Bruce Springsteen
The Boss
Por SERGIO MONSALVO C.
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En un paisaje poblado por nuevos dioses y pocos héroes, Bruce Springsteen no optó por el camino de estos últimos para asumir su papel en la historia. No. Él fue señalado como tal por sus compañeros de aventura. De ahí su sobrenombre: The Boss. Y, a pesar de no querer serlo, desde el principio se encarriló con tal suerte en su propia narración dentro de la música y, eso sí, a ésta la volvió homérica.
Unas veces lo ha hecho desde la Iliada (con la responsabilidad), otras desde la Odisea (con el compromiso), con esa voluntad eterna por instalar al ser humano más común u olvidado en el centro de su épica, trasladarlo al escenario de sus canciones e insuflarle el gran reto de la ilusión a pesar de todos los obstáculos que tiene la vida. En los libros de Homero está el origen de la historia humana, de su relación atávica con la mitología, de su papel enfrentado al victimismo del destino.
Es importante por ello escuchar la voz de Bruce, escarbar en sus temas, las historias que hay en medio de tanta villanía empleada y creada por los poderes políticos o financieros de hoy. Su canto nos sirve para reflexionar juntos sobre quiénes somos y ante qué nos enfrentamos, y la forma de actuar o sentir en la búsqueda de una Ítaca personal y colectiva.
Su voz, desde los primeros tracks con la legendaria E Street Band, ya abrazaba como una fuego inquieto en el cuerpo. Sólo basta escuchar “Growin’ Up” o “Spirit in the Night”, por ejemplo, con la introducción in crescendo, crepitante, que da paso a un incendio, a un flamear de guitarras, en su desafío encendido, para sentir que el mundo se inflama hasta el infinito, explota en pedazos y empieza a recomponer el/tú/nuestro horizonte.
Por eso es fácil identificarse con el personaje de Nick Hornby que lo trae a colación en High Fidelity (en el libro o la película correspondiente), el Boss siempre tendrá las palabras necesarias, la pieza para curar y el aliento del colega solidario que da el impulso hacia adelante, sin claudicar.
Pero también Bruce da voz a los marginados y a los abandonados por la sociedad. Es un autor de lo cotidiano, de su poética. Sus personajes se ensucian, visten ropa de trabajo o jeans de marcas plebeyas y hablan sencillamente. En esto el cantautor se parece a John Steinbeck, uno de sus preceptores. Por muy sobrias y objetivas que parezcan las descripciones que haga, siempre serán compasivas y llenas de simpatía por los «perdedores”, por los “solitarios» y sus momentos, donde juega la honestidad, serán aptos para conmover y hacer de sus álbumes algo extraordinario.
Con sus temas hay que emocionarse al escuchar que tras la espesura de los problemas y el quiebre o falta de valores hay una luz o muchas, que existen dentro y gracias al espíritu rockero, y eso es algo que hay que cuidar entre todos, como comunidad.
Por eso, Bruce asume que tiene un compromiso con dicho espíritu y nunca lo olvida (“Cuidar de los nuestros…”). En ello radica su poder de convocatoria y la fuerza del enlace resultante. Siempre se ha hecho eco de su entorno, late en él, y ahí encuentra el fondo de su obra conceptual. Por eso sus canciones tienen nervio y maravillan por su voluntad artística.
Él ubica al rock en un nivel de nexo grupal, en el de himno interpretado a modo personal o en estadio, en el grito intenso que es de una colectividad entera, de una unión que se necesita reconocer en dicha voz conjunta, en el vínculo espiritual que busca instalar su razón de ser en el andar hacia su horizonte, hacia la promesa inexplicable de esa música. Por eso el hombre que nunca quiso ser “el jefe” se ha elevado por encima de las categorías y se ha erigido también en el Clint Eastwood del rock.
Y como icono mundial siente la responsabilidad, igualmente asumida, de estar a la altura del acontecimiento social que representa; de su propio discurso, planteamiento y convicciones frente a su público, sin dobleces, como desde hace cuatro décadas.
Es un arte que ha mantenido el enfoque en la vida de sus personajes con la habilidad de un maestro en el cuento corto. Y que como tal tiene muchas influencias y experiencias como el lector que es y ha sido. Con los libros, la palabra y la poesía, el rock se volvió vigoroso y neuronal desde la década de los sesenta –de la que Bruce es beneficiario–, además de energético e instintivo. Él es un conocedor de ello.
Cada artista construye su propia tradición sin obedecer más límites que los de sus capacidades personales, sus afinidades o sus azares de identidad. El poeta T. S. Eliot escribió que “un creador influye en sus antecesores, porque fuerza a mirarlos a través del ejemplo que él ha establecido”. Efectivamente, en la razón (o sinrazón) de sus mentores está contenido el sentimiento que le inspira vida al rock desde que éste tuvo a sus pensadores como representantes: Bob Dylan, los Morrison (Jim y Van), John Lennon, Lou Reed, Leonard Cohen, Neil Young, Patti Smith, Nick Cave, David Byrne, Thom Yorke, Jarvis Cocker, Damon Albarn, Bruce Springsteen…
Su Yo dinámico es fruto de selecta literatura (desde los primeros escritos homéricos, pasando por el romanticismo decimonónico o la líbido freudiana y el viaje beat exterior e interior del siglo XX, el género puede adoptar estas apariencias o cualquier otra, según las lecturas de su autor.
No se puede ser un músico trascendente sin una tradición. Cada exponente del género, más o menos, ha ido eligiendo la suya. De este modo Homero, Herman Melville, Walt Whitman, Richard Ford, John Cheever, William Blake, Herman Hesse, J.D. Salinger, Aldous Huxley, George Orwell, J. R. R. Tolkien, Jack Kerouac, entre otras docenas de escritores, se han vuelto grandes rockeros sin haber escrito una sola canción o haberse armado con una guitarra eléctrica. Es otra de las cosas grandes que posee el género.
Sus textos han tenido que ver con la ontología genérica, con su andadura existencial y la hondura en su pensamiento. Y los rockeros gigantes (los mencionados, la intelligentsia, pues) han influido en ello como dijo Eliot, las nuevas generaciones los leen a partir de la obra del músico que los ha mencionado, influenciando a su vez a aquellos, sus mentores.
Por eso es muy importante conocer y saber qué han leído y leen esos músicos, de qué o quienes se han nutrido para llenar sus necesidades o crear su obra o ambas cosas a la vez. Cuando esos rockeros alcanzan una edad provecta, antes inconcebible, la necesidad de tales conocimientos es aún mayor, puesto que su experiencia de vida los ha dotado de sabiduría y ésta debe iluminar al resto de la comunidad.
Debido a ello, cuando leí la entrevista que el New York Times le hizo a Springsteen al respecto a finales del 2015, mi alegría fue enorme por el legado que ello significa y que será un referente de ahora en adelante para calibrar sus obras y su autobiografía, escrita de su puño y letra, y que será todo un acontecimiento para la cultura del rock en cuanto aparezca.
Por dicha entrevista sabemos que el músico tiene en su mesita de noche en estos momentos: Moby Dick, la cual le parece una hermosa historia de aventuras, la cual no quiere que termine nunca. Y junto a ella, El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez. “Simplemente porque trata muchos aspectos del amor humano. Luego vendrán Las aventuras de Augie March y Henderson, el rey de la lluvia de Saul Bellow”).
Sabemos que le gustan los escritores rusos: “los relatos cortos de Chejov, las novelas de Tolstoi y Dostoievski, me parecen totalmente modernos desde un punto de vista psicológico. Mis favoritas son Los hermanos Karamazov y, naturalmente, Ana Karenina”. Sabemos que leyó Las uvas de la ira “que es como esperaba que fuera”.
Igualmente hemos descubierto que lee mucho sobre el béisbol (la autobiografía de Mariano Rivera, el más reciente de ellos), cosmología (Corazones solitarios en el cosmos, de Dennis Overbye, fue uno de sus primeros libros en este sentido: “La lucha de los hombres y de las mujeres por contestar las preguntas más profundas que podemos plantearnos, me parece liberadora. También me hace ver en su justa medida los pequeños problemas que pueda tener a diario”).
Y, en buena medida, volúmenes sobre filosofía: “El libro que hizo orientarme hacia ello fue Historia de la filosofía occidental, de Bertrand Russell. Los más recientes, Vidas en examen, de Jim Miller, y Cómo vivir. Una vida con Montaigne, de Sarah Bakewell”.
Sabemos que el primer libro que leyó de niño fue El Mago de Oz: “Recuerdo que el libro y el hecho de poder leer me entusiasmaron”. Y que sus autores preferidos actuales son Philip Roth “por su humor escandaloso y subido de tono, por su excelencia y por su longevidad. Es difícil superar Pastoral americana, Me casé con un comunista y El teatro de Sabbath”; al igual que Cormac McCarthy (Meridiano de sangre y The Road ocupan un lugar destacado en sus estantes), lo mismo que Richard Ford (sus favoritos: “El periodista deportivo, El día de la independencia y Acción de gracias).
Siente especial afecto por Walt Whitman: “El verano siempre hace que quiera hojear Hojas de hierba durante un rato y sentarme en el porche delantero de mi casa. Al dejarlo, me siento más contento. Sé algo más sobre la democracia y eso de cuidarnos los unos a los otros”.
Sabemos quiénes influyeron en su decisión de volverse músico y compositor y contribuyeron a su desarrollo artístico: “Fui muy poco a la universidad porque me convertí en músico y me eché a la carretera, pero por aquel entonces leía a Flannery O’Connor, James M. Cain, John Cheever, Sherwood Anderson y Jim Thompson. Estos autores influyeron mucho en el giro que dio mi música en torno a los años 1978 y 1982. Aportaron un sentido geográfico y la vena oscura a lo que escribía, ampliaron mis horizontes sobre lo que se podía lograr con una canción de rock y siguen siendo literalmente la base de lo que intento lograr hoy en día”.
Nos enteramos que los libros que lo han puesto furioso sobre el presente son Too Big to Fail, de Andrew Ross Sorkin; La gran apuesta, de Michael Lewis, y Someplace Like America, de Dale Maharidge, con fotografías de Michael S. Williamson y Someplace Like America, para el que escribió el prólogo. Libros sobre el reciente hundimiento financiero. “Los escándalos delictivos y la insensatez que se describen me llevaron directamente a crear mi álbum Wrecking Ball”, ha dicho.
Y, sobre todo, sabemos que si tuviera que nombrar un libro que lo haya convertido en quien es, le sería difícil nombrar sólo uno, pero que los cuentos cortos de Flannery O’Connor lo impactaron mucho: “Se puede sentir dentro de ellos la impenetrabilidad y los misterios intangibles de la vida que confunden a sus personajes, y que encuentro frente a mí todos los días”.
Gracias Boss.
Excelente programa.
Un saludo Sergio eres simplemente extraordinario, me gusta mucho tu programa.