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LAS CHICAS YE-YÉ
POR SERGIO MONSALVO C.
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Debido a la explosión del rock británico durante la década de los sesenta, las producciones de las regiones anglosajonas (incluyendo la estadounidense, por supuesto) produjeron eco e hicieron más ruido que lo ejecutado en otras partes del planeta, como en Francia, por ejemplo.
Cuando por fin, con un lustro de retraso, la prensa especializada y los medios de comunicación internacionales se fijaron en el moderno movimiento musical de ese país, surgieron a la luz infinidad de nombres que dieron lugar a corrientes originales como la del Ye-Yé, por ejemplo.
El origen de todo el fenómeno fue la nueva juventud francesa, preponderantemente femenina, de fines de los años cincuenta y principios de los sesenta, que sintetizaba tres eras post muy significativas para el desarrollo personal y colectivo de esa otredad: posguerra (fin de la crisis y la frugalidad), post girly groups (con voz propia y temática de género) y post existencialismo (hartazgo por la amarga solemnidad del ser y estar tan Simone de Beauvoir). Los tiempos estaban cambiando.
Hacia finales de la década de los cincuenta, las compañías discográficas del país galo (así como sus semejantes en el orbe) se dieron cuenta de que existía la adolescencia y de que ésta contaba con dinero suficiente para gastarlo en discos.
Hubo tal demanda de música que sellos como Vogue, RCA o Philips comenzaron a lanzar en serie a nuevas cantantes locales, amparadas por un productor prestigioso y solvente que escogía su repertorio entre el enorme menú disponible del cancionero estadounidense en boga, o contratando a compositores ex profeso (como al mismo Serge Gainsbourg, por ejemplo).
El proceso era simple y nada oneroso: se elegían unas cuantas canciones, relacionadas más o menos con el rock and roll, el soul, el rhythm and blues o el pop, se hacían cóvers con buenos músicos de estudio franceses (algunos excelentes e incluso más recordados que los originales), se escogía a una chica atractiva y se realizaba una minúscula campaña publicitaria. Si había suerte, el disco vendía unos cuantos miles de copias y la artista volvía a grabar. Si no, se volvía a repetir todo con otra joven promesa.
A pesar de que este sistema se realizaba también en otros países en Francia fue distinto. No sólo porque aplicaron a la fórmula sus propios elementos culturales, sino porque también la nombraron de otra manera. La llamaron música “Yé–Yé”.
¿Por qué? porque en las apresuradas traducciones que se hacían de las letras de las canciones estadounidenses, se trastocó el sentido del ocasional “yeah” y se empleó el sonido fonético de esa palabra para que, en las versiones francesas, fuera aprovechado para hacer los coros por parte de las voces que acompañaban a la solista.
Así, mientras la joven de turno cantaba, no era raro que los coros fueran diciendo “yé, yé, yé”. La gente de la calle tomó nota y bautizó así a la nueva música y a las nuevas cantantes que fueron surgiendo a partir de 1958. Las “Chicas Ye–Yé” habían nacido. Era pop de calidad, pero con un clarísimo toque francés que lo hacía distinto.
La difusión de esta explosión juvenil en Francia contó con dos aliados inestimables: el programa radiofónico Salut Les Copains (creado por Lucien Morisse) que se empezó a trasmitir en la emisora Europe 1 en diciembre de 1959. El programa resultó un éxito instantáneo y una de sus secciones, Le Chouchou de la Semaine (la canción de la semana), se convirtió en el punto de partida a una carrera exitosa para muchas intérpretes.
Todas las piezas presentadas como tales iban directo a los primeros puestos en las listas de popularidad, al igual que la revista con el mismo nombre del programa, que se lanzó en el verano de 1962 (dirigida por Frank Ténot y Daniel Filipacchi, los dos locutores del programa).
La emisión de radio era seguida por media Francia y la publicación alcanzó una tirada de un millón de ejemplares mensuales. En la revista, las fotos (de Jean Marie Périer) ilustraban las últimas aventuras de Sylvie Vartan, France Gall y Françoise Hardy. Pronto, toda una serie de ediciones la imitaron (Age Tendre, Bonjour Les Amis, Best, Formidable, Extra y Nous Les Garçons Et Les Filles). La nueva música francesa estaba en su mejor momento y aquello duró el resto de la década.
El éxito de tal movimiento musical tuvo varias causas: supuso una renovación en la música tanto europea como de otras geografías; fue el primero en ser encabezado mayoritariamente por féminas: jóvenes de la época que se vieron reflejadas, por primera vez, en sus vocalistas favoritas.
Éstas eran adolescentes como ellas (France Gall tenía sólo 14 años cuando grabó su primer disco y 17 cuando ganó el concurso de Eurovisión de 1965), y las letras de las canciones hablaban de temas conocidos y recurrentes para la edad (la mayoría de las piezas hablaban del primer amor, de manera inocente, pero también contenían pequeñas dosis de sexualidad).
Pero volvamos a los orígenes, para comprobar que lo que estaba pasando en Francia era lo mismo que ocurría en muchos otros lares, pero con un estilo y un aire bastante diferentes. La moda empezó a saltar fronteras con una pasmosa facilidad y para mediados de la década, el estilo se diversificó tanto que se incluyó en el mismo a casi cualquier chica joven europea o no que cantara.
Françoise Hardy fue la mayor responsable de la popularización del término “Ye–Yé” en toda Europa. Aunque muchas francesas se habían hecho famosas (como Jane Birkin, Jaquéline Taïeb, Anna Karina o Brigitte Bardot en esta modalidad), fue Françoise Hardy la que, desde que comenzó su carrera en el verano de 1962, se inscribió en las listas de todo el continente.
Ella universalizó el estilo y a partir de ese momento, si una joven cantaba y estaba a la última moda, era una “Chica Yé–Yé” con todo derecho. En Italia se hacía lo mismo (con Rita Pavone, Caterina Caselli o Mina), igual que en Alemania (Catherina Valente), España (Marisol, Conchita Velasco) y otros países europeos y latinoamericanos. Los Estados Unidos tuvieron a Nancy Sinatra y hasta Japón se apuntó a la moda.
Sin embargo, en 1969 el programa Salut Les Copains dejó de emitirse, la música pop generaba mucho dinero y la industria comenzó a tomarla en serio. Con ello se perdió el componente lúdico que la había acompañado hasta ese momento. Algunas cantantes evolucionaron, como la misma Françoise Hardy que componía sus propios temas y era otro tipo de artista, como otras cuantas más, pero la mayoría sin aquel talento simplemente desapareció. Los tiempos estaban cambiando.
Las “Chicas Ye-Yé” quedaron sólo como un memorable recuerdo y como influencia contemporánea para grupos como los británicos The Pipettes o Belle & Sebastian, o April March en la Unión Americana.
La historia musical del pop en su vertiente Ye-Yé se caracterizó lo mismo por su pluralismo estilístico, como por su fusión y convivencia entre grandes y pequeñas tradiciones. Con ella se pudieron encontrar culturas musicales que en ese punto de convivencia difundieron, impregnaron y unificaron diversos y extensos territorios tanto geopolíticos como emocionales de una época inconmensurable.