagerados movimientos corporales. ?Esto desató la ira conservadora.

Los críticos neoyorkinos comentaron que la cultura había tocado fondo con los movimientos de Elvis Presley, “quien llevó a cabo una exhibición sugestiva y vulgar, teñida de los niveles de salvajismo que debería ser exclusivo de los prostíbulos”. Por este hecho cuando apareció en el famoso Show de Ed Sullivan sólo le hicieron tomas de la cintura para arriba, mientras cantaba, volviendo legendaria esta forma de censura.

LOLITA

VLADIMIR NABOKOV

Bajo esa atmósfera de controversia sicalíptico-musical emergió Lolita, que había sido salvada del fuego, rechazada, tildada de pornográfica, indecente, inmoral y epítetos semejantes, por cuatro editoriales estadounidenses por lo que Vladimir Nabokov, su autor, la envió a Francia para que finalmente fuera publicada en dos tomos por la Editorial Olimpia Press en 1955 y, tras el éxito, en la Unión Americana en 1958.

El argumento sobre la obsesión de un hombre cuarentón por una niña de 12 años, inició entonces un polémico periplo que aún no termina. Los epítetos mencionados siguen repitiéndose y agregándose algunos más. Sin embargo, esta historia (una road picture) de perversión, crueldad, huida, locura, dolor, amor retorcido y muerte se ha mantenido incólume por su belleza intrínseca.

Así es, la sutil fuerza con la que está construida ha prevalecido sobre la narración con muchos argumentos a su favor: por la seductora elocuencia del personaje (que extrae la ética a la novela y conquista la ambigüedad del narrador para la novela moderna), por su sofisticación técnica y estructura inteligente, plena de evocaciones culturales, pastiches, juegos de palabras, referencias populares, prodigiosa voz narrativa, humor, sátira hacia las instituciones, profesiones y quehaceres, crítica hacia el país y su clase media y su percepción en la creación de un arquetipo y la universalización de un nombre para referirse a cierto tipo de preadolescente, sexy e inocente.

Méritos todos que la hacen una obra de vanguardia y estilo lúdico. “Una obra de ficción como ésta sólo existe en la medida en que me proporciona un placer estético”, explicó Nobokov. Y en ello está la clave de su maestría. En esencia el verdadero protagonista de Lolita es el lenguaje, por encima de todo. Por su entramado lingüístico limpio, preciso y virtuoso.

“Todo el arte verbal de Nabokov está al servicio de la percepción –escribió el Premio Nobel Mario Vargas Llosa, al respecto–. Todo lo que cuenta tiene profundas raíces en lo más trivial del ser humano: el deseo, la fantasía, al servicio del instinto” (un precepto fundamental igualmente para el género musical que emergía y que intoxicaba todo el contexto social en el momento en que la novela apareció).

Lo que dice este libro es que lo superfluo no existe, que nada se arregla finalmente; que el dolor es el dolor y el deseo opcional, y cuando no hay manera de contenerlo se reac­ciona con ira. Por eso no hay empatía con sus personajes y su fatalidad, no puede haberla.

El enigma que se plantea en el libro no es el criminal con el que se juega durante todo el relato, sino el humano. Tras su lectura se corrobora aquello de que de ninguna obra maestra se sale indemne, nadie sale como entró en ella. Por eso sobre Lolita siempre hay algo más que decir, cumpliendo lo que Italo Calvino decía que un buen libro debía tener: estructura inteligente, lenguaje propio y decir algo nuevo.

Contener todos estos elementos ha provocado la lectura y el análisis constante. Ha sido tal el impacto, que importantes cineastas han intentado llevar su historia al cine: Stanley Kubrick lo hizo (con Sue Lyon como nínfula) y Adrian Lyne (con Dominique Swain), sin conseguirlo plenamente. La conciencia trasgresora del protagonista se les ha escapado, porque eso es prácticamente imposible de ponerlo en imágenes.

No obstante, la irrupción del cine provocó que Lolita volara de la página a la pantalla, y de ésta saliera (rompiendo la cuarta pared) para adentrarse en la vida. Y en ese punto es precisamente donde se encuentra el tesoro del libro. En el tratamiento que Nabokov le dio.

Lo creó a base de escritura y de su herramienta principal, el lenguaje, con el que consiguió producir una obra maestra literaria. Esta es, pues, una novela para meditar, imaginar y disfrutar con la belleza de su lenguaje.

Para el rock nació en medio de la vibración del beat en canciones como “C’mon Everybody”, “Dizzy Miss Lizzy”, “Summertime Blues”, “Jailhouse rock”, “Sweet Little Sixteen”, “Rave On” o “King Creole”, además de las icónicas ya mencionadas al principio: “Tutti Frutti” y “Johnny B. Goode”, que trasmitían el despertar de la tensión sexual en la primera generación rockera, que impuso condiciones distintas para ser tratada y para desarrollarse a partir de entonces.

Acompañada por la electricidad de las guitarras, el sugerente e instintivo movimiento corporal y el nuevo lenguaje empleados, Lolita fue un símbolo más en la gestación de la cultura adolescente, que irrumpió en el imaginario colectivo con una fuerza inédita y, para muchos, amenazadora.

La cultura rockera ha evocado a Lolita en distintas épocas y ámbitos. Del blues al pop, del rhythm & blues a la New wave. De Police a Lana del Rey, por ejemplo.

Vladimir Nabokov, ese talentoso escritor y genial vanguardista, siempre buscó ubicar la obra en nuevos espacios desde donde poder apelar al público. Con Lolita de la mano con el arte lo sigue haciendo. La subversión a través de la belleza.

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