Florence + The Machine

Un fructífero diván

Por SERGIO MONSALVO C.

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La mayoría de las mujeres tienen un problema atávico con sus madres. Y no importa qué edad tengan, el grado académico que detenten, el trabajo que realicen o incluso sin son madres ellas mismas. El bagaje legado por las progenitoras pesa igual siendo una púber que una madura sesentona. Obviamente los grados de tal carga varían según la mucha o poca cultura de las ascendientes y la información que lograron inocular en sus criaturas.

La mamá podrá influir aun estando ausente en la manera de vestirse, en la forma de cocinar, en el modo de tratar con los hombres, en la educación que se recibe, en los postreros análisis o reflejos automáticos ante diversas situaciones.

Muchas habrán querido emanciparse, lograr su individualidad, incluso desligarse, huir por completo de su progenitora. Sin embargo, las ideas básicas, el comportamiento, los gustos y hasta los proyectos estarán determinados por lo sembrado por ella o contra ello. La generalidad “carga” con su madre viva o muerta.

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Algunas se disuelven con el tiempo en un personaje semejante a la que las forjó, otras, las menos, las artistas, las creativas, utilizan los legados como herramientas para desarrollar su propia estética y paradójicamente adquirir una personalidad particular, con la que luego sus hijas tendrán que lidiar y así sucesivamente.

Entre estas últimas hay una que actualmente brilla con luz propia, su nombre: Florence Welch. Es una artista. Un ente creativo que ha sabido utilizar lo visto, oído, impuesto o aprendido at home para forjar una obra honda y auténtica en el mundo sonoro contemporáneo, donde la simulación es legitimada de manera cotidiana por los medios masivos y las redes.

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La peliroja Florence Welch es actualmente líder del grupo Florence and The Machine. De niña, ella sólo quería bailar disfrazada de hada, pero su madre, la catedrática de estudios renacentistas Evelyn Welch, la obligaba a sentarse con ella a ver libros de ilustraciones de aquel tiempo, mientras le contaba historias al respecto.

Éstas trataban, sobre todo, de la corriente prerrafaelita, evocadora del estilo de los pintores del Renacimiento, del Romanticismo, de las leyendas medievales y de la época clásica de Grecia y Roma. Una corriente que se oponía al realismo, que buscaba el colorido brillante y luminoso y que gustaba del simbolismo, de la perfección, de la esencia espiritual del arte y de la fantasmagoría de las protagonistas (singularmente pelirojas) de los cuadros.

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La pequeña Florence lloraba por las noches a la espera de que el nuevo día le ofreciera la libertad férrica que anhelaba. Pero al llegar la tarde su madre la llamaba para continuar con sus historias. A su padre lo recuerda bailando con ella una canción de los Rolling Stones junto a un cofre donde él guardaba su colección de discos de vinil. Eran buenos momentos que al terminarse su niñez también finalizaron.

Florence creció en la localidad de Camberwell, al sur de Londres, como la mayor de tres hermanos. Tras el divorcio de sus padres, su madre se volvió a casar y las dos familias con sus respectivos vástagos buscaron un nuevo domicilio. De esta manera, a los trece años, ella se convirtió de repente en una de seis adolescentes en la familia. Padeció mucho su nueva y apretujada vida.

Con el tiempo encontró su propio espacio en clubes y pubs para su edad y cantando en algunos escenarios reducidos. Cuando salió de la secundaria ya tenía compuestos algunos temas y sabía que quería hacer música pero no cómo lograrlo. Después de un año de trabajar en un bar decidió irse a estudiar a una escuela de arte. Accedió a la de Camberwell con un arreglo floral y una tarjeta autodedicada que decía “Eres una idiota”.

Su principal sueño mientras estudiaba era irse de la casa de su madre. Las odiaba a ambas. Hoy, cuando le preguntan por aquellas fobias responde que el asunto no radica en tratar de superar los traumas, sino de acostumbrarse a ellos. A la postre compuso la pieza ‘Between Two Lungs’, y las cosas empezaron a mejorar para ella.

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Como exestudiante de Bellas Artes mantuvo (y mantiene) una visión global de su puesta en escena: el decorado, el vestuario, las referencias artísticas y las citas culturales. Canta desde las entrañas y busca crear una composición escénica ad hoc como las de aquellas mujeres que aparecían en éxtasis en los cuadros que veía de chica sentada junto a su madre.

Cada una de las imágenes que ella ha construido y forjado de manera estética al interpretar el contenido de sus canciones podría tener su origen en las pinturas colgadas en algunos museos. Sin embargo, a pesar del manifiesto referencial que lanza cada vez que lo hace, el efecto consiguiente no resulta pretencioso, sino bello. Ella sería una buena modelo para Dante Gabriel Rosetti, por ejemplo.

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Welch inventó el nombre del grupo porque le sonaba demodé y por la mezcla de dureza y dulzura que conlleva. Con él ha lanzado tres discos hasta el momento. Su álbum de debut Lungs (2009) está hecho de mil sonidos y canciones plenas de imaginería gótica, de vuelos fantásticos a mundos fantásticos en donde todo suena crudo, pasional, épico y teatral.

Ceremonials, el segundo (2011), es más oscuro y complejo que su predecesor, con más soul. Y que podría ser interpretado tanto en una rave como en una iglesia. El tercer trabajo, How Big, How Blue, How Beautiful (2015), es igualmente bombástico, épico y melodramático. Una superproducción en la que todo sentimiento y emoción están a la vista, nada se sugiere. Lo que ella dice, lo dice bien fuerte y claro.

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La británica con esa presencia suya, tan poderosa de sibila roja, deslumbra con sus apariciones telúricas; con sus cantos sobre brujería y amores complicados; con su mezcla de influencias diversas (de Annie Lennox a Tom Waits); por The Machine, un aparato sonoro variable que puede consistir en un simple piano o por una banda de 32 músicos, la banda con la que busca hacer sentir y comprender a los escuchas.

Florence Welch con su obra y persona narra su tiempo, sus sentimientos, sus demonios y traumas y con ello crea una imagen femenina, una de la cultura popular que la rodea y –de forma colateral— de la fantasía particular que busca personificar en el diván del escenario.

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