BURROUGHS/COBAIN
EL ENCUENTRO
Por SERGIO MONSALVO C.
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William Burroughs era un auténtico maestro, y debe añadirse que tenía todo el derecho del mundo a enseñar porque se pasaba la vida aprendiendo. Y lo que aprendía era lo que él consideraba y llamaba “los hechos de la vida”. De los que se informaba no sólo por necesidad, también por afición.
Había arrastrado su largo y delgado cuerpo por todos los Estados Unidos y la mayor parte de Europa y el norte de África, sólo por ver cómo eran las cosas por ahí. Se pasaba el tiempo hablando y enseñando a los demás.
Antaño lo había hecho con Jane Vollmer (su esposa) sentada a sus pies, lo mismo que con Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Neal Cassady y los otros beats. Transcurrido el tiempo hizo lo mismo también con sus herederos espirituales: Patti Smith, Frank Zappa, John Cale, Laurie Anderson, Jim Carroll, Iggy Pop, Johnny Thunders, Sonic Youth, Tom Waits, Genesis P-Orridge, Mark Sandman, Michael Stipe…Hoy –a inicios de la década de los noventa– lo hace con Kurt Cobain.
Burroughs es en este momento un tipo de cabello gris, un tanto nebuloso, que puede pasar desapercibido por la calle, a no ser que se le observe desde muy cerca y se vea su rara y huesuda cabeza —siempre cubierta con un sombrero de fieltro — que le insufla una extraña juventud: es como un evangelizador del Medio Oeste estadounidense (donde por cierto nació en St. Louis, Missouri, en 1914), con ardores exóticos y misterios en su interior.
Estudió medicina, antropología, psicoanálisis, sociología, religiones, literatura; trabajó en todos los oficios sólo por experimentar y lo ha leído todo. Inició así su trabajo fundamental: el estudio de las cosas en sí mismas por las calles de la vida y de la noche —incluidas todas las adicciones, primordialmente la heroína.
Primero fijó su residencia en Tánger, Marruecos. Por ahí pasaba todo el mundo en aquellos momentos, incluyendo a Brion Gysin, creador multidisciplinario que compartió con Burroughs el descubrimiento de la técnica del cut-up, las drogas marroquís y en especial el majoun.
Sin embargo, Burroughs quiso experimentar más: “Comencé con la droga dura cuando me cambié a vivir a una habitación del barrio moro de Tánger. Así pasé más de un año sin bañarme ni cambiarme de ropa. Ni me la quitaba, sólo para meterme una aguja cada hora en aquella carne fibrosa, como madera gris, de la adicción terminal. Las ampolletas vacías y la basura llegaban hasta el techo. Al parecer yo tomé notas detalladas sobre la Enfermedad y el delirio. Publiqué un libro al respecto. El título fue sugerido por Jack Kerouac. Hasta mi recuperación fue que comprendí que significaba exactamente lo que dicen esas palabras: ALMUERZO DESNUDO.
Hoy, como ya mencioné, el viejo Bill está con Kurt Cobain, el santón trágico de una generación la mar desesperanzada, heroinómano reincidente y náufrago de varias sobredosis Es el 25 de septiembre de 1992. Burroughs llegó a la cita con su andar cansino, ése que le marca hueso a hueso, con lentes que fijan como alfileres la mirada de sus ojos, el sombrero de fieltro y un traje antiguo y raído.
Es un ser alto, muy delgado, encorvado, extraño y lacónico. Habla en voz baja, apenas audible. Al terminar sus frases resopla por la nariz con el sonido de un depósito vacío. A veces le sale una risa lúgubre, sobre todo cuando siente atinado un sarcasmo extraído de sus propias experiencias, por ejemplo su división del mundo: “Algunos son hijos de puta, otros no: eso es todo lo que hay”.
Le gusta y sabe escuchar también. La gente se sienta a sus pies. Y entonces es como un oficiante que tuviera sobre las rodillas un ejemplar de Shakespeare, Kafka o el Libro de los Muertos.
Así que Kurt, al que el sufrimiento y el dolor le brotan por todos los poros, siente como bálsamo escuchar la voz pausada de uno de sus héroes (junto a Jack Kerouac, Patrick Süskind, Valerie Solanas y Samuel Beckett, entre otros) del que ha leído todos sus trabajos y técnicas de escritura —especialmente en Naked Lunch—, usándolas de manera ocasional para escribir algunas letras para Nirvana. Ahora, el tiempo la ha brindado la oportunidad de conocerlo, de hablar con él.
A la cita para conocerse Kurt trae consigo el trajín de las presentaciones que está realizando con Nirvana para promocionar Nevermind, su exitoso álbum que apareció justo hace un año (lleva casi 20 millones de ejemplares vendidos, se perfila como el mejor disco de 1992, ha hecho emerger el grunge y tiene un futuro asegurado entre las obras clásicas del género).
Pero en igual medida está enfrascado en un pleito legal con la justicia estadounidense por su cuestionable buena paternidad (junto a Courtney Love, con quien se acaba de casar y de tener una hija en agosto), en los problemas de adicción de ella y suyos y en los preparativos para la actuación del grupo durante la entrega de los MTV Video Music Awards.
Asimismo ya ha tenido la experiencia de la sobredosis, la rehabilitación, el síndrome de la abstinencia y el reciente reenganche a la heroína. Cobain, como en muchas ocasiones anteriores, sigue dando avisos. Anuncia su muerte, la presiente y la provoca. Su trabajo creativo, desde el comienzo, ha sido todo ello. Los cuestionamientos existenciales y el estrés lo enfrentan a barreras insalvables, desde su punto de vista. El futuro ha perdido toda proporción para él.
Así que al encontrarse frente a Burroughs, su gurú, ha buscado conseguir de él una respuesta a lo que a veces no la tiene, preguntarle cómo mantener el equilibrio en la cuerda floja de la vida, saber lo que nadie sabe con certeza: “¿Qué pasa con nosotros cuando morimos?”, le pregunta Cobain a quien ha considerado siempre la constatación de la finitud como una alienación del individuo. “Cuando uno muere se muere, eso es todo”, responde el que no se ha querido rendir jamás ante ella.
Y mientras rumia el significado de tales palabras, Kurt le ofrece a su maestro la escucha del demo de su siguiente álbum y la copia impresa de las letras que lo compondrán.
Originalmente In Utero, el futuro tercer álbum del trío de Seattle, debía titularse «Me odio y quiero morir«, pero no será así. Pleno de intenciones nihilistas y de una realidad de signos negativos, de una negrura sin falta, este disco pintará un Guernica emocional cuyos momentos de paroxismo y dolor se llamarán «Rape Me» y «Penny Royal Tea». Temas que Kurt quiere tocar en la famosa entrega de premios y cuyos promotores y ejecutivos no consideran aptos para el evento.
Los moralistas aún no terminan de pisar la sombra acosada del cantante y compositor, temen con furia la exhibición del dolor y las amargas lamentaciones de un alma ante una sociedad fría que ha abandonado sus últimos escrúpulos humanos, con tal de no despertar en la pupila de la gente proba la chispa de terror que este tipo de música suele despertar.
En ciertas partes de los Estados Unidos se piensa en esos momentos prohibir la difusión de la música de Nirvana entre los menores de 18 años porque, dicen, comunica un sentimiento suicida tan intenso que toda la juventud del país podría hundirse en él.
Pero cabe la pregunta: ¿Una juventud a la cual se le cumplen sus expectativas y opciones de vida, dentro de un sistema de valores con alternativas, pensaría siquiera en tal sentimiento? “Algunos son hijos de puta, otros no, eso es todo lo que hay”, diría Burroughs. Cobain obtiene el tesoro buscado: “Palabras para el que sabe”.
Años después, luego del suicidio de Kurt, se le preguntó a Burroughs sus impresiones sobre el músico: “Era un joven atento y educado. Y luego de que me diera a leer las letras que compondrían las canciones para el siguiente disco de su grupo, supe que también estaba más que listo para la muerte. Sintió debilitados los nexos que lo unían a la vida y optó por el suicidio anósmico, aquel que se da por el quebrantamiento”.
Éste fue un capítulo más en la larga lista de encuentros que sostuvo Burroughs con el rock. Género que tuvo (y tiene) en él a uno de sus más amados irradiadores: en las técnicas escriturales y compositivas –que en el conglomerado de prácticas sonoras abarca también a la música techno–, en la experiencia outsider y en la actitud frente al American Way of Life. La sombra de su influencia ha sido larga, productiva y provocadora.