Carta a Kumiko
La luna como testigo
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Querida Kumiko:
Antes que nada te ofrezco una disculpa por haber tardado en responder a tu última carta (me parece fantástico mantener este tipo de correspondencia, epistolar, escrita a mano, en una época en que eso ya no se usa, ni importa imginar la personalidad, las emociones de tu remitente por su caligrafía. Qué bueno que convinimos en hacerlo así).
Lo de la tardanza se debió a que estoy absolutamente inmerso (y con unos horarios imposibles) en ese proyecto documental, del que ya te había comentado, sobre la estancia de John Lennon en esta ciudad y su legendario Bed-In, y que será parte de las celebraciones del cincuenta aniversario de tal acontecimiento que tienen planeadas las autoridades culturales para entonces.
Pero ahora lo hago con doble gusto porque, además, tengo que platicarte acerca de la exposición que sobre Tsukioka Yoshitoshi montó el Nihon no hanga, ese museo privado al que fuimos antes de que regresaras a Japón, ubicado en una casa antigua del Kaizersgracht, y cuya materia estuvo basada en su mítica serie Tsuki Hyakushi (Cien aspectos de la luna), que realizó a fines del siglo XIX. Su obra maestra.
Tengo que agradecerte infinitamente el listado de personajes que me proporcionaste de aquella cultura y que debo conocer. No tienes idea de lo que disfruté al descubrir el trabajo de este artista, las sorpresas que tal visita me deparó y que voy a desglosarte como me pediste que hiciera con cada uno de ellos.
Comenzaré por el final. Creo que esta serie de imágenes es el summum de todas las ideas estéticas de Yoshitoshi. Es curioso, pero como acostumbran los hai-kus, y el que le dedicaron cuando murió señala la esencia de su búsqueda y encuentro. Poesía para describir poesía.
yo o tsumete
terimasarishi wa
natsu no tsuki
(conteniendo la noche
con su resplandor creciente
la luna del verano)
Perdona la versión aproximada que hice al español, vía el inglés, y espero tus modificaciones al respecto. Considero que en esas palabras se conjugan muy bien todos los aspectos que ese maestro japonés trabajó durante su vida: los momentos históricos que fueron creando la cultura nipona, las tradiciones, el heroísmo, los relatos fantasmales y la dimensión maravillosa que detenta lo cotidiano y lo sensual, con la luna como testigo de fondo de todo ello.
Aprendí que Yoshitoshi fue un personaje reconocido como el último gran maestro del arte llamado Ukiyo-e y por ser un gran innovador de sus formas. En las que incluyó la cultura del Japón feudal tanto como del moderno. Que entre sus innovaciones estaba su marcado interés por las novedades provenientes de Occidente, tanto como la preocupación por conservar algunas tradiciones.
Según he leído, las raíces del Ukiyo-e datan de la urbanización que transformó al país y que tuvo lugar a finales del siglo XVI, lo que llevó al desarrollo de una clase de comerciantes y de artistas que comenzaron a escribir historias o novelas y a pintar imágenes, ambas cosas fueron compiladas por primera vez en libros ilustrados, conocidos como ehon.
El arte Ukiyo-e era comúnmente utilizado para ilustrar dichos libros, pero se desarrolló por su cuenta y se transformó luego en impresos de una sola página, en postales o en carteles del teatro kabuki. La inspiración para realizarlo provenía originalmente de los cuentos chinos y su narrativa estaba basada en la vida urbana y la cultura del momento. Todo esto tenía un propósito comercial y se volvió muy popular.
Sin embargo, la poesía también estaba inmersa en ello como invitada. La Luna se impuso como un astro importante, pero igualmente como un símbolo desde que el mundo es mundo, y en ella se depositaron los deseos, las inquietudes, los testimonios, las ilusiones, los desamores o la memoria de cada uno. La Luna, asimismo, es la otra parte de todos.
Porque, como escribió Beaudelaire de este lado: “[La Luna] se entrega a prolongados éxtasis./ Y pasea su mirada sobre visiones blancas,/ Que ascienden al azul igual que floraciones./ Cuando sobre este globo, con languidez ociosa,/ Ella deja rodar una furtiva lágrima,/ Un piadoso poeta, enemigo del sueño,/ toma la fría gota como un fragmento de ópalo de irisados reflejos./ Y la guarda en su pecho, lejos del sol voraz».
Así es como ambos hemisferios se complementan en la lírica lunar del ayer. Porque hoy, te pregunto: ¿A alguien todavía le importan esas cualidades del astro, toda la poesía que ha creado? El comercio, que tanto rodeó a Yoshitoshi en su época sigue metiendo mano en la relación de las personas con el aquel cuerpo celeste (para pesar de lunáticos y soñadores).
Ahí te van los datos duros: Los negociantes ya han comenzado a vender terrenos en la Luna (¿a quién le pertenece?) y hasta el momento han despachado hectáreas por un valor de 4 millones de libras esterlinas, según las notas económicas. Por ahora, aún tenemos la poesía escrita y la de las imágenes de Yoshitoshi.
Sin embargo, también nos queda la música y aquí es donde te voy a poner de tarea escuchar las obras que el género rockero nos ha legado para vivir de alguna manera la experiencia de convivir con la Luna. Recuerda que cada disco, cada tema, cada track es una posibilidad para reforzar el lazo cosmogónico que nos une a ella y nos proporciona una perdurable imagen auditiva.
Cinco discos para empezar: The Dark Side of The Moon (Pink Floyd), Man on The Moon (R.E.M.), Harvest Moon (Neil Young), Hécate de Ordo Equitum Solis y Moondance de Van Morrison.
Y siete canciones: “Blue Moon” de Elvis Presley, “Moonshadow”, de Cat Stevens, cuando aún se llamaba así, “Kiko and The Lavender Moon” de Los Lobos, “Walking on the Moon” de Police, “Moonage Daydream” de David Bowie, “Moonlight Drive” de los Doors, “Marquee Moon” (de Television) y “The Whole of the Moon” de los Waterboys, por ahora.
Todos esos discos y todos esos tracks son importantes por su contenido y por su contexto. También te recomiendo ver y sentir la antigua inocencia en una película como Viaje a la Luna de George Meliés. Espero que los disfrutes, así como yo lo hice con la exposición de Yoshitoshi.
Pero no sólo con eso, sino igualmente con la foto tuya que incluiste en la carta, con tu traje de baño amarillo, que sin lugar a dudas me hará muy cálida la espera para verte el próximo verano. Besos, abrazos y hasta entonces.