El tipo que amó a las mujeres
Hector Zazou
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Los hay que aman a las mujeres por lo sexi de su pelo, por el misterio de su mirada, por el trazo de su cuello, por la forma o turgencia de sus senos, por la simpatía de su ombligo, por su invitante trasero, por la moldura de sus piernas, por la eterna aventura de su vagina. Los más perversos lo hacen por su interior (inteligencia, sentimientos, emociones, todo eso). Hector Zazou las amaba por su voz.
Esculpir sonoridades fue para este francés la forma en que la música definía el filo de las cosas, de los pensamientos, de las ideas. Con su obra creaba interiores y dibujaba exteriores dentro de esa delgada línea donde ocurre lo imaginario.
Y su imaginario era una enciclopedia de instrucciones y motivaciones. Era la austeridad minimalista, la simplicidad formal, pero igualmente en sus representaciones musicales se encontraba la abstracción, el volumen y la yuxtaposición de una manera única, original y antaño inédita.
En Zazou, la sonoridad consistía en aceptar que pueden inventarse formas con ella, producir ideas modélicas al respecto y presentarlas de manera sencilla. Una de las cosas que este artista dio a entender, de manera reiterada, fue que era posible retirarle el pedestal a la música académica.
Para ello había que hacerse a la idea de un compositor midiendo el espacio donde se interpretaría la obra, tomándolo en cuenta, lo mismo que al paisaje sugerido por la misma, construyendo una atmósfera en torno a ello. De esta manera se conseguiría que el espectador lo escuchara dentro de su propia experiencia o desde distintos puntos de vista.
Si alguien consiguió concretar esa idea fue el propio Zazou a través de su innumerable quehacer haciendo lo mismo rock contestatario que experimental; fusión electrónica a la que fundió con la tradición africana o proyectos conceptuales entre el pop, el rock, el world beat y el avant-garde (la spoken word poética, el diseño de atmósferas y modelaje ambient, la exploración etno y electroacústica).
Zazou abrió con toda esa obra las posibilidades al desarrollo de la escultura sonora, posibilitó el camino de su construcción. Entendió siempre las implicaciones que eso conllevaba y en primer término se propuso hacer que la gente pudiera “entrar” a sus construcciones al escucharlas. Su trabajo estético se puso varias veces al servicio del conocimiento del otro, como en el caso de la mujer, por ejemplo.
Zazou llegó a la escultura sonora no porque estuviera particularmente interesado en el diseño, sino que lo estaba por el manejo del espacio sonoro. Buscó a lo largo de su vida configurar dicho espacio usando el sonido como materia artística. Encontró siempre la manera y o consiguió de principio a fin.
No le interesó nunca impresionar sino provocar las sensaciones dentro de lo modelado con el sonido. También supo que las voces imponen su propia forma y para ello invitó en diversas ocasiones a colaboradoras de gran nivel con la experimentación (como Björk, Laurie Anderson o Suzanne Vega, por ejemplo), para investigar diferentes posibilidades con el grano de su voz y hacia allá dirigió todo su potencial creativo.
Es curioso escuchar cuando algún representante del mainstream alardea de que ya no hay rincones por descubrir, que todo ya se ha hecho. Quizá por eso, por esa mentalidad acomodaticia y complaciente, la música salida de ese mundo suena igual y repetitiva. Si abrieran las ventanas de tal encierro, se darían cuenta de que la cultura independiente, la intangible, tiene aún esos rincones y de sobra para imaginaciones emprendedoras.
Los aventureros en tal sentido paradójicamente son músicos veteranos con mochilas llenas de sapiencias. Inglaterra cuenta, por decir algo con Peter Gabriel; la Unión Americana con David Byrne; Alemania se jacta de sus Dissidenten, y Francia tuvo a su propia eminencia gris: Hector Zazou. Todos artistas; todos con más de medio siglo de vida. Sin embargo, no todos son conocidos. Zazou el menos, a pesar de su extensa e impresionante obra.
La línea de su horizonte estético fue aquella a partir de la cual algo distinto empieza a manifestar su esencia. Nuevos sonidos, nuevas voces, diferentes lenguajes que estuvieran inscritos más allá de lo consabido.
En tan extenso terruño es precisamente donde surgen, trabajan y crean los «imaginativos». En el sentido musical de manera específica son aquellos que buscan, que exploran, que descubren otros modos, diversas formas de la experiencia artística.
El campo de acción de Hector Zazou no tuvo fronteras ni límites su capacidad innovadora. Con un somero recuento curricular es posible darse una idea de ello.
Igualmente se adentró en el diseño de atmósferas y modelaje ambient (con una diversidad de cantantes); en evocaciones vocales (inspirado en el canto de monjes irlandeses), así como en la exploración etnoacústica (donde practicó la escultura sonora).
En su largo listado de disciplinas se incluyeron además los usos de la imagen y la danza en tales proyectos: fotografía, cine, performance y pintura, en mezcla con sonidos que fueron de lo sinfónico a la capella; de lo orgánico primitivo a la tecnología de punta.
A Hector Zazou de esta manera su sola firma le bastó para legitimar una obra de arte en el más puro sentido de la palabra, hasta su muerte el 8 de septiembre del 2008 y aún después, con grabaciones póstumas.
El álbum Strong Currents (del 2003) fue quizá su mejor declaración amorosa hacia la voz femenina. Para su grabación reunió en torno a sí a gente como Laurie Anderson, Melanie Gabriel, Jane Birkin, Lorie Carson, Emma Stow, Nina Haynes, Caroline Lavelle, Sarah-Jane Morris, Catherine Russell, Lisa Germano, Nicola Hitchcock e Irene Grandi, todas mujeres destacadas en sus diferentes campos).
La idea en este proyecto, intenso y multidisciplinario, era la de construir un diario íntimo con canciones acústicas donde cada cantante expusiera su naturaleza, su experiencia, su definición de la existencia femenina a través de su voz.
En ella Zazou (compositor, músico, productor) se embarcaría como un explorador, para ir descubriendo tales mundos y moldeándoselos al escucha y al espectador con su percepción tanto sonora como en imagen (foto y video). Fue un disco que le llevó seis años completar.
En los temas e imágenes en perpetuo movimiento de Zazou no hay una pieza o una toma más importante que otra. La sucesión de cuadros obliga a menudo a pensar en su significado y en lo que estuvo detrás de ello.
Una herramienta que puede ayudar a solucionar este tipo de cuestiones es el ideario de Jacques Derrida con su principio de deconstrucción, al situar en el centro aquello que está al margen, de explorar lo que se esconde bajo las palabras o entre ellas. Con Zazou no se trataba, en este disco, de atrapar los sonidos como elemento principal sino de usar sus resonancias.
El amor que defiende está en la voz de las mujeres que para él detenta su espíritu, con todos sus enigmas. Éstos pueden ser silenciosos o vibrantes, pasar de la oscuridad al color o viceversa, como si fueran entes poderosos e inquietantes, ante los cuales hay que rendirse pero a la vez sublevarse de lo consabido en medio de la fascinación y el respeto.
El amor, la fascinación de Zazou por ello, convierte una obra como ésta en una poética del sonido.