KISS MY ARP
UN CLÁSICO DEL DOWNTEMPO
Por SERGIO MONSALVO C.
Escucha y/o descarga el Podcast:
A finales de los noventa, la escena de lo que los ingleses llamaban música electrónica parecía estar en su máximo apogeo. Orbital, The Future Sound of London y Andy Weatherall eran en la machine music el equivalente a ídolos pop. Eran seres con nombre, imagen asociada y discos que empezaban a vender cantidades respetables.
Se seguía afinando la sensación de ingravidez en discos maxis que ponían a muchos en un altar. La industria ya veía como público objetivo a los electronic heads más interesados en el techno de sofá que en el house, e incluso se creaba una subcultura asociada e implantada en los hábitos de club.
El sello Wo’Max inició la vía de material de baile que difícilmente se podía bailar, y cualquier comprador sabía que un disco diseñado por tal marca (líneas discontínuas, objetos a un paso de la abstracción, motivos plateados, geometría difuminada) acabaría sonando a lo que buscaba: electrónica en cuatro dimensiones para alimentar la cabeza. Chef de tal restaurante sonoro era Andrea Parker.
En la primera mitad de la década de los noventa un nuevo sonido se consolidaba. Sellos y tiendas especializadas en Londres como Ambient Soho y Fat Cat, surtían a un público que consumía música house durante la noche y otras hierbas durante el día.
Sin embargo, el intelligent techno había nacido como alternativa al maremágnum electrónico que veía como la cultura dance se lo estaba tragando sin problemas. El ambient por sí sólo no jalaba a los creadores a menos que fuera en un área estrictamente experimental o asociado al emergente post-rock.
Una nueva electrónica, influida por el jungle y con un filo avant garde ya había tomado el relevo. Fue entonces cuando se hizo techno con breaks veloces y sonidos raros, algo realmente avanzado. A partir de ahí se abrieron las puertas hacia nuevas posibilidades y nombres como el de Andrea Parker.
Andrea Parker es uno de los fenómenos musicales contemporáneos más creativos en un mundo afortunadamente plagado de ellos. Esta mujer multifacética nació en 1976 y creció en Yalding, Kent, un pueblo rural inglés ubicado en las afueras de Londres.
Empezó a experimentar con la música a los 16 años de edad luego de recibir cierta enseñanza clásica, incluyendo la práctica del cello y lecciones de canto operístico. Sin embargo, no tardó en desarrollar una profunda afición por el jazz, primero, y luego por la música electrónica.
De adolescente Andrea solía ir a Londres los fines de semana para asistir a las jams de hip hop. Ahí fue donde descubrió el funk y el uso de la improvisación como elemento base. Con el tiempo se fue a radicar a tal ciudad y entró a trabajar a la ya mencionada tienda de discos Fat Cat.
Gracias a esta labor pudo incrementar su colección de discos de efectos de sonido, por los que estaba (y sigue) muy interesada, y de igual forma practicar su aplicación en todas las maneras posibles, de acuerdo a lo que le permitía la grabación en cuatro tracks.
Al decidirse a seguir la carrera musical de tiempo completo, Parker unió sus fuerzas con Alex Knight en la formación conocida como Inky Blackness, y a la postre con David Morley en el dúo Two Sandwiches Short of a Lunchbox, además de colaborar en los discos de otros intérpretes.
Su obra temprana fue absolutamente experimental, con fundamentos conceptuales matizados de interés político. Su proyecto despertó el interés de la influyente y vanguardista compañía Mo’Wax, quien la contrató en 1995 y con la cual lanzó ese mismo año el tema “Melodius Thunk”, su primer sencillo.
Con esta música llamó la atención de la poderosa escena underground británica, que la encumbró en 1996 a los primeros lugares con otro sencillo: “Rocking Chair”, una pieza vocal que le abrió paso entre los fanáticos de la música electrónica con tintes jazzísticos.
En 1998 fue invitada a colaborar en la ya legendaria serie DJ Kicks de Kruder & Dorfmeister, en la que incluyó su amplia paleta sonora de mezclas, desde Depeche Mode hasta Doctor Octagon, y desplegó su afecto por el electro, el hip hop y el techno.
A la postre salió a la luz su álbum Kiss My Arp, un disco que llevaba cuatro años cocinándose y que realizó en Baviera, Alemania, en el estudio de David Morley, su excompañero. En él demostró que se conocía al dedillo la tecnología del momento y que ella era una auténtica fanfarria del mundo de la electrónica.
Se presentó desde entonces como productora, remezcladora, DJ, buena improvisadora, cellista y cantante. Un perla del género. El título del álbum –hoy considerado una joya del género– se debió a que Parker utilizó los raros sintetizadores análogos ARP 2600 y ARP 2500 en los doce tracks que lo componen.
Kiss My Arp es un álbum oscuro, profundo, intenso y a veces rayando en lo depresivo. Sin embargo, es también a todas luces muy interesante. Andrea Parker destaca por poseer una gigantesca colección de discos de efectos (más de tres mil) y por la utilización que hace en su propia obra de los sampleos de ruidos comunes y corrientes de la vida cotidiana.
Ejemplo de esto es la pieza “Sneeze”, donde se escuchan estornudos en loops de cuatro compases. Otros efectos son los coches en un autolavado, llantas sobre el asfalto, aparatos eléctricos de la cocina, etcétera. El primer exitoso sencillo “Melodius Thonk”, con su electro jazzeado, sólido, pesado y primario y ocasionales beats funky, fue la guía de este señalado disco.
A veces hay que buscar el lado científico de la música, y en eso consiste la obra de Andrea Parker, en el equilibrio entre lo serio y lo divertido. Los propios dueños de Mo’Wax –compañía ya cerrada y hoy convertida en un hito– bautizaron tal estilo como braindance.
Era una manera mental de entender la música de baile, opuesta a la arrogancia de lo que se denominaba IDM (Intelligent Dance music) y partidaria del desfogue: “el caso era devolver la diversión a la música seria sin resultar muy cerebral”, opinó la propia Andrea.
Ella aportó al desarrollo de la corriente unos bajos de intensidad extasiante y una oscuridad opresiva que no tardó en formarse un círculo de seguidores que la tienen como objeto de culto. Un culto muy merecido gracias a los muy agudos planteamientos sobre cómo se escucha la vida de hoy en día.
Parker consiguió labrar un sonido más personal dentro de la corriente electrónica downtempo que se enriquece con elementos jazzísticos, centrado en la belleza más irreal posible.
La suya fue una apuesta por estructuras aparentemente impenetrables que cuajaron sobremanera en el casi industrial disco Kiss My Arp: un reto del sonido.
Lo importante de la música de Parker, sin embargo, no fue su evolución en sí impecable, coherente y siempre en busca del más difícil todavía sin perder entidad emocional y complejidad formal, sino el hecho de que su modus operandi haya sido el germen de un subgénero copiado y reproducido por decenas de artistas posteriores que, por lo mismo la han convertido en un clásico contemporáneo.