METRONOMY
LOS PLACERES EVOCADOS
Por SERGIO MONSALVO C.
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La historia de un grupo como Metronomy no comenzó a fines del siglo XX como lo puede indicar cualquier monografía sobre él. No. Su esencia, su origen ontológico es otro, uno que evoca tiempos idos y, antes que nada, la primigenia idea de la exclusividad para los momentos recreativos, como el privilegio de disfrutar de un ocaso, por ejemplo.
Todo comenzó en el verano de 1863. Con un pintoresco trenecito que subía al monte Rigi desde Vitznau, a orillas del lago de Lucerna, en Suiza. En él iban los siete participantes del que se considera el primer viaje turístico organizado de la historia, que tenía como objetivo contemplar el legendario amanecer de ese lugar a 1.797 metros de altura, su destino final.
Esa romántica aventura se considera el nacimiento del turismo moderno. Desplazarse sin mayor intención que la de pasar el tiempo libre resultaba todo un exotismo en aquellos años. Tal actividad se considera hoy en los países desarrollados un derecho fundamental. Actividad, el turismo, que ejercieron en 2014 por primera vez en la historia más de mil millones de personas, según datos de la Organización Mundial de Turismo (OMT).
Aquellos pioneros del monte Rigi, cuatro mujeres y tres hombres, viajaron de la mano del visionario organizador turístico Thomas Cook. Quien había fundado la compañía que llevaba su nombre en 1841.
La particular revolución cultural de Cook, que surgió de su empeño por cambiar las costumbres de su país, consistió en ofrecer a cambio de un chelín viajes en tren con comida incluida entre las localidades inglesas de Leicester y Loughborough, entre Londres y las playas de Davon, visitas a la Exposición Mundial de Londres de 1851 o aquellas tempranas incursiones en el continente europeo.
Hoy, en pleno siglo XXI, a más de 150 años de su origen el concepto se ha vulgarizado con las aerolíneas de bajo costo, los viajes del “todo incluido” (hasta el extremo absurdo de “conocer” ya no una ciudad sino todo un continente en una semana), los establecimientos del Bed and Breakfast, tan improvisados e irregulares que causan la ira de los hoteleros establecidos.
Situación que ha forjado al turismo mochilero (franciscano in extremis) y al hooligan (con el exclusivo fin de alcoholizarse lo más posible o drogarse lo más posible –cuando es permisible–, sin mayores expectativas, de la manera más barata y con una única exigencia: Wifi),
Conociendo hoy aquellos inicios viajeros y la perspectiva actual, cabe hacerse una pregunta: ¿cuántos de los que hoy turistean le darían sentido a emplear una jornada entera en tomar un barco desde Lucerna y luego un tren para llegar al monte Rigi y pasar la noche ahí esperando el amanecer, sin pensar que es una estúpida manera de perder el tiempo y además pagar por ello? Muy pocos o ninguno.
Lo que priva es ese turismo que abarrota calles, museos y restaurantes sin pausa, cansado, tomando fotos, videos, comprando souvenirs, abotagados los sentidos por lo que se traga tan deprisa –desde una pintura hasta el sandwich–, porque el tiempo apremia y las metas son claras: verlo todo sin saborear nada: cumpliendo horarios, guiado por una obligación más que por el placer. Y así recorre Europa o el resto del mundo en unos cuantos días.
Hay poco tiempo para la reflexión. Tras la torre Eiffel en miniatura o el coliseo romano como imán para el refrigerador, el turista regular colecciona algo difícil de determinar que no es siquiera un recuerdo –para eso tampoco hay tiempo–. El mundo para él es únicamente un parque temático.
El turismo, antes de masificarse, era un modo de intercambiar experiencias y ahí está la literatura para corroborarlo. Y del gran turismo y de la literatura emanada de él es que le nació a Joseph Mount la expectativa de una manifestación estética al respecto.
Joseph (Patrick Kennith) Mount es un músico, compositor y cantante británico que nació en Totnes en septiembre de1982. Su caso es el del artista cuyo lugar de nacimiento ha determinado su obra en más de una manera. La comunidad de Totnes está dentro del condado de Devon, al sur de la Gran Bretaña y a orillas de río Dart.
Sin embargo, es un sitio prestigioso gracias a su colegio de arte y a las formas de cultura y vida alternativas que ha suscitado. Mount estudió primeramente ahí, bajo los cuidados de sus padres que eran profesores del lugar. La madre le inculcó el afecto por la literatura y su padre por la música. Materias que arroparon su niñez y adolescencia.
Durante los veranos la familia pasaba sus vacaciones en el cercano Torquay, una población de la costa sur inglesa y que se extiende a lo largo del litoral. Desde mediados del siglo XIX, cuando emergió como destino turístico gracias a la compañía de Cook y al recién inaugurado ferrocarril (el Great Western Railway), esta zona ha sido conocida como la Riviera Inglesa por su clima saludable, sus tranquilas y limpias playas, elegantes balnearios y hoteles, destino del gran turismo británico.
Sus playas se convirtieron en el lugar de veraneo de reyes y escritores como Charles Dickens, Agatha Christie y Oscar Wilde, lo cual ejerció de atractivo adicional para las personas que buscaban un esparcimiento donde la cultura (teatro, conferencias y charlas con los autores, conciertos), la oferta culinaria, el sol y la playa, ofrecieran para el tiempo de ocio y descanso un espacio igualmente importante para la reflexión.
Circunstancia que se mantuvo durante tres cuartos del siglo XX hasta que los paquetes turísticos de bajo costo y masivos desviaron la atención hacia otras latitudes y objetivos y el lugar comenzó a languidecer. Fue el tiempo en el que Mount se fue a la Universidad de Brighton, ubicada en la misma zona geográfica, a estudiar música y literatura inglesa.
Ahí, además de los estudios académicos fundó algunas bandas para explorar con sus posibilidades (The Upsides y The Customers, entre ellas) y trabajó como DJ (con el nombre de Metronomy, desde 1999, para sostenerse). Sin embargo, fue con un sintetizador G3, heredado de su padre, que el músico comenzó a probarse con la electrónica. Esto lo llevó a experimentar de manera solitaria en su propia habitación de Totnes.
De tal situación brotó con los años el disco Pip Paine (Pay The £5000 You Owe), música de electrónica instrumental con la influencia de estilos como los de Autechre y Funkstörung. Esas piezas ondeaban la bandera del lo-fi.
A aquel proyecto instrumental poco a poco, según iba ganando confianza, le fue añadiendo cosas: voces, otros músicos (Gabriel Stebbing y Oscar Cash en algunos beats) y pequeños detalles del synth pop. Su labor se fue conociendo, lo cual lo llevó a realizar remixes para gente como Goldfrap, Franz Ferdinand, Klaxons, Roots o Lykke Li, entre otros, y con el tiempo a lanzar otro disco: Nights Out (2009).
Joseph se había atrevido a cantar, y como trío habían conseguido cierta reputación en sus actuaciones en vivo. Metronomy seguía haciendo electrónica, pero ya se intuía la transición al pop. Pocos meses después de editar el segundo disco, Gabriel Stebbing abandonó al grupo, con lo que Mount se vio en una extraña situación. En el estudio todo seguía siendo asunto de él (es el letrista, compositor, cantante y guitarrista), pero también pensó que quizá fuera el momento establecer una banda fija.
Así que él y Oscar Cash (sax, coros y teclados), reclutaron a la baterista Anna Prior y al bajista Gbenga Adelakan. Esa fue la formación que comenzó a trabajar en la que sería la nueva propuesta de Mount. Algo distinto y en lo que se había concentrado casi tres años: The English Riviera. Una vuelta espiritual a los orígenes del compositor.
Esos orígenes, completamente emocionales, se encuentran en todas las playas que forman parte de la bahía de Torbay y que significaron mucho en su desarrollo como persona y en su visión del mundo (Maidencombe, Watcombe, Oddicombe, Anstey’s Cove, Meadfoot Beach, Torre Abbey y Corbyn Sands): de cuando el gran turismo llegaba a tales sitios para fortalecerse, descansar, leer, intercambiar experiencias y disfrutar de los ocasos frente al mar.
A Mount le tocó vivir el último coletazo de aquel esplendor y el progresivo abandono pero también, cuando regresó de su estancia universitaria, del advenimiento de una nueva especie de visitantes: el estudiantado extranjero de alto nivel (no springbreakers), que le ha brindado a la zona los beneficios del cosmopolitismo, la interculturalidad y un nuevo auge.
De la concepción del ocio fructífero, del conocimiento de personas interesantes y de la relación con la naturaleza (con la admiración de por medio y las metáforas que de ello se desprenden) es que el líder de la banda escribió el material para su nuevo proyecto, que conllevaría un giro sonoro.
Los títulos y las letras son homenajes a su tierra natal, arropados con seleccionadas melodías y líneas de bajo que hablan de una revisitación a los efluvios de los setenta y los ochenta. Sin embargo, y a pesar de su mirada un tanto nostálgica, en el material no hay copias ni remedos de aquellos sonidos de antaño, sino guiños innegables que resultan ser herramientas bien utilizadas para conseguir un excelente disco.
Uno que puede evocar a otros nombres (Bowie, Wild Beats o Blondie), pero que siempre suena a Metronomy. Un grupo tan diferente como cautivador, con sonidos electrónicos y ritmos originales, con una equilibrada mezcla de melodía e intención. La de recordar olvidados placeres de la vida, que pueden reencontrarse en la literatura de viajes y en las experiencias de larga sombra de un turismo memorable.