Los Evangelistas
Sembrar el Mito
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Parecen grupos resucitados, flores de veteranía que vienen de vuelta de todo. Bandas con sabor a buenos tragos y personalidad escénica sin alardes, con suculentas dosis de country, de blues kemosabe, de gusto por la guitarra de botas polvosas y cuotas garageras, con presencia desenfadada y ganas de pasárserla bien. Condiciones éstas para acceder al certificado de autenticidad como divulgadores de la esencia.
Así como el garage o el rockabilly, este subgénero (roots-rock), al que los historiadores de la música utilizan de quita y pon para no comprometerse a fijarlo en el tiempo, posee una definición tan sencilla como de intrincado desarrollo. Por lo tanto hay que ir por partes en su explicación.
En primera instancia se debe decir que, al igual que aquéllos, es un estilo emblemático. Un representante de las esencias más puras del rock and roll, cuyos ejecutantes son lo mismo una comprobación constante de la revelación de tal arcano, como avatares que aparecen y desaparecen a discreción, como llamadas de atención.
Es decir, son historia y guardia pretoriana al servicio de un santo grial sonoro. Su existencia se lee como novela negra y se ve como una road movie. Es flexible en su ubicuidad y firme en su propósito: mantener viva la llama de un sonido que, estoicamente, invita a la amalgama intergeneracional, mientras combate con su sola presencia a aquellos que intentan disolverla.
Asimismo, de manera paradójica, cada uno de sus intérpretes es tan contundente y su obra tan sólida que por lógica elemental deberían ser considerados y tratados como superestrellas, y sin embargo, no lo son. Por el contrario, la mayoría de ellos continúan en el primer circuito de la escena: en el camino. Con sus bares y moteles, con sus historias fugaces de pérdidas y soledades, de amores y ocasos.
Obviamente, hay quienes han trascendido esa barrera y hacen constar en grandes conciertos de estadio su importancia, pero son los menos (Bruce Springsteen y la E Street Band, R.E. M., John “Cougar” Mellencamp o Bob Seger & The Silver Bullet Band, por mencionar algunos).
Sin embargo, los más permanecen en sus campers, en sus camionetas, transportándose ellos mismos, a sus instrumentos y quizá con un roadie al volante (al que incluso pueden utilizar como músico en caso necesario).
Entre los entendidos (músicos, productores, relatores de la historia del género) su moneda es de alta cotización; su obra, fuente de admiración y placer y sus discos, objetos de colección. La mayoría posee el reconocimiento de sus maestros y una razonable lista de seguidores.
Otros, como en mi caso, los convertimos también en compañeros solidarios y de nocturnidades. En verdaderos guías para la educación sentimental, a cualquier edad, en cualquier momento. Son la llave para lo que apuntaba Lucas J. J. Malaisi como “el proceso de enseñanza de las habilidades emocionales”. Son el mejor acompañamiento para quien busque entenderse en las relaciones con el mundo y compartir lo vivido Tête-à-tête.
El inicio de los años ochenta trajo el uso de sintetizadores y a MTV. Era una reacción de la institución contra el legado punk, se buscó borrar su acontecer desde la industria. La acción que los auténticos rockeros tomaron fue la de recordar los fundamentos, establecer las prioridades y mostrar lo genuino.
A dicha acción se le llamó de distintas maneras (cow-punk, raider-rock, desert rock, Heartland rock o rock de guitarras), según el punto cardinal al que se refirieran. Y nombres como R.E.M., Long Ryders, Green on Red, Three O’Clock, Dream Syndicate o Rain Parade enarbolaron el estandarte de lo que siempre ha sido nuevo, frente a lo de moda.
Muchos kilómetros errabundos precedían a estos “caballeros andantes”, que exhibían entre sus armaduras la llama del rock sin esteticismos y lo divulgaban con energía. Los integrantes de aquellos grupos habían nacido con ello, entendían y recordaban a quien se los preguntara, que “el rock no era solo un sonido a consumir, un producto: era, sobre todo, una actitud”.
El objetivo de tales bandas no estaba en las cuentas bancarias ni en la lista de éxitos. Su camino y fin pasaba por ennoblecer la guitarra eléctrica, su instrumento, y en sentirse una persona común y corriente con algo qué decir, de la manera más sincera.
Y así lo hicieron desde entonces formaciones consecuentes como Let’s Active, Guadalcanal Diary, Jason and The Scorchers, The Blasters, Los Lobos, JJ Cale, Little Village y Violent Femmes, entre otros. Los hubo desde el country y fueron verdaderos cowboys eléctricos; los hubo desde la raíz del rockabilly, pero también se encontraban en el centro del país y en las regiones fronterizas, como Alejandro Escobedo.
Uno de esos paladines que destacó siempre y durante cuatro décadas, hasta su muerte reciente, fue Tom Petty, quien con sus Heartbreakers provocó momentos memorables en el aparato de sonido o sobre el escenario. Y siempre con una proyección que iba mucho más allá de la música.
Su avalancha de decibeles no era la del estallido sino la del magma que avanza lenta y contundentemente, cubriéndolo todo a su alrededor. Era algo que una vez iniciado ya no se le podía parar y a quien lo escuchaba lo envolvía todo y le sacaba la basura acumulada y le daba una razón, cualquiera, para continuar.
La suya era una intensidad feroz, contenida, pero a la que se intuye hirviente. Definida en aquellas guitarras que hablaban de épicas escondidas y derrotas cotidianas. Como las que sufre quien ha vivido días sombríos y momentos depresivos, pero de los que se vuelve porque no hay de otra, por una adicción sin sentido por la vida.
Retornaba así una y otra vez el frágil Petty custodiado por los rompecorazones solidarios, y con ellos entonaba su un gran acervo emotivo, esas difíciles relaciones amorosas con mujeres imprevisibles o de hechos que van forjando la mística del perdedor que con el tiempo aprende a asimilar sus caídas y continuar en la brega.
Contra el destino nadie la talla, dice en sus letras un rufián tango vernáculo. Petty, con el rock and roll como aval también cantaba al respecto pero, al contrario de aquél, decía que ante dicho destino hay que echar mano del tezón y hacer savia real de cada golpe de vivencia.
Por eso sus discos son materia preciada por todos aquellos que suman (o restan) y siguen. Por eso se le va a extrañar y mucho, por eso cada noche en algún lugar, sobre un tocadiscos, volverán a arder sus canciones que iluminarán oscuridades.
O.K., se fue Tom y lo lamentamos realmente, pero aún nos quedan muchos otros con el embrujo rockero: Giant Sand, Beat Farmers, Coal Porters, Dan Stuart, Lucinda Williams, Blue Nile, Howlin’ Rain, Jayhawks, Dayna Kurtz, Ryan Adams, Blue Rodeo…La lista puede alargarse sin dejar de sorprender por algún nombre al que se creía desaparecido, pero que sigue ahí.
Porque de eso trata esta forma musical, de su lejanía de los focos mediáticos y con el estigma de la indiferencia general. Pero esos grupos poseen el aura y la gloria de los pioneros, son grupos que parece que han estado ahí toda la vida, y sí lo han estado, pero con diferentes nombres.
Son poseedores de un repertorio brillante, que no busca imponerse mediante la descarga de watts. Su ambiente no son los grandes festivales ni las salas o auditorios gigantescos, no. La suya es otra historia, como ya dije, una que combina lo bien hecho con presentaciones cargadas de sabiduría.
Donde cada vez que uno los ve o los escucha es capaz de asegurar que cuentan con el mejor guitarrista de acompañamiento del mundo. ¡Todos! ¡Es Increíble! Llenan con su fuerza los escenarios pequeños y medianos. Llevan todo el tiempo en la carretera y escriben canciones que se cuelan por los intersticios de la biografia personal.
Y, de esta manera, conquistan con su autenticidad a todos los que saben que el rock sigue ahí, y que alguien tiene que contar su historia Porque pocos como ellos poseen el extraño don, que se erige en una formidable reivindicación de lo mejor del rock and roll, en la época que sea.