FKA Twigs
La cantante incómoda
Por SERGIO MONSALVO C.
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Transgredir, cruzar la línea de lo socialmente permitido o tolerado. ¿Es eso lo que hace FKA Twigs con su presencia en los escenarios, con la música que interpreta, con lo dicho y grabado en un disco? Provocar y exhibir con la palabra. Por lo tanto no hay candidez ni ingenuidad.
Para nada. Todo lo contrario: ella hace de lo flagrante su discurso. Y esas son sólo algunas definiciones que se podrían aplicar a esta británica nacida en Cheltenham, Inglaterra, en 1988.
Por lo tanto ella es producto de este siglo XXI, donde comenzó su adolescencia y, a mediados de la segunda década, se ha convertido en un referente de la sexualidad femenina llevada a los escenarios, sin banderas de política social, sin panfletos, sin un aparato promocional sustentado por la industria y sin gángsters que la tengan bajo su férula. Únicamente armada con su curiosidad natural, la seguridad en sí misma, con su buen oído musical y la voluntad de exponerse.
Mal gusto, obscenidad, ofensa y epítetos semejantes fueron algunas de las respuestas que recibió Twigs tras publicar su primer disco, LP 1. Conceptos extremos en una época en que ya sabemos que la sexualidad es libre y su concepto y desarrollo depende de la cultura donde se enmarca. Por lo tanto resulta chocante leer tales cosas de una sociedad como la inglesa a la que se le suponían otros criterios.
El Brexit, al parecer, también está en la moralina de quienes buscan excluirse de los otros y ponerle coto al desarrollo humano. Es chocante, porque lo que en los años sesenta se presentaba como un derecho y se luchó por ello en tantos frentes –el Swinging London fue uno de tales frentes, donde la liberación sexual formaba una parte importante de su movimiento cultural— ahora resulta fuerte, molesto y políticamente incorrecto.
Esta nueva represión como consecuencia de la influencia de la derechización y de lo populista, busca convertir a tal sociedad en un caldo efervescente de pulsiones y opiniones ajenas al continuado desarrollo en tal sentido y a la comprensión de los fenómenos humanos, en especial el sexo, que ahora se vuelve a ver como en tiempos oscurantistas como algo extraño y denigrante. A mayor conservadurismo –y vaya que la derecha inglesa y su gobierno lo son— menor tolerancia en lo básico.
La sexualidad es el núcleo de los placeres. Un todo que la naturaleza ha ofrecido para el deleite general. Sin embargo, cuando se habla, se escribe o canta sobre ello, como lo hace FDK Twigs, el fundamentalismo hace lo posible por callarlo, censurarlo, reprimirlo o demonizarlo.
Aquí cabe recordar lo que un día escribió Georges Bataille: “Lo que está en juego en el erotismo es siempre una disolución de las formas constituidas”. De ahí que el erotismo sea transgresor y busque la libertad, indague sobre lo alternativo y luche por extender las fronteras de la subjetividad respectiva.
Esta artista es producto de su tiempo, de sus necesidades y cuestionamientos, no obstante la actual cultura británica en la que está inscrita, y que busca por todos los medios alejarse del roce con el resto del planeta, con los otros, le niega esa posibilidad, así como sus instintos básicos, sus preguntas y placeres consecuentes. Y si a eso se agrega el racismo el asunto toma además otro cariz.
Porque FDK Twigs es negra (su verdadero nombre es Tahliah Debrett Barnett), producto de ascendencias jamaicana, española, brasileña e inglesa. Y serlo ahora en aquella isla es también un handicap. Twigs posee para el vulgo y dirigentes políticos de tal tendencia –que hoy gobiernan– un aspecto raro, interpreta una música rara y es una mujer rara con un nombre raro. Demasiada rareza para ellos en un cuerpo tan espigado y frágil.
Comencemos por el aspecto. Posee una cara digna de un personaje de videojuego, con los ojos muy grandes y con especial separación. Cejas marcadas y orejas pequeñas. Labios que tienen un gusto particular por el lipstick incandescente y que enmarcan unos dientes sin cirugía.
Sus peinados regularmente son de elaborada arquitectura pos Star Wars. Bajo de ellos hay un cuerpo elástico, resultado de su pasado como bailarina profesional. Gusta de usar zapatos imposibles y accesorios vintage. Es decir, todo lo inusual en una cantante pop mediática.
Eso nos lleva a la música que interpreta. La portada de su disco debut es inusual no sólo visualmente sino también en el sentido de que no da absolutamente ninguna pista de lo que hay dentro, contrario a lo que se distingue desde hace décadas.
¿Y qué es lo que encontramos ahí? Música electrónica, trip hop y cierto pop experimental. Un combinado refrescante al que se agrega una sensualidad abierta, sin pornografía comercial, y de pulsiones tan manifiestas como relajadas sin caer en lo explícito.
Sus piezas son como bombas de relojería, explotan y esparcen sus contenidos seductores al hacer un contacto mínimo con el oyente, tal como hace el tris de sus articulaciones cuando baila (ruido minúsculo que le ganó el sobrenombre de Twigs –ramita–, al que agregó el acrónimo FKA, al que ella misteriosamente no le da ningún significado, y al que sus allegados explican como “Formerly Known As”, cuya traducción aproximada sería: “anteriormente conocida como”, muy a lá Prince).
El palpitante trip hop que utiliza como eje principal es un respaldo que suena bien y que además evoca instantáneamente lo que describe: una espaciosa, relajada forma de hip hop que suele ser abstracta, con énfasis en una hábil fusión de beats contoneantes, bajos gruesos, ampulosos y toda esa clase de sonidos que se encuentran en el acid house. Solos jazzísticos y texturas de tono ambientalista: impresionismo, esteticismo y cinemática. Unos principios artísticos (expandidos en videos de su propia autoría) en profunda concentración.
La concentración necesaria para escuchar lo que dice y cómo lo dice. Descubrir lo importante, finalmente. Con FKA Twigs el erotismo en la música ha adquirido un nuevo perfil.
Éste no se encuentra en la oscuridad de una ejecución aislada, sino en la exposición individual pública de una música viva, en la que las experiencias, curiosidad e intercambios vitales y subjetivos no permiten que haya limitaciones a pesar de vivir dentro de una cultura que insiste en ser aislante.
El auténtico blues, soul, rhythm and blues, jazz o hip hop, cantado por una mujer siempre adquiere otras dimensiones, vislumbra otros rincones, despierta otras sensaciones, nos hace ser otros de una manera distinta. Las razones de ello son tan misteriosa como la naturaleza misma.
Las buenas intérpretes de cualquiera de los géneros mencionados, como en el caso de FKA Twigs, se colocan a la vanguardia de los sentimientos, donde destilan con sencillez y franqueza lo que les pasa: los anhelos, disgustos, deseos incomprendidos y carácter humano de la otredad femenina, desafiando desde su inmediatez lo que las rodea.