WILLIAM S. BURROUGHS

EL CONTACTO CON EL INVASOR

Por SERGIO MONSALVO C.

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De William S. Burroughs festejamos en el 2014 el primer centenario de su natalicio. La sombra de su influencia ha sido larga y productiva. Con su espíritu clarividente, cosmovisión definida y desde sus distintos lugares de residencia, siempre ejerció como Sumo Augur —una práctica que a base de lucha les ha reservado la prerrogativa del Apocalipsis a los escritores desde tiempos inmemoriales.

Enfundado en ello manifestaba su rebeldía contra un sistema opresivo (de control y vigilancia) que presagiaba el auge del totalitarismo.

Sus visiones hablaron de estallidos de violencia urbana, de la fractura del establishment y de la juventud como punta de lanza en la instauración de cambios sociales. A todo ello lo nutrió con el experimento yonqui y con la anarquía interzonas.

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Las bases de su lucha estaban en el ansia de transformación y en el fluir de una conciencia eminentemente epicúrea, retrofuturista, discordante y tóxica.

«Vivo con la amenaza constante de ser poseído y con la obstinada necesidad de escapar de ello, del control. La muerte de Joan [Joan Volmer, su esposa, a quien en una reunión etílica disparó y mató accidentalmente al probar su puntería, en la ciudad de México en septiembre de 1951] me puso en contacto con el invasor, con el espíritu maligno, y me condujo a una eterna lucha en la que no he tenido otra alternativa que la de escribir mi propio escape«, confesó William Burroughs en una entrevista.

Así explicó el autor de Naked Lunch (El almuerzo desnudo), Nova Express y Junkie, entre otros títulos, su inclinación hacia la escritura. A través de ella se lanzó a la experimentación con técnicas como el cut-up (enseñanza de Brion Gysin) la cual consiste en la creación de collages narrativos realizados con el esfuerzo consciente por destruir las normas del lenguaje sin perder el sentido de lo relatado.

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Su obra, que incluye novelas, cuentos, cartas y textos inclasificables, está poblada de seres bizarros, adictos, de prolija ambigüedad sexual y existencias escatológicas; de ensayos donde la paranoia del control y la vigilancia es protagonista, al igual que los viajes en el tiempo, cuyos escenarios –propios de la ciencia ficción— nacen de su paso por una fiebre kafkiana y el misticismo del Divino Marqués. Pero eso es sólo una capa. En el fondo, la escritura de Burroughs es un viaje onírico, tanto en su dinámica como en sus contenidos. Y en Oniria, lo sabemos, a veces se vislumbra el futuro.

Este escritor único percibió los profundos malestares de una sociedad que se rehusaba a enfrentarse a sí misma y se negaba a mirar su lado más oscuro. Desde ese punto de vista sus textos son como sueños lúcidos –que incluyen visiones sobre el porvenir– tras los cuales uno despierta más informado, incómodo e inquieto.

J.G. Ballard, el británico de las narraciones distópicas, dijo acerca de él: “Burroughs vio al mundo como una enorme conspiración de corporaciones mediáticas, del establishment político y la corrupción de la ciencia médica (…) Sus libros son el intento de hacer explotar esa opaca conspiración, para permitirnos ver la realidad claramente”.

La propia escritura de Burroughs y sus escenarios —el contagio, la conspiración– han servido de inspiración, desde entonces, a diversos personajes y grupos de la escena rockera (algunos de los cuales extrajeron sus nombres de sus libros), con quienes conectó desde el principio a través de la contracultura.

Su modo literario ha repercutido e influido en la forma de escribir de músicos como Ian Curtis, David Bowie, Patti Smith, Roger Waters, Frank Zappa, John Cale, Genesis P-Orridge, Lou Reed, Laurie Anderson, Philip Glass, Tom Waits, Michael Stipe y Kurt Cobain, entre otros; en grupos como Sonic Youth o en productores como Hall Wilmer y Bill Laswell, declarados admiradores del escritor. Palabras mayores. (Los mismos Beatles lo pusieron entre sus homenajeados en la portada del álbum Sgt. Pepper Lonely Hearts Club Band).

Asimismo, como parte de su labor de escape, Burroughs aceptó la propuesta de editar discográficamente las lecturas de sus textos musicalizados por un fondo rockero, electrónico o experimental, con estrellas de excepción, o leídos por éstas en sus propias versiones.

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De esta manera realizó discos antológicos como The Nova Convention, You’re a Hook, Cash Cow, Elvis of Letters, Nothing Here Now But the Recordings, Spare Ass Annie, September Songs, Dead City Radio o 10% File Under Burroughs, entre otras muchas muestras. Son álbumes estupendos en el que la voz del escritor destaca sobremanera. Tanto así que su escucha llevó a Allen Ginsberg a sentenciar: “Cuando el ánimo de su texto es sombrío, su voz suena como la de T. S. Eliot. Cuando no lo es, suena como la misma voz de Dios».

En sus estados visionarios Burroughs se sintió inmerso en el infectado cuerpo social humano, a partir del cual desencadenó la composición excéntrica de sus títulos. Empleo el término excéntrico en cuanto que el resultado de su escritura nace de descentrarla, de dejarla fuera de la ortodoxia narrativa.

De hecho, este escritor, transporta y desencaja los diversos materiales de sus libros, los desubica de lo (pre) supuesto y los incluye en situaciones inéditas con la noeplasticidad del cut-up. El sistema de un cerebro recompuesto que inventa para sí puntos temáticos de reincidencia, sus diversas conexiones y diferentes sinapsis para viejas obsesiones.

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El repaso de toda su obra lo recolocará en el estilo que desecha, rota, recorta y depura las reglas lingüísticas. El corte longitudinal con el que son separadas las frases, los párrafos, el hilado discursivo, arranca astillas, pedazos, restos de textos y de razón que se diseminan formando nuevos lazos de ubicación.

Los mismos recortes extraídos de su escritura, también son trepanados, lobotomizados por él al definirlos o reproducirlos verbalmente, en el acto quirúrgico sonoro de una revisión física, discográfica, que mimetiza sobre la materia la propia intervención real en el lenguaje.

Sus libros y lecturas contienen esas operaciones de urgencia por revisar el futuro del presente, lo cual le proporciona un aura mítica e icónica como escritor y visionario, y también una inequívoca condición epilogal apocalíptica.

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Al reconocer el lado oscuro de la sociedad, su fin y aquello que lo precede, Burroughs organizó una nueva coherencia, como si fuera un prolegómeno misteriorsamente dirigido hacia el destino fragmentado en el que hoy nos movemos. Es el único que consiguió diseñar para su obra su condición de recepción futura, el único que preludió y decidió su arriesgada deriva, convirtiendo el lenguaje, su toxicidad, en un punto de partida.

Mediante su obra dibujó este diagrama de enfermedad y éxtasis y la errancia misma que lo conforma. Inoculándole, asimismo, la inquietud paranoica sobre el apocalipsis del que son guardianes los escritores desde el nacimiento mismo de la escritura. Una emotividad del pasado arcaico, una forma añeja del sensible dolor humano que late desde que está conscientemente del mundo que habitamos.

Burroughs escribió por delante de las poéticas del momento en ese sentido. Su ámbito, al margen de la historia y de lo comprensible experimentado, y teniendo la reflexión estética como materia privilegiada: escribió sobre todo en una voluntaria disposición anacrónica, que lo colocó por fuera de las condiciones de producción literarias de su tiempo; en una prédica que tiene desde entonces el sabor a metal que produce el exorcismo de una Soft Machine mientras almuerza, desnuda, en el balcón de un decadente barrio mientras sueña vigilante el devenir contagioso del entramado social humano.

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