Loreena McKennitt

El canto y sus secretos

Por SERGIO MONSALVO C.

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Al parecer, el mundo contemporáneo ya no requiere de poetas andantes. Los medios de comunicación llevan cualquier manifestación cultural hasta el otro lado del globo en forma instantánea. La expresión creativa personal a través de la música, aquel oficio iniciado por los trovadores, ha alcanzado extremos absolutos en la celebración constante y pública que muchos artistas practican de su intimidad muy particular por Instagram. El poeta y músico, dicen, ya no hace falta para comunicar noticias ni para registrar el paso del tiempo en las comunidades.

Sin embargo, los bardos siguen existiendo. Y algunos insisten en retratar y relatar historias, vivencias y leyendas, pensamientos e influencias. Quizá porque intuyen que la misma velocidad con la que ahora se trasmiten las noticias deforma la experiencia humana al sacarla de su contexto, al saturar la conciencia con hechos inconexos y manejar las palabras o imágenes a su antojo.

O porque saben que la música, a pesar de toda la explotación y comercialización de que ha sido objeto, es el único medio capaz de retener y reproducir la utópica inocencia de un encuentro primigenio entre seres humanos, sin prejuicios, ideologías ni conceptos implícitos e inherentes.

La canadiense Loreena McKennitt, cantante, compositora y multiinstrumentista (arpa, teclados, dumbeg, acordeón, sintetizador) es trovadora y tiene ya más de una decena de discos en su haber (entre los de estudio y presentaciones en vivo). En los primeros ha explorado sus raíces celtas e inglesas al interpretar canciones tradicionales irlandesas, con arreglos de ella misma, y musicalizar poemas de Yeats, Blake y Tennyson.

La exacerbación actual de los nacionalismos y de ideologías fanáticas ha convencido a muchos de la incompatibilidad entre los mundos cristiano, islámico y judío. Rara vez se habla de que los tres sistemas de fe contienen más puntos en común que diferencias.

Nacieron en el mismo mundo semítico y Abraham es su patriarca; comparten el mensaje del monoteísmo y la revelación divina; se dirigen todos hacia un juicio final y plantean el cielo o el infierno como recompensa por la existencia terrenal. A pesar de ello, es sumamente improbable que alguna vez se logre organizar un concilio ecuménico general.

Por otra parte, y aunque a nadie le guste admitirlo, las influencias recíprocas han sido muchas. Y nunca tan fecundas como en el medioevo explorado por McKennitt, cuando las universidades de París y Toulouse acumulaban textos árabes en sus bibliotecas.

O eruditos y traductores de todas las tendencias filosóficas se reunían en las cortes de mecenas como Federico II de Sicilia y sefardís como Pedro Alfonso iniciaban la labor de la traducción en España, que permitió el intercambio de ideas, estimuló la competencia artística y científica y abrió las mentes a cuestionamientos y soluciones distintas.

Sin todo ello, la cultura musulmana y la occidental europea serían otras ahora. En The Mask and Mirror, por ejemplo, McKennitt recorre aquel mundo y el actual. Reúne investigaciones históricas con observaciones tomadas de viajes modernos e inquietudes místicas muy personales.

Es posible apreciar, por ejemplo, la línea vocal sencilla en un melancólico tono menor típica del moderno estilo musical beréber argelino, menos dramático y ornamental que la canción árabe.

Las armonías claras de sus composiciones propias, libres de acentuaciones y disonancias, recuerdan al maestro renacentista Palestrina. El coro masculino de «The Mystic’s Dream» observa el fluir continuo con intervalos pequeños de las letanías cristianas medievales.

De esta manera, McKennitt realiza una selección muy personal de distintos elementos de las tres culturas, hasta lograr, mediante el acercamiento y la fusión, un nuevo retrato del mundo contemporáneo. Vuelve a armar en la actualidad aquella convivencia fecunda de hace siglos.

Ella es el trovador moderno que con su sensibilidad artística une las tradiciones que la política y su manejo de los medios de comunicación y las noticias se empeñan en separar cada vez más.

No es de sorprender que de esta labor se encargue alguien procedente de un país como Canadá, nación de emigrantes sin rostro común ni historia propia. El desarraigado es siempre el más preocupado por definir su identidad personal y cultural ante el mundo.

En el esfuerzo por superar esta falta de identidad, McKennitt se apoyó primero en su propia herencia familiar, pero no le bastó con ello. En The Mask and Mirror se asomó al llamado “espejo del alma», ese que es «la puerta por la que el espíritu se libera al pasar». Así, logró crear una identidad que rebasara fronteras, tiempos y espacios.

Su disco, The Book of Secrets, por otro lado, llevó esta búsqueda de identidad mucho más lejos. El fundamento de su música es celta, pero no se quiso limitar a eso. Quiso cubrir su territorio lo más ampliamente posible. Le fascina la historia de Europa antes de 1500.

Existían entonces tres grupos culturales preponderantes: cristianos, judíos y moros islámicos. Fue muy emocionante para ella adentrarse en la historia de Europa y observar cómo influyó en el mundo circundante.

En esta obra sobria y elaborada, McKennnitt realizó un viaje musical por los sitios donde los celtas han dejado sus huellas. La cantante no escatimó costos ni esfuerzos. En busca de las raíces celtas viajó de la ceca a la meca (Inglaterra, Siberia, Sicilia y Estambul, entre otros).

El resultado musical es impresionante, quizá un poco pomposo, pero de una gran riqueza musical. La voz de Loreena McKennitt sumerge al escucha en cálida melancolía. The Book of Secrets es una bella obra maestra de resonancia y resplandor mundial.

Las influencias y referencias citadas por la canadiense son muchas, y tan fecundas como en el medioevo europeo explorado por ella. McKennitt recorre aquel mundo y el actual. Reúne investigaciones históricas con observaciones tomadas de viajes modernos e inquietudes metafísicas muy personales.

Explora la doctrina del amor de los sufís, que pretenden incendiar el paraíso e inundar el infierno, para que el hombre ya no adore a Dios sólo por la esperanza de una recompensa o el temor al castigo, sino por su amor y belleza infinitas.

Musicaliza un poema del místico San Juan de la Cruz, del siglo XV, y uno de amor de Yeats, que muestran fuertes paralelos en tono e intención. Observa un amanecer en el desierto, canta con las palabras puestas por Shakespeare en boca de Próspero y ofrece su interpretación de una danza tradicional gallega.

Las exploraciones de McKennitt también se manifiestan de manera muy clara en el terreno instrumental. Aquí es donde más variedad y audacia se aprecian. Ella combina el violín tradicional de Irlanda con instrumentos originales del oriente europeo, como la balalaika y el bouzouki.

Presenta las flautas uileanas irlandesas al lado de la tabla hindú y el oud de la Europa oriental. Sus percusiones árabes incluyen ritmos beréberes y bidaoui. Pero el elemento más importante en su música es la voz, en la que también son evidentes sus múltiples influencias.

 

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