Strip Music
El gusto sicalíptico
Por SERGIO MONSALVO C.
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Las strippers de los mejores clubes son bellezas para gustos diversos que serán recordadas, además de por sus atributos físicos, por su imaginación, su talento para despojarse de la ropa y su exposición artística (con todos los guiños a los tópicos clásicos, que van del pin up al bondage y al nice kitsch, quedando por completo fuera del concepto estético el table dance y el tubo por su ríspida y rastrera vulgaridad).
Durante su estadía en el escenario aparecen escenografías variadas que son espacios creados por tales artífices para que el espectador disfrute a sus anchas de una fantasía inolvidable. Y para lograrlo se apoyan, además, en el telón de fondo más apropiado para su acto: la música.
Ésta las ha acompañado desde la Babilonia mitológica hasta hoy, con todas sus características y tradiciones diversas. Sin embargo, a través del tiempo el acompañamiento sonoro se ha ido especializando y adaptando a la época. La del último siglo tiene joyas y tesoros que por fortuna y gracias a la tecnología han sido recopilados y guardados en todos los formatos, pero también se han ido incrementado gracias al gusto de las féminas en cuestión.
Así que cuando me hablaron de un club en la ciudad donde vivo, Ámsterdam, que brindaba el concepto de más alta calidad en este sentido, me apresuré a conocerlo para corroborar que, efectivamente, el gusto seguía manteniendo la clase y el estilo que le ha dado a este espectáculo su sello de legitimidad artística.
Comprobé que era verdad, así que en uno de los entreactos llamé a la mesera y le pregunté si era posible entrevistar al dueño o responsable del lugar. Sin dejar de sonreír dijo que con mucho gusto iba a preguntarle al encargado. Pasaron los minutos y ella no aparecía, en su lugar llegó el grandulón que me había recibido a la entrada y me pidió una tarjeta de identificación y el motivo de mi petición.
Le expliqué que era periodista y que este lugar y su espectáculo me habían impresionado, por lo cual quería entrevistar a quien hubiera estado a cargo del concepto. Me miró durante un par de segundos y dijo que lo acompañara. Entramos tras una puerta escondida en la parte posterior del guardarropa y subimos escaleras hasta un primer piso.
Había una sala de espera, elegante, con reproducciones de cuadros de Jackson Pollock. Me señaló un sillón y me pidió que lo disculpara unos momentos. Entró a un despacho luego de anunciarse por el interfon. Salió al cabo de poco tiempo y me abrió la puerta para que pasara. Entró detrás de mí.
Ahí, detrás de un largo escritorio estaba un tipo como de 50 años, bien llevados, delgado pero correoso, fuerte, con una mirada de azul acerado. Con un traje azul oscuro y corbata de marca color salmón. Frente a él había una computadora portátil con el logo de una manzana. A su espalda tres enormes pantallas con diferentes vistas del interior del local. Se levantó y extendió la mano. Reloj caro en la muñeca. Un anillo de oro en el dedo meñique.
El despacho estaba alfombrado y decorado con estilo minimal en negros y grises, algún blanco por aquí y por allá. Me señaló un sofá en la parte más alejada del escritorio y me preguntó en qué medio trabajaba y qué quería saber.
Me explayé dándole mis impresiones del sitio y la curiosidad por saber quién y cómo había concebido este espectáculo que, además de respetar el striptease tradicional, le proporcionaba hipermodernidad con el estilo vintage.
Sin cambiar de expresión me dijo que no le gustaban los periodistas ni acostumbraba proporcionar información, a menos que se lo exigiera no la policía sino un inspector de Hacienda. Pero eso aún estaba en duda.
Sin embargo, le parecieron acertadas mis impresiones y creyó que eso merecía contestar una sola y única pregunta. “Servirá de publicidad, pero nada de grabadora y mucho menos fotos, ¿estamos?”. Calló y esperó mi respuesta.
En mi mente revolví el cuestionario que tenía pensado y entresaqué finalmente la pregunta que más me interesaba: ¿Quién, cómo y por qué, escogía la música para cada acto?
El tipo volteó a ver al grandote cancerbero. Se rieron ruidosamente e intercambiaron frases en un idioma que no entendí pero intuyo proveniente del oriente europeo. “En realidad son tres preguntas que requieren de contexto, pero como el tema es importante para mí me gustaría escucharme tratando de explicarlo”, me dijo con su inglés pulido pero con el dejo de algún acento, mientras me ofrecía un whisky muy, muy añejo.
“Siento absoluta pasión y admiración por el cuerpo bello de las mujeres –comenzó— y quise crear un mundo para ellas donde pudieran dar rienda suelta a la fantasía y al deleite. Como también soy un apasionado del cine opté por construir escenografías de Hollywood de los años cincuenta y principios de los sesenta para que las jóvenes se significaran como aquellas actrices: Rita Hayworth, Veronica Lake, Marilyn Monroe, etcétera; en sinónimo de pasión, energía y, sobre todo, con entera libertad para concebir algo diferente dentro de tal marco estético.
“Quise reivindicar el desnudo como un arte: yo mismo encontré mi camino al ver y estar con una chica así. Una noche, al mirarla mientras se iba quitando la ropa, comprendí que en el cuerpo de una mujer o de muchas es donde estaría mi fortuna.
“Lo que busco con este club –que nunca tendrá réplicas ni sucursales en esta ni en ninguna otra ciudad— es implantar una visión chic (la mía) del desnudo femenino. La destino a una audiencia heterogénea, no necesariamente masculina, que ame el glamour, el diseño y la moda que hace ver a las mujeres muy mujeres. Que rescate sus formas y lo satisfechas que están con ellas: ni enclenques modelos ni apariencias de niña.
“Para escoger a las muchachas me guío por el canon estético: ellas deben tener 21 centímetros de distancia entre un pezón y otro y 13cm. entre el ombligo y el pubis. Deben medir entre 1.70 y 1.75 m. de estatura, así como poseer traseros redondos y firmes. Ese es un legado intocable.
“Si dan esas medidas se presentan ante mí con su propuesta. Y aquí es donde realmente comienzo a contestar la pregunta. Hablo con ellas para saber qué música les ajusta. Yo a mi vez les acepto el número o les propongo algo diferente pero que corresponda a su personalidad, sobre todo en lo referente a la música. Esa es la esencia de cada show, la atmósfera que crea la misma. Les expongo mi concepto del club y el uso de la música de los años cincuenta o sesenta que le sentaría a su acto.
“Si aceptan mis propuestas inicio una especie de taller con ellas durante un breve periodo de tiempo en donde les hago escuchar sonidos de los que ellas no tenían ni idea. Al final, cada una escoge el género que la ha emocionado –eso es muy importante—y con el cual quisieran actuar.
“Les proporciono un listado de piezas que cargo en un iPod que les regalo con el logo del club, y a continuación las dejo en libertad para armar su acto como quieran dentro del marco que les he descrito.
“Les doy un tiempo razonable y vuelven con un par de shows imaginados por ellas para su entera satisfacción como artistas. Deben estar compenetradas con el mood de la canción escogida y comprometidas con su emoción por ella. Nada de ritmos mecánicos, ni el aburrido house, ni el machacante metal para consumisiones rápidas y visiones olvidables.
“El que entre aquí se quedará siempre en espíritu, si me permite el término místico –dijo–. Eso es algo que tienen que tomar muy en cuenta. Jamás les hablo del público.
“En otros lados las ponen a bailar con tubo, con heavy metal o ¡rap!, eso es denigrante y una salvajada. Son mujeres y no deben bailar con una música que sólo las nombra como bitch. Eso es para clubes de baja estofa o de S&M.
“Aquí lo que quiero –repitió— es mostrar mi admiración por sus cuerpos de mujeres en plenitud; mostrar cómo esos cuerpos se convierten en materia plástica para su propia imaginación. Con el resultado de satisfacerse a sí mismas, desnudándose con una música que curiosamente las envuelve, acaricia y describe.
“En este club hasta la persona que se encarga de seguridad y del control de la clientela debe sentirse a gusto con lo que escucha. Aquí Mr….Smith –dice señalando al grandulón— es feliz. No como en su antiguo trabajo. Aquí está contento, le gusta lo que escucha todas las noches y hasta es amigo del Dj.
“Junto a este último escogí un magnífico sistema de sonido, axial y sincronizado con la iluminación en proyectores de ultra HD, así como otros elementos técnicos. Pura Hi-Tech para el Hi-Fi –sonríe con el slogan que ha creado—. De tal manera ése que parece un minúsculo escenario de 6 metros cuadrados y 3 de alto, se convierte en el amplio espacio de la imaginación, con sus geometrías etéreas, ilusiones ópticas y movimientos de fantasía erótica.
“He contestado a su pregunta –dijo–. Y sólo una cosa más. No quiero volver a verlo por aquí como no sea en plan de cliente. De otra manera tendré que aplicarle la famosa cortesía ucraniana”, sentenció. Me mostró la puerta. Le di las gracias y salí hacia el interior del club (valga el oximoron) a seguir disfrutando de esa música que se ha ganado la prebenda de acariciar bonitos cuerpos.