Orquesta de las esferas

Música del Universo

Por SERGIO MONSALVO C.

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Hay ocasiones en que para hablar y explicar a un grupo musical hay que remitirse hasta el principio de la civilización y alguna de sus teorías filosóficas o científicas. Para mí es de agradecer esta situación porque el encuentro de tal espécimen y la postrera investigación acerca del quién, el por qué y el cómo resulta entonces tan interesante y divertida como suculenta. Tal es el caso de esta agrupación de la que hoy comentaré: The Orchestra of the Spehers (La Orquesta de las Esferas).

El punto de partida para conocerlos es su país de origen: Nueva Zelanda. Una nación que ocupa altos lugares dentro del escalafón mundial en muchos aspectos. Basta mencionar sólo algunos de ellos para darnos una idea de lo que eso significa: Hay ausencia total de corrupción, el nivel educativo es uno de los mayores a escala global (su tasa de alfabetización, incluyendo a las tribus autóctonas, es del 99 % y más de la mitad de la población entre los 15 y los 30 años cursa algún tipo de educación superior).

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Tales circunstancias conducen a su elevado índice de progreso humano (en democracia, libertad individual y respeto a los derechos civiles). Todo ello arropado por el correcto uso de la tierra, su aprovechamiento, reforestación y cuidado ambiental. Es decir, Nueva Zelanda es un país desarrollado. Ese es el contexto en el que crecieron los integrantes de esta orquesta, que surgió de la amistad y empatía forjada en las aulas universitarias y en las disciplinas de Filosofía, Ciencias Naturales, Astronomía y Matemáticas.

De la síntesis que hicieron de su entorno, del bienestar que emana, y de dichas materias de las que son estudiosos, un grupo de amigos –y científicos— crearon la Orchestra of Spheres. El nombre del grupo procede de su inclinación hacia la teoría proclamada por el griego Pitágoras, según el cual el cosmos en general está ordenado por proporciones numéricas que rigen el movimiento de los planetas, las cuales corresponden a su vez a intervalos musicales.

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En dicha teoría conocida como “la armonía de las esferas” Pitágoras expuso que “el Sol, la Luna y los planetas emiten un zumbido único basado en la velocidad de su rotación orbital, y que la cualidad de la vida en la Tierra es el reflejo de tales sonidos celestiales”. El tono y la nota de cada planeta tienen relación directa con la distancia que hay entre cada uno de ellos y con respecto al nuestro.

A esta relación emanada se le llamó también “música universal”. Tal idea ha sido base de estudios para muchos filósofos y humanistas posteriores, quienes la han expandido hasta crear los tres estadios musicales que contienen dicha armonía: el mundano (armonía de las esferas y el cosmos), el humano (armonía interior y los elementos del cuerpo) y el instrumental (la música tal como hoy se entiende).

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La representación pitagórica del universo y su reflejo en la calidad de vida de la Tierra, fue el punto de partida para este grupo neozelandés, primero como cuarteto y luego como una dotación flexible a la que se agregan miembros, según las circunstancias y las necesidades del material que vayan a exponer. Asimismo, tuvieron la ocurrencia de inventar sus propios instrumentos para divulgar la propuesta.

En el principio estuvieron: Baba Rossa (en las voces y la guitarra bísquet -biscuit tin guitar), Mos locos (en los sintetizadores y voces), EtonalE (en el bajo carillón –hecho a base de campanas de bronce como las de las torres de las iglesias– y las voces) y Woild Boin (en las percusiones y el cual trasmuta en “Tooth”, cuando interpreta el vacuum o bomba de vacío). A ellos se han ido sumando Jemi Hemi, Mandala y Zye Soceles, entre otros músicos y sus aparatos sonoros.

Esta banda, parecida a la concreción de un sueño inducido por Sun Ra, brotó al final de la década anterior en la ciudad de Wellington, capital neozelandesa, como producto de matrices sónicas como el Frederick Street Sound y la Light Exploration Society. Y en sus inicios actuaron en bailes universitarios, shows DIY y salas de ópera. En tales lugares se forjaron una buena reputación musical y la admiración por sus extasiantes espectáculos visuales.

Las influencias de agrupación semejante son un conglomerado genérico que va del kuduro a la psicodelia, pasando por la disco, la improvisación del free style, el electro dance shangaan, el funk en su versión de dilatada acidez, y la devoción de sus miembros por la obra de los Talking Heads, primero (básicamente del disco Remain in Light), y luego por la de los derivados Tom Tom Club y los posteriores Heads, en versión lo-fi. Es decir, hay experimentación científica e instrumental, aplicación mundana y emotividad humana.

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La Orquesta de las Esferas no parece, pues, estar en contra del entretenimiento, sólo si es del falso, como puerta abierta a lo banal, y lo sé porque resulta que en sus discos, Nonagonic, Vibration Animal Sex Brain Music y Brothers and Sisters of the Black Lagoon, hay entretenimiento del bueno a raudales: con ritmo y verdad. O sentimiento y asombro, como quiere Glen Vélez, aquel sensible maestro y pensador de tal elemento musical.

Y también sus semejantes, Paul Winter o Steve Reich, como se puede percibir. Si no hubiera ese ritmo cimbreante en cada track y la interpretación consecuente, con el acelerado latido de corazones anhelantes, el público escaparía. El ritmo aquí es belleza, es pulso, es el gancho con sensaciones de los integrantes tendidos hacia los escuchas.

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El ritmo omnipresente en cualquiera de sus obras es potencia, la potencia de lo que la música dice y la potencia de su bombeo grabado en pleno goce. Quiero decir que, tal como la lanza y la respira la banda, se vive en sus discos. La interpretación de sus músicos atraviesa el plano imaginario entre ellos y nosotros. Sin problema alguno. Y no se necesita ser Tales de Mileto (quien no apartaba los ojos del cielo para desentrañarlo) o Asimov; o saber de gravitaciones,  quarks y radiaciones de fondo para descubrir sus arcanos, que los tiene y muchos.

No. No hay necesidad, sólo es necesaria la actitud empírica, como la de esta banda que es una opción ante el ruido, la furia de un mundo destemplado, dividido, fragmentado y egoísta hasta el selfie, que no nos permite oír nuestra propia armonía interior. Una armonía que está conectada con esa vibración de las esferas de la que hablaba Pitágoras, y que emite un canto sereno, cálido, que proclama la reconciliación entre el pulso trágico que late inevitable en todo ser humano y las fuerzas ocultas de la naturaleza.

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Eso es lo que busca una orquesta como ésta. Hacer que se perciba esa música para iluminarnos por el tiempo que dure su vibración. Nos proporciona el placer inmenso de sentirnos parte de algo grande concordado por una cadencia general y el graffiti encontrado por ahí: «Si se acaba el mundo luego no te quejes» cobra su real sentido. Sólo un mundo más solidario, más consciente de la necesidad de apreciar la armonía como lo hace Baba Rossa y compañía puede hacernos sentir que eso es posible. Desde dicha perspectiva, como muestran estos artistas con su aleación musical, es posible encontrar alguna respuesta.

Eso significa defender apasionadamente la cultura global, la cultura como medio de fomentar la cadencia individual y colectiva, y superar la sensación de resquebrajamiento, de fragmentación que viene aparejada con la época. Tal actitud es imprescindible y necesaria en momentos difíciles para la civilización y el triángulo pitagórico que une arte, ciencia y pensamiento. Por eso debemos dejarnos inundar por la música. Ésta es ciencia revelada, dirigida directamente al corazón de los seres humanos.

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Saber interpretarla es el gran reto porque la música, como bien sabía Schopenhauer, es—junto con la comprensión global de la naturaleza y el arte— lo único que puede aplacar ese sentimiento desesperado por no conocer el sentido de la vida. Ésta tiene una explicación, y el instrumento para desentrañar su secreto está en la música.

Pero hay que saber escogerla (como el caso de esta ejemplar orquesta neozelandesa), intuirla y escuchar en ella esa extraordinaria armonía que es, como dijo el poeta romántico alemán E. T. A. Hoffmann, “el más universal de los lenguajes”, haciéndose eco de aquella pitagórica representación colmada por la vibración de sus esferas y sus cantos.

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