Cumbres borrascosas
Sid & Nancy
Por SERGIO MONSALVO C.
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Los patrulleros le ordenaron al bell boy que abriera la puerta de la habitación. Entraron sigilosos. Todo estaba en silencio. Un hedor mezcla de cosas indefinibles en el ambiente. Pasaron de un cuarto a otro. En la cama grande dormía despatarrado un apestoso tipo de alrededor de 20 años.
(El parte policiaco decía que éste se llamaba John Simon Ritchie, que era oriundo de Londres, Inglaterra, donde había nacido el 10 de mayo de 1957. En las acotaciones, el oficial a cargo anotó, jocoso, que seguramente había sido el gran regalo del día de las madres de aquel año).
El suelo y el dormitorio mismo eran un basurero: restos de comida, botellas semi y vacías, vasos con líquido y colillas flotantes, pastillas de diversos colores, jeringas, ligas, cucharas quemadas, encendedores, envolturas de papel estaño, ropa. Un revoltijo aparatoso.
Comprobaron su respiración. No lo despertaron. Continuaron hasta llegar al cuarto de baño. Dentro de la tina se encontraba una mujer joven. Tenía un cuchillo clavado en el estómago. Un charco de sangre le mojaba el brassier, las pantaletas y gran parte del cuerpo desnudo. Estaba muerta.
(El mismo parte policiaco anota que había nacido en 1958 y provenía de una familia de clase media asentada en Huntingdon Valley, Pennsylvania, Estados Unidos. Que su padre era un hombre de negocios y su madre dueña de una tienda de abarrotes).
La policía había recibido una llamada del administrador del hotel. Los huéspedes se quejaron del ruido producido por una pelea dentro de aquel habitáculo. Pasadas unas horas se supo que ambos habían llegado a hospedarse en el lugar desde un par de meses antes. Él se hacía llamar Sid Vicious. Ella era Nancy Spungen.
Toda leyenda tiene que culminar en algún lugar. Ésta lo hizo en el Hotel Chelsea, de Nueva York. Residencia utópica por excelencia del rock: baratura, sordidez, clímax vivenciales, permisividades, historias oscuras, nombres legendarios en sus registros.
Tiene 120 años de construido (al principio como edificio de departamentos), 100 como hotel y 40 de ser visitado por estrellas del rock y cofradía artística en general (desde Mark Twain hasta los White Stripes pasando por William Burroughs).
La mañana del 12 de octubre de 1978, Sid afirmó haber sido despertado violentamente, en la habitación señalada con el número 100, con la noticia de que Nancy, su novia, estaba muerta. Se le acusó de asesinato. Sin embargo, salió libre bajo fianza mientras lo enjuiciaban. Hecho que nunca sucedió. Falleció de una sobredosis de heroína el 2 de febrero de 1979.
Unas historias cuentan que ella le pidió a gritos que la matara. Estaba harta de vivir (disturbios emocionales durante la infancia; drogadicción, intentos de suicidio, prostitución, sadomasoquismo, los años siguientes). “Fue una de las personas más desagradables que he conocido”, dijo su mejor amiga.
Otras historias sugieren que un narcotraficante la apuñaló por un desacuerdo en el precio de lo solicitado, mientras Sid permanecía desmayado bajo los efectos de la droga.
Otra más, asegura que Nancy murió por accidente durante un intento de robo. Guardaba en la habitación varios miles de dólares producto de las recientes presentaciones de Sid en el club Max’s Kansas City.
Se habló de codependencia. Él del sexo. Ella de la fama. Ambos de las drogas. Se dijo que ella lo condujo a la heroína: “Eres hombre o ratón», lo retó. Que eran la encarnación del Romeo y Julieta bizarros. Los John y Yoko de los setenta. Que ella con su presencia constante inició los problemas y roces entre los miembros de los Sex Pistols.
Se habló de que Johnny Rotten le pidió a Sid que la dejara. A lo que éste respondió con una conducta más errática, ebria y pasada en las presentaciones durante la gira por los Estados Unidos. Un año después de la disolución del grupo él entraría al Pantheón rockero. Ella de su mano.
Sid aseguró que ella se había suicidado. Ella le comentó a su madre, con anterioridad, que él la golpeaba. Se dice que Nancy comenzó como groupie y terminó con un papel materno. Que él nunca habló con nadie de lo sucedido realmente, pero que intentó suicidarse en varias ocasiones. Una cortándose las venas.
Se dice que gritaba clamando por Nancy. Que su madre acudió a Nueva York a consolarlo y para evitar que la policía lo arrestara por uso de drogas, ella misma salía a comprárselas. Jura que vio resplandecer un aura rosa sobre él luego de inyectarse. Que al otro día le llevaba maternalmente un tecito a la cama cuando lo sintió frío, muy frío. Estaba muerto.
¿Accidente o suicidio inducido? No se sabe. Que tras la cremación del cuerpo esa madre llevó las cenizas de su hijo al cementerio que está en las afueras de Filadelfia y, en contra de la voluntad de la familia Spungen, esparció las cenizas de Sid sobre el sepulcro de Nancy.
La historia está registrada en los libros. Las leyendas de boca en boca. El cine llevó la historia a la pantalla (Alex Cox en un romántico largometraje de 1986, Sid & Nancy).
Sin embargo, la mejor imagen de la dupla, la real, la legendaria, está contenida en una larga secuencia del filme de Lech Kowalski, D.O.A., de 1981: un documental sobre el punk y la gira de los Sex Pistols por la Unión Americana.
Ahí, en esa toma fija se les ve sobre la cama. Están vestidos. Sid semiinconsciente por los efectos de algo. Ella a cada momento poniéndole un bopper en la nariz para reanimarlo. Nunca lo consigue. Mientras, se enfrenta a la cámara con frialdad y desdén.
Lleva sostén y pantalones negros de látex. Se pasa la mano por la entrepierna para demostrar que la filmación le importa nada. Tiene una mirada feroz, iracunda. Los humos de otro algo la envuelven. Sid nunca dice una palabra. No puede. Ella sí. Insulta y agrede. Lo insulta a él y agrede con sus gestos a quienes filman.
Al final ella prende un cigarro y arroja el cerillo contra la cámara. Unos meses después yacerá en su tumba y Sid será ceniza volátil en el tiempo.