Posverdad

Mentira y falsedad

Por SERGIO MONSALVO C.

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Como lo hace regularmente, el Diccionario Oxford presentó al público su palabra del año, y la elegida para 2016 fue «posverdad«. Anualmente los lexicógrafos de dicho texto referencial eligen un vocablo que refleje las tendencias o los cambios más importantes en el idioma inglés durante ese periodo.

Al explicar las razones de la elección los editores escribieron que se trataba de un concepto existente desde 1992, pero que registró un repunte por su uso frecuente el año pasado debido, más que nada, a contextos políticos como el Brexit y las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, que se sirvieron con la cuchara grande, sin pena ni menoscabo alguno, del concepto que implica ese término.

¿Y qué es la mentada Posverdad? Un neologismo, que no lo es tanto, que se puede interpretar como la culminación de un ansia por remarcar lo subjetivo del acontecer por un individuo, un grupo, una organización, una institución o el gobierno mismo, en una sociedad cada vez más pragmáticamente tecnologizada y pragmática.

Y al mismo tiempo, paradójicamente, más desinformada: con una sola plataforma de Internet como referencia, en donde siempre se encontrarán opiniones afines y ninguna discordancia que promueva el intercambio de ideas.

Esa característica ha sido provocada por la nomofobia (miedo a la desconexión), producto de la tecnologización desaforada y de la constante necesidad de reforzar las propias creencias con el homologador “me gusta” de otros semejantes.

Así, una plataforma como Facebook, por ejemplo, es la referencia exclusiva de información para millones de personas, hecho recurrente por más de una década, convirtiéndose de esta manera en el mayor medio de comunicación de noticias, sin regulación alguna, y con ventas publicitarias de 27 mil millones de dólares al año. Obvio es que en ello hay muchos intereses en juego.

Los medios tradicionales han perdido terreno en la narración noticiosa y poder en su distribución. Durante siglos, el reparto de la información estuvo en manos de quienes la descubrían, generaban, y luego la enviaban al público para su consumo a través de diarios impresos y emisiones de radio y televisión.

No era lo mejor ni mucho menos, había abusos sí, pero también contrastes y compromiso, hasta que llegó Internet y sus portales web. Hoy, la vida de las noticias depende de otros factores que las determinan, entre los que la veracidad es sólo uno de ellos y ni siquiera importa.

A muchos lectores les da igual que una información sea verdadera o falsa para leerla, valorarla y, sobre todo, compartirla, convirtiéndola en un fenómeno viral. La falta de comprobación de los hechos se une a impostores que crean noticias o las disfrazan con mentiras buscando publicidad, dinero o influencia.

Pero el dinero no es lo único que genera esas mentiras. Quienes  las difunden buscan sacar partido lo mismo político, social, religioso o en cualquiera de las acciones humanas.

Siguiendo con el ejemplo mencionado, en Facebook cuando una mentira se comparte cientos de miles de veces y logra colarse en el ciclo informativo se crea una burbuja llamada posverdad, cuya definición podría ser: “Circunstancia en las que los hechos objetivos son menos decisivas que las emociones o las opiniones personales a la hora de crear opinión pública”.

De esta manera la realidad nace muerta y sin compromiso alguno en el reino del algoritmo y de la ausencia de auténtico periodismo que invierta en información, en control de calidad y en la rendición de cuentas sociales.

Es decir, el uso de tal palabra se da en una sociedad que ya no exige nada de ello y por lo tanto es muy propensa a asumir la mentira o la falsedad para interpretar la realidad a la que cada vez siente más confusa e intrincada.

Quienes manejan la posverdad para actuar o explicarse y obtener algún beneficio, igualmente se refieren a ella con sinónimos tan rebuscados como “hecho alternativo”, “verdad aumentada” “disonancia cognocitiva” o “decoración del suceso”, entre otros tantos.

El caso simple y llano es que con la posverdad se inventa una mentira vil como escenario tanto para exaltar una situación a favor como para distorsionar una en contra.

Por otra parte, si la palabra posverdad es un neologismo, el concepto contenido en ella (una forma de mentira asociada a la gestión sociopolítica o al encauzamiento del discurso en el que se utilizan las emociones y se falsean los argumentos) tiene prácticamente vida desde el nacimiento de la civilización.

Políticos, tiranos, industriales y vividores se han servido de ella a través de los siglos y la historia está plagada de ejemplos. El rock, como agudo observador social, desde su llegada ha dado cuenta de esos casos a través de sus canciones, desde Chuck Berry (“Don’t Lie to Me”), Bill Haley (“I’ll Be True”) y Joe Jones (“You Talk too Much”), pasando por Cream (“Politician”), Talking Heads (“Road to Nowhere”) y JJ Cale (“Strange Days”), hasta los contemporáneos Thirty Seconds to Mars (“A Beautuful Lie”) o Imagine Dragons (“Smoke and Mirrors”). En esta emisión hemos usado algunas muestras.

Asimismo, habría que traer a colación la falacia en el concepto de la objetividad, que ya fue expuesta en el año 1954 por un par de investigadores estadounidenses, tras examinar lo que llamaron “las percepciones selectivas” de aficionados rivales que vieron la grabación de un partido de futbol entre los equipos de su preferencia.

Sus interpretaciones de lo que ocurrió en el campo dependieron abrumadoramente del equipo al que le iban. A los científicos les costó creer que ambos grupos habían visto el mismo partido. Todos estaban convencidos de que basaban sus juicios en una fría visión de los hechos y que quienes no estaban de acuerdo eran o ciegos o tontos.

Buena parte de los males del mundo procede de la insistencia de los seres humanos en creer que poseen toda la verdad cuando a lo más que se puede aspirar es a tener un punto de vista.

En la época que vivimos se ha visto que hay distintas formas de visualizar la realidad. En ella hay géneros y subgéneros que hablan de cosas y sensibilidades en su acercamiento a esa realidad.  Cada uno de ellos tiene su universo, su cosmovisión, su razón de ser. Todos ellos están sustentados en filosofías vulgares comunes o individuales. Con Internet ya no hay privacidad y cunde el predominio de los anónimos.

La posverdad de comienzos de siglo no es un fenómeno meramente informativo. Implica ya comportamientos y entendimientos sociales y morales, dimensiones históricas, geográficas, económicas, tecnológicas y psicológicas. La creciente inflación de prefijos: pos (t), trans, neo, ultra, hiper, supra, sub, anti…, que padecemos en este tiempo de siglas revela la fragmentada identidad cultural de nuestra época.

Hoy nos encontramos en una tierra de nadie, un paisaje sin fronteras y con una cantidad impresionante de referencias. Tantas que muchos no las entienden y han dejado de interpretarlas, contrastarlas, reflexionarlas, en beneficio de las posverdades.

Ya lo escribió Nietzsche hace años: «Se hace muy difícil aceptar la verdad sin más, pues una vez aceptada hay que someterse a ella».

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