Celluloid Heroes
Espejos y reflejos
Por SERGIO MONSALVO C.
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La tentación de muchos actores y actrices por convertirse en cantantes no es cosa nueva. Es algo que surgió con el cine sonoro mismo, hace un siglo. Durante las primeras décadas del XXI, hemos sido testigos de cómo algunas estrellas de la cinematografía abrazan la idea de transformarse en virtuales rockstars, casi siempre con escaso éxito.
Lo vimos, entre otros, con histriones como Bruce Willis, Keanu Reeves, Will Smith, Dennis Quaid, Kevin Bacon, Billy Bob Thornton y hasta Steve Martin, quienes en su mayoría trataron de formar a sus propias bandas de rock, blues, folk o jazz y hasta llegaron a grabar discos, pero con muy medianos resultados.
Claro que hubo otros como John Belushi y Dan Aykroyd que sí lograron algo importante, gracias a los grandiosos Blues Brothers, pero fueron quizá la excepción que confirma la regla. Al igual que el caso más clásico de Woody Allen y sus lunes melómanos en Nueva York, tocando el clarinete.
Debe ser un virus o algo en el agua, pero cada vez son más los actores (porque es mayoritariamente un fenómeno masculino, aunque en el campo femenino también las hay: Gwyneth Paltrow es el ejemplo reciente) que un buen día se levantan, se agarran a un micrófono y empiezan a vociferar (también los hay que cantan), a tocar la guitarra, el sax, la batería o el bajo.
Lo único cierto es que la lista de famosos con grupo musical se ha convertido en un auténtico big-bang. Los casos de Evan Rachel Wood, Hugh Laurie, Scarlett Johansson, Jeff Bridges, Charlotte Gainsbourgh, Kevin Costner o Zooey Deschanel, están entre los más recientes.
Por otra parte, las flores insospechadas de la creatividad brotan en momentos diferentes, hasta en mundos distintos. Esa parece ser la explicación razonable de los actores con una carrera musical intermitente. El gusto musical en todos ha sido parte de su vida desde la adolescencia, incluso desde la infancia. Pero lo han soslayado en favor de su mayor interés y desenvoltura: la actuación.
Sin embargo, de vez en cuando les surge, de distintas maneras, aunque prevalezca en estilos señalados. Dicho gusto está dentro de ellos (desde la aparición misma del cine sonoro) y es algo que les apetece hacer simplemente, y buscan con él una vida paralela imaginándose para sí otra existencia.
Algo semejante sucede al revés, cuando los espectadores son los músicos que ven a los actores, interpretando un papel específico, a un personaje, proyectando para ellos esa otra existencia, como le sucede a cualquier otro asistente común y corriente a las salas cinematográficas.
¿Y qué es lo que les interesa a los músicos de los actores? Quizá que tengan algo valioso por sí mismos sin necesidad de interpretarlo, un aura, algo extraordinario que les sirva para encarnar una idea y al espectador para captarla. Aparte de eso se necesita verlos trabajar para quererlos, estar enamorado y admirarlos en su proceso de ser y gozar o sufrir con ellos. Porque donde el espectador sufre, el actor disfruta, y donde éste disfruta el músico se inspira. Oigamos su trabajo.
“Clint Eastwood” (canción de Gorillaz)
Un buen cinéfilo (y Damon Albarn, compositor y líder de la banda, lo es) siempre estará agradecido por los poderosos momentos estéticos, narrativos y anímicos que ha proporcionado gran parte del cine de Clint Eastwood. ¿Pero cuál es su secreto para que tanta gente lo admire y un grupo intercultural como Gorillaz le dedique una canción?
La explicación es sencilla. El ser humano es tanto un forjador de historias como un obsesivo público de ellas. Eastwood es un gran creador de ellas y lo ha hecho usando al cine como vehículo. Ahí surge la leyenda y la ficción que ordena su mundo. Su cine, su personaje (ambos contienen las mismas esencias), especialmente en sus westerns, ha reflejado un desarrollo y un proceso reflexivo impactantes.
El suyo es el modelo del “hombre fuerte y silencioso” que rescata el toque espectral de personaje anónimo (sacado de la trilogía con Sergio Leone), y con él ha logrado forjar personajes cada vez más complejos, dentro de historias férreas y sencillas. En ellos aparece como un hombre esculpido en piedra pero que ha alterado tal naturaleza granítica con una combinación de dureza y fragilidad, y en cuyas frases nunca hay un sólo exceso de energía.
Heredó el arquetipo de Harry el Sucio y lo fue modulando hasta llegar a esa clase de redención existencial que es Grand Torino, donde se despide como tal en un duelo final portentoso exponiendo su perpetuo compromiso con el héroe que se sacrifica y del que ha mostrado sus fragilidades: ganó en delicadeza sin perder un ápice de fuerza. Por eso citar su nombre significa no tenerle miedo a nada. Por eso se ha convertido en un icono.
“Sigourney Weaver” (canción de John Grant)
En una lectura elemental Sigourney Weaver es la teniente Ripley, la primera heroína del cine. En una segunda y más profunda, es una dama que se las sabe todas en su oficio de actriz. Ya sea luchando contra alienígenas o como inquilina de la Casa Blanca, pocas como ella saben mostrar fortaleza con tal fiereza y con tanta humanidad al mismo tiempo.
Al verla actuar se piensa que las mujeres procuran una energía diferente a todas las cosas y no sólo como pareja de alguien. «El actor debe elegir lo que quiere hacer desde el fondo de su corazón», ha dicho y ella lo ha hecho con historias reales donde las mujeres solitarias desempeñan papeles interesantes. “Actor es aquél que se dedica a observar a su alrededor y a trabajar sin emitir juicios de valor, porque los actores podemos recalcar los problemas que existen y darles mayor difusión», ha definido.
Con sus majestuosos rasgos cuando entra a cuadro se apodera por completo de él, de lo que la rodea. Su presencia es irresistible y sabe usarla. Lo que hace es sólo verosímil hecho por ella. Llena la pantalla cuando entra y la deja huérfana cuando sale. Ya sea tratando los comportamientos salvadores o los más comunes a ambos los hace grandes, con un ejercicio de elegante presencia llena de inimitable hermosura gestual.
Su cambió de nombre (Susan Alexandra) por el de uno de los personajes de El Gran Gatsby, así como su empeñó en estudiar teatro clásico, fueron algunos de tantos gestos. Se convirtió a sí misma en alguien inteligente, interesante y atractiva, cuya altura (tanto interpretativa como física, mide 1,82 metros) la ha salvado de representar papeles convencionales de mujer sentimental. John Grant la ha homenajeado con una gran canción.
Estos son sólo un par de ejemplos del gran fresco que ha conformado la cultura rockera en torno a sus ídolos del celuloide, a la imaginería que han despertado desde siempre personajes únicos y emblemáticos. La lista guarda destacados temas, donde los grupos rinden tributo a ciertos actores, en los que han proyectado sus fantasías y en los que dichos homenajes quedan bien como letra de una pieza.
Esas piezas van de lo ilustrativo a lo delirante, de lo fanático a lo anecdótico, como las de Bauhaus (“Bela Lugosi’s Dead”), Kim Carnes, (“Betty Davis Eyes”), Eels (“Grace Kelly Blues”), R.E.M. (“Me, Marlon Brando, Marlon Brando and I”) o Madness (“Michael Caine”), Bananarama (“Robert Deniro’s Waiting”), Eagles (“James Dean”), The Postal Service (“Clark Gable”), Billy Bragg y Wilco (“Ingrid Bergman”), por citar unas cuantas.
Pero igualmente la temática de los músicos versará sobre la magia cinematográfica en general o sobre momentos emotivos e importantes para todos en torno a la ceremonia de asistir a una proyección cualquiera en un día cualquiera o en un clásico sábado por la tarde o noche, con los Kinks (”Celluloid Heroes”), Stereo Total (“Cinemania”), Justin Townes Earle (“Midnight at the Movies”) o los Drifters (“Saturday Night at the Movies”). Porque finalmente el cine forma parte del patrimonio colectivo humano.
Y cuando uno va a presenciarlo debe haber vigor, tensión y observación en los intérpretes, en los diálogos, en las acciones, en la voluntad estética. Todo eso debe sumarse y dar como resultado un momento de disfrute con historias que se crean, que convenzan y que atrapen para siempre, como sucede cuando se escucha una buena canción.