Apocalípticos e Integrados
Ser o no ser
Por SERGIO MONSALVO C.
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Habría que imaginarse estar en Milán y mirar, como lo hacía aquel maestro desde su casa, hacia los jardínes del Castillo Sforzesco, mientras se llevaba a la boca su primera copa de vino tinto del día o el último whisky nocturno, con el mismo aire laborioso y sabio de su escritura.
Rememorar y ver a los ahí reunidos: Marshall McLuhan, Roland Barthes, John Cage y a él mismo (Umberto Eco), un puñado de contemporáneos que lanzaban en el mismo año (1964) sus novedosas filosofías en obras distinguidas y trascendentes, que obligarían a pensar el mundo de otro modo.
Barthes (con un flamante volumen de Elementos de Semiología en la mano) hablaba entusiasmado del libro de McLuhan, Understanding Media, y del slogan que seguramente sería de ahí sustraído para siempre jamás: “El medio es el mensaje”.
A Cage (con el manifiesto de Electronic Music for Piano, cuya partitura esa noche interpretaría), a su vez, le encantaba la forma de encadenar sus párrafos y “el ruido” que de ello se desprendía y que serviría de guía a su siguiente Variations V, performance “con interrupción” entre música electrónica y danza.
Eco, por su parte, a esa escritura del canadiense, la denominó cogitus interruptus. Pendiente siempre en su trabajo y en su pensamiento del peso exacto de las palabras, intuyó la importancia que tal libro tendría en el presente y futuro de la comunicación.
Y lo relacionaba mentalmente, al igual que con las recientes obras de sus contertulios, con un texto propio, a punto de aparecer y que cambiaría el modo de leer, ver, escuchar y experimentar la cultura popular y masiva a partir de él: Apocalípticos e Integrados.
Aquel jardín, aquella reunión, reverberaría para siempre en la memoria de Eco, ese piamontés nacido en Alessandria, al norte de Italia en 1932, en donde recibió la educación elemental por parte de los monjes salesianos y que en 1954 se doctoraría en Filosofía y Letras en la Universidad de Turín.
De esta manera iniciaría su andar por los caminos del pensamiento que lo conducirían por diversas sendas y todos sus vericuetos que culminarían una vida con más de medio centenar de ensayos publicados y ocho novelas, y que al final fuera interrumpida por una maldita enfermedad, en el 2016.
Eco obtuvo uno de sus mayores éxitos literarios con la novela El nombre de la rosa (de 1980), traducida a decenas de idiomas, elevada al canon literario del siglo XX (y de la historia del género) y llevada al cine por Jean-Jaques Annaud, con Sean Connery como protagonista.
Un thriller ubicado en 1327, que puso en juego todos los saberes del escritor, filósofo, semiólogo y maestro italiano. Porque a la postre, tal labor fue la que más disfrutó Eco, la de ser profesor. Trabajo que realizó en las Universidades de Florencia, Milán y Bolonia.
Pero lo mismo en otras universidades del mundo en las que no estuvo físicamente presente, pero que con su libro Apocalípticos e Integrados lo hizo a distancia, cuando aquel concepto no se conocía ni era considerado como opción de estudio.
Fue un verdadero Maestro, porque en el caso de la generación a la que pertenecí en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, donde estudié Periodismo y Comunicación Colectiva, supo inculcarnos con su inteligente mirada la curiosidad por la historia del libro, por la cultura en sus diversos niveles, teorías e ideologías.
También supo leer, y ponernos a nosotros en ello, la cultura de masas con seriedad de escrutinio y la perspicacia del humor para con la “alta” cultura. Por todo ello festejé siempre los numerosos reconocimientos que se le otorgaron y que actualmente constituyen un gran listado, en agradecimiento a su esfuerzo.
Apocalípticos e Integrados es un libro que deslumbra por su inteligencia; por la amplia zona de conocimientos que abarca, y por el impulso que anima al lector a tomar conciencia de su entorno; a leer a fondo en la presencia ideológica de las cosas y a prestar especial atención a las imágenes.
Y hacer todo eso sin prejuicios pero con sentido crítico. Para de esta manera descubrir en el trabajo de los nombres destacados e ilustres alguna propensión a lo ramplón o a lo kitsch, que lo tienen (a la hora de hablar de las grandes cosas o de minimizar aún más las pequeñas como si de sublimidades o catástrofes pavorosas o hecatombes, se tratara) y las más de las veces se les celebra inopinadamente y hasta se hace dogma de ello.
Pero, por otro lado, Eco también conmina a extender la capacidad de disfrute sobre las cosas que lo merecen dentro de la cultura popular. Subrayando aquello de que lo merezcan. Y dentro de este saco caben los cómics, la televisión, las películas de serie B o Z, la música pop, la moda, los cambios tecnológicos, los medios, etcétera, sin desatender por un momento al ojo crítico.
Gracias a él y a este libro, el consumo cultural se volvió un asunto de interés cotidiano y público, exento de los desmayos particulares del elitismo social o del desgarre de ropas de la exclusión académica, y con el placer añadido de contemplarlo todo como si fuera la primera vez y sin solemnidades.
Por sus páginas desfilaban lo mismo Superman (que ilustraba la portada del ejemplar, con un fondo blanco, de la edición que yo devoré), que Charlie Brown o un thriller de pulp fiction, o los arquitectos medievales y sus dimes y diretes de cotilleo estético y religioso o de escritores del canon universal. Todo analizado en forma y con provecho.
La alta cultura y la cultura de masas envueltas para regalo de la reflexión. Con Eco al fondo sonriendo satisfecho ante los descubrimientos que los lectores hacíamos en sus escritos, ante la airada respuesta a su publicación por parte de las fuerzas vivas: ¿Cómo era posible que un intelectual como él, que un destacado miembro del italiano Grupo 63, que un escritor de su talante perdiera su tiempo con tales vulgaridades?
Pero también lo imagino sonriendo aún más declaradamente ante la disyuntiva que planteaba frente a lo que se veía en la televisión, el cine, la industria cultural en general, y que hoy, a pesar de los cambios tecnológicos sigue estando vigente: ¿Apocalípticos o integrados?
Cincuenta y tantos años han pasado y la actualidad de Eco es patente. Como es obvio, muchas cosas han cambiado en ese lapso, pero la pregunta no. Hoy es una cuestión de política mediática.
Pues sí, Eco recordaba cómo a partir de aquella reunión en el castillo sus contertulios y él comenzaron a hablar hasta por los codos de “los parientes pobres de la cultura” (de masas), a hacer chistes entre ellos sobre el dogmatismo del emperifollado T. W. Adorno y su crujir de crinolinas ante el avance de la barbarie (la industria cultural) en detrimento de la ilustración.
Cage lloraba de risa al imaginar el efecto que aquella frase de McLuhan causaría en aquel atildado personaje; “El medio es el mensaje”, y más aún con la ironía que representaba Eco. ¿Apocalípticos o integrados?
El apocalíptico de hoy puntualiza “el drama de Internet y la absoluta falta de respeto y rigor que destaca en las redes sociales, cuya banalidad atenta contra el peso de las palabras y la herencia cultural de siglos, que se ve mancillada a cada momento por la ignorancia”.
El integrado defiende al supuesto consumidor medio, sin condenar el gusto masificado (al que incluso quiere dotar de cierta dignidad) y ve esos mismos instrumentos tecnológicos como un “derecho democrático de la comunicación”.
En su momento, Eugenio Montale, futuro premio Nobel de Literatura supo sintetizar muy bien la cuestión desatada por su colega y compatriota en aquel libro visionario: “Él sabe que quien se integra corre el riesgo de desintegrarse; y reconoce que los apocalípticos son muy conscientes de su extraña condición de quien protesta contra los medios dentro de los medios”.
Aquellas fobias y paranoias que tenían los apocalípticos cuando apareció el libro de Eco en los sesenta (hacia los medios de comunicación y la cultura de masas en general) son muy semejantes a las que ahora sienten por la Web y sus conexiones comunitarias (las llevadas y traídas redes sociales).
Mientras, las filias de los integrados, por su parte, son parecidas a las de entonces, en las que se dejaban seducir y emocionar por los avances tecnológicos y sus gadgets, como si tales novedades fueran la panacea de la vida. Algo tan irreflexivo (a veces hasta la estupidez) como ignorante y arriesgado.
La vigencia continuada en el cuestionamiento de la política mediática del último medio siglo dentro del eficaz eco dubitativo y conjunciones a escoger: ¿Apocalípticos o integrados?