SERGE GAINSBOURG
LOS PULSOS ESENCIALES
Por SERGIO MONSALVO C.
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Serge Gainsbourg ocupará un lugar dentro de la historia del siglo XX como un artista ejemplar. Incursionó en la pintura, la literatura, la arquitectura, el grabado, e hizo publicidad, cine como actor y director, videoclips, en fin, todo lo que el siglo XX consideró su propia cultura. Y en ella destacó sobremanera en la música.
Compositor e intérprete de sus creaciones en el jazz, la chanson y el rock. De éste último dijo que era la columna vertebral de la época y lo demostró acostumbrando a su pueblo, el francés, a todos los sonidos.
Gainsbourg nació en París en 1928. Su padre pianista lo inició en el instrumento a través de Chopin. Para 1955 ya era un bohemio que se declaraba pintor surrealista.
Sin embargo, un par de años después destruyó los lienzos y se dedicó a aprenderlo todo del mundo de las variedades: su universidad fue el famoso cabaret Moulin Rouge y, para sobrevivir, se buscó un trabajo en los clubes subterráneos parisinos, como el Milord L’Arsoville, como pianista.
En dichos clubes tocaba piezas de Cole Porter. Ahí acompañaba también con la guitarra a Jean-Claude Pascal y a Michèle Arnoud. Ésta a su vez fue quien le presentó al escritor Boris Vian: «Un tipo pálido bajo los proyectores, que lanzaba textos ultraagresivos contra un público pasmado», según sus palabras.
La impresión que Vian le causó lo condujo a escribir sus primeras composiciones, entre ellas «Le Poinçonneur des Lilas», que hubieran quedado inéditas de no ser por la propia Arnaud, quien lo convenció de hacer un recital con dichas obras. De tal manera comenzó a asumir su condición de intérprete.
Con ello el artista creó un sonido francés que resolvía la ecuación entre el jazz y la chanson. Sus canciones, de estilo íntimo y sensual, fueron apreciadas desde un principio e incluidas en los repertorios de Arnaud, Juliette Gréco, Gloria Lasso, Petula Clark y Françoise Hardy, entre otras.
No obstante, sus propias interpretaciones eran las mejores. Arreglos, forma y estilo aportaron riqueza y sobre todo impusieron modernidad. Corrían aún los años cincuenta.
A comienzos de los sesenta responde en una entrevista que él a una isla desierta se llevaría a cinco mujeres: la Ofelia de los prerrafaelistas, la Mélisande del Debussy simbolista, Peau d’Ane, la Lolita de Nabokov y a una manicurista.
También compuso una pieza especial para Nico, quien a la postre sería cantante del grupo Velvet Underground, con ocasión de la cinta Strip Tease.
Atraído por nuevos sonidos, Gainsbourg se fue a Londres para grabar «Qui Est In, Qui Est Out» y «Docteur Jekyll Et Mister Hyde», con el arreglista de la compañía Decca, Arthur Greenslade, y luego con Giorgio Gomelsky, el manager de los Yardbirds y mentor de los Rolling Stones.
Con los discos grabados ahí retorna a París y con su concepto del rock pone de cabeza al reducido panorama de la canción francesa. Declara su admiración por los Stones y su pasión por Chuck Berry, Eddy Cochran y James Brown. Escribe la polémica canción «Je T’Aime Moi Non Plus» y exalta al blues entre los jóvenes parisinos.
Los años setenta lo descubren interpretando free jazz y en el compromiso político; como actor destacado y director de cine «decadente»; grabando discos sobresalientes como Melody Nelson y Aux Armes Et Caetera; en pleno romance con Catherine Deneuve y componiendo junto a Screaming Jay Hawkins.
Es un ídolo para las nuevas generaciones y un «padrote y drogadicto», según la conservadora derecha francesa.
En los ochenta hizo que sus compatriotas conocieran a Bob Marley y el reggae e hizo todo lo posible para promover este género. Incluso en sus últimos discos, Love On the Beach y You’re Under Arrest, adoptó el funk y el rap neoyorquinos.
Desde que el rock francés alcanzó la mayoría de edad hacia finales de los setenta, Gainsbourg flotó como una sombra tutelar sobre los grupos más importantes como Starshooter, Oberkampf, Bijou, Gamine, Daho e Indochine.
Una sombra tutelar sobre todos esos que alguna vez pusieron los pies en un estudio de grabación para plasmar ahí versos en lo que se tiene la costumbre de llamar la lengua de Molière, pero que desde su muerte debería denominarse la lengua de Gainsbourg.
Fue este cantautor quien creó la lengua que hablan los franceses actuales (a pesar de los dogmáticos dirigentes de la Academia Francesa, quienes pretenden explicar a sus propios conciudadanos lo que es una lengua “viva”): ¿cómo escribir una auténtica canción en francés sin remitirse a este artista de manera consciente o inconsciente?
Gainsbourg sentía por el mundo del rock y del jazz una ternura casi culpable. Prefería definitivamente colocarse del lado de los jóvenes rocanroleros, de los cineastas de la nueva ola francesa que adoptaban el posbop y el free jazz, que con la vieja guardia de la varieté tradicional.
Siempre supo que la veneración que toda una generación le profesaba, y jamás negada, constituía una de las mayores fuerzas que le permitían luchar contra la decadencia a pesar del paso del tiempo y de sus aficiones por las drogas o el alcohol.
Gainsbourg acompañado de Bijou, significó otra vacuna para la escena gala, una nueva intoxicación; al igual que él y los músicos de Jamaica, como Robbie Shakespeare y Sly Dunbar; Gainsbourg y «sus” jazzistas estadounidenses, también.
Su última década de vida lo consagró como todo un símbolo francés, y él se dedicó a jugar a ser cantante de rock, a llenar salas más y más grandes cada vez, a vivir la viril fraternidad de las giras (siempre viajó en el camión con sus músicos).
A final de cuentas, más allá de los análisis y los homenajes, quedó una certidumbre incólume: las canciones de Serge Gainsbourg son imperecederas.
Finalmente importa poco lo que sobreviva del personaje (con sus centenares de anécdotas, de las privadas a las públicas; de las geniales a las controvertidas, con sus muchas y bellas mujeres o explotando los tabúes). Lo que cuenta es que al escuchar sus obras maestras en melodías, arreglos y textos uno siente que se vuelve por demás inteligente durante el tiempo que duran sus versos.
Las aportaciones de Gainsbourg no sólo fueron musicales sino también en el lenguaje, al que enriqueció con bien asimilados extranjerismos, con ritmos intrínsecos y aliteraciones ligeras. Se colocó definitivamente del lado de los jóvenes rocanroleros y jazzistas, y nunca dejó de practicar la modernidad.
Siempre manifestó su influencia de Chopin, Picabia, Sartre, Breton, Rimbaud, Nabokov, Huysmans, pero también la de los Rolling Stones, Syd Vicious, Bob Marley, Miles Davis, el free jazz y el jazz rock.
Lo excepcional en el artista Serge Gainsbourg fue que sublimaba las dos pulsaciones esenciales del ser humano, Eros y Tanatos, el sexo y la muerte. Sus canciones hablaban de ello, su vida igualmente. Cantautor a la vez literario y popular de inteligentes textos en los que incluía refranes particulares como: «Hay que tomar a las mujeres por lo que no son y dejarlas por lo que son».
Este vanguardista eterno murió el 2 de abril de 1991, pero dejó una obra musical muy rica contenida en vinil y CDs, con cientos de canciones grabadas entre 1958 y el año de su fallecimiento. Además está también su importante labor fílmica, como actor y como director, entre las que se encuentran películas como Stan the Flasher, Charlotte for Ever, Je t’aime moi non plus o La Dernière violette, entre otras muchas.