Sam The Sham
El faraón invitado
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La fecundidad creativa del año 1965 no tiene parangón y representa uno de los momentos más felices para la historia de la música contemporánea. ¿Por qué? Porque nunca, desde entonces se han escrito tantos temas que se volvieran clásicos instantáneos, hímnicos y finalmente canónicos.
Esto se realizó en los cuatro géneros que permearon la sonoridad de dichos tiempos: jazz, soul, pop y rock, y cuyos ecos han permanecido a lo largo de las décadas. En el área sincopada descendió desde lo alto “A Love Supreme”, de John Coltrane, como un milagro de la encarnación del misticismo en el sax.
En el soul brotaron “Stop in the Name of Love” y “My Girl” (piezas perfectas), y la producción de Fame, Stax y la Motown pusieron la materia prima al alcance del mundo en general. Y allende el océano, en la Gran Bretaña, se alimentaron de ello y lo enriquecieron con sus propias perspectivas, tan propositivas como modernas.
La Ola Inglesa arrasó entonces, como un tsunami, diversas geografías. En los Estados Unidos en el lapso de un año se instaló en sus estadios, auditorios, en sus listas de éxitos y en los garages de su territorio en pleno. Todos querían oír tan sólo a los Beatles, a los Rolling Stones, a los Who, a los Them, a The Animals, a los Yardbirds, a los Dave Clark Five, a Manfred Mann, a The Zombies…
Un listado de las canciones que ocuparon los primeros lugares de popularidad dará una idea aproximada de lo que se fraguó en aquel año: “(I Can’t Get No) Satisfaction”, “My Generation”, “In My Life”, “Gloria”, Heart Full of Soul”, “Yesterday”…
Todos los intérpretes habían bebido de las fuentes del soul y dichas aguas las adaptaron a sus propios repertorios, así como lo habían hecho con el rock and roll y el rhythm and blues, corrientes desechadas o expulsadas de la escena musical estadounidense, que hasta la llegada de los Beatles se solazaba con baladitas asépticas de Bobby Vinton, Tommy Roe o Pat Boone.
En 1965 las radios de todo el mundo, prácticamente, llenaban sus emisiones con los temas de la Invasión Británica. Los grupos de garage, fundados ipso facto bajo su influencia, se preguntaron “¿y por qué nosotros no hacemos algo?” y aquello creció y dio lugar al florecimiento de escenarios diversos y a la cosecha de decenas de canciones inolvidables y señeras.
Un año esplendoroso, que sumaba ya temas como “Like a Rolling Stone” (el insuperable track de todos los tiempos), “Do You Belive in Magic?”, “Mr Tamborine Man” y el presagio de una gran cascada creativa y cambio de curso para la música popular.
Se iluminó de repente una zona que se creía desierta: el rock chicano. La exposición que había logrado Ritchie Valens con “La Bamba”, “Donna”, “Come on Let’s Go” o “Rockin’ All Night”, entre otras piezas, se esfumó con su muerte prematura, sin embargo, hubo promotores visionarios que no cejaron en señalar que ahí dormía un gran filón y no abandonaron la idea hasta demostrarlo.
El éxito del malogrado músico representó un fuerte impulso para los chicanos que aspiraban a ser rocanroleros. La fama adquirida por Valens sirvió para convencer a algunos productores independientes de que posiblemente valiera la pena ayudarlos.
Lo que habían hecho los Isley Brothers con la mezcla musical de “La Bamba” en la festiva pieza “Twist & Shout” produjo que hubiera varios grupos tales como los Mixtures y Ronnie and the Pomona Casuals, integrados por negros, blancos y chicanos, que eran llamados a ambientar las fiestas estudiantiles.
En 1965 los grupos se comenzaron a formar en todas partes, dando con ello inicio a una edad de oro de tal sonido, sobre todo en Este de Los Ángeles. Billy Cárdenas, productor independiente, se propuso la tarea de crear una compañía que lo promoviera.
Para lograr este fin le expuso el asunto a Eddie Evans, el más importante productor del Este de Los Ángeles, y le presentó además a los grupos a los que quería apoyar: los Premiers, Cannibal and the Headhunters y Thee Midniters.
Los dos últimos obtuvieron prestigio con sus versiones de “Land of a Thousend Dances”, incluso antes de que la canción fuera grabada por Wilson Pickett, por lo cual fueron llamados para ser teloneros de los Beatles, en su presentación en el Sam Huston Coliseum y otros lugares de los Estados Unidos, los primeros, y para el concierto celebrado en el Tazón de las Rosas, junto con The Turtles, Herman Hermit’s y Lovin’ Spoonful, los segundos.
Tal espaldarazo cundiría a la postre por otros lares, como en Michigan con Question Mark & The Mysterians (admirado precedente del punk, con “96 Tears”) o en el Sur de la Unión Americana con formaciones integradas con chicanos como la texana Sir Douglas Quintet (pionera del rock tex-mex con “She’s About a Mover”) y la agrupación que rompería con todo pronóstico: Sam The Sham & The Pharaohs, procedente de Memphis.
Domingo Samudio, conocido por su apodo “Sam”, había nacido en febrero de 1937, en Dallas, Texas, como parte de una familia mexicoamericana. En la prepa formó un grupo junto con Trini López y al graduarse se incorporó a la Marina estadounidense por 6 años, con la cual estuvo acantonado en Panamá.
Al regresar a la Unión Americana, entró a estudiar canto en la Universidad de Texas, mientras por las noches tocaba rock and roll en algún club. En 1961 integró al grupo The Pharaohs (inspirado por la ambientación y vestuario del actor Yul Brynner en la película Los Diez mandamientos), con el que grabó un sencillo pero no pasó nada y la banda se desintegró.
Un ex miembro de la misma, Vincent López, lo llamó a la postre para que sustituyera al organista del grupo The Nightriders con el que tocaba en el Club Congo de Leesville, en Louisiana. Integrado a él, Domingo cambió su nombre artístico por el de Sam The Sham.
Con un Nuevo contrato se trasladaron todos a la ciudad de Memphis para ser el grupo de casa del Club Diplomat. Tras unas semanas un par de sus miembros renunciaron y Sam tomó el liderazgo. Cambió el nombre del grupo por su anhelado The Pharaohs (con David A. Martin en el bajo, Jerry Patterson en la guitarra, Ray Stinnett en la batería y añadió al saxofonista, Butch Gibson).
Una pequeña compañía discográfica local e independiente, XL los contrató para grabar un sencillo en los nuevos estudios de Sam Phillips. Sam presentó su composición “Wooly Bully” (el nombre de su gato y con una lírica dadaísta basada en un diálogo de cotilleo plagado de modismos, incluyendo el espontáneo conteo inicial de Sam el cual combinaba el inglés y el español, de manera muy acentuada, y que se volvería legendario).
La canción se basaba en una barra blusera clásica, mezclada con la influencia del beat de la música fronteriza (conjunto) y el sonido británico, apuntalado por el protagonismo del órgano Hammond –tan usado por los ingleses– y la voz carismática de Sam The Sham.
La compañía MGM compró la canción y la lanzó al mercado junto con otro tema del grupo, “Ain’t Gonna Move”, en el lado B. Lo que sucedió a continuación fue fenomenal. El tema llegó al primer lugar de las listas de popularidad en junio de 1965, abriéndose paso entre puros temas de la Ola Inglesa. Vendió tres millones de copias y se mantuvo en el Top Ten durante 18 semanas.
La compañía metió entonces al grupo al estudio para completar el primer LP. Todo fue coser y cantar durante ese tiempo hasta que con el reparto de las ganancias vinieron también las discrepancias financieras. Los integrantes se querellaron contra Sam y el manager y el grupo se deshizo.
A la postre Sam armó otra banda, incluyendo coristas, realizó giras internacionales, y grabó otros hits menores. Se mantuvo en la escena por varios años antes de renunciar a ella y dedicarse a la traducción commercial, orador motivacional y poeta.
“Wooly Bully” trascendió su tiempo, se han realizado diversas versiones en estilos diferentes a través de las décadas y ha sido usada usada en infinidad de soundtracks de cine y television. Tras “La Bamba” es quizá el más destacado himno del rock chicano e influencia permanente para el rock de garage de todos los tiempos. Fue una aportación más de tal sector a la espectacular sonoridad que movió y conmovió al mundo en 1965.