EVOCA JOE,

WHEN A MAN LOVES A WOMAN

Por SERGIO MONSALVO C.

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A Joe Cocker le gusta beber Cubas libres. Lo supe cuando me encontré con él en Düsseldorf, por una de esas escasas y afortunadas oportunidades que la vida te ofrece a cambio de tantas otras maldades que te asesta.

Sucedió después del veraniego concierto múltiple, llamado tradicionalmente Open Air, que se lleva a cabo en aquella ciudad. Al salir de él me encaminé al hotel para dormir un poco después del tremendo atracón musical que me había dado.

Sin embargo, estaba aún tan excitado por las doce horas de música contínua y el desile de agrupaciones distintas que habían pasado por el escenario, que decidí tomarme un par de whiskys en el bar del hotel para relajarme y escribir en un block mis impresiones del concierto para la crónica que tenía que escribir del mismo, antes de subir a mi habitación.

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Era alrededor la una y media de la mañana y no había más que algunos parroquianos —huéspedes del hotel, seguro— envueltos por la música ambiental de los videos que trasmitían las pantallas en varias partes del recinto. Para mi sorpresa entre ellos estaba Joe Cocker — nada menos que el legendario “Frankenstein del rock”— mirando una pantalla solo, fumando y con un vaso alto vaciado a la mitad de su oscuro contenido.

Mi primer impulso fue sentarme en alguna mesa y no importunarlo (su set en el Open Air —aquella maratónica sesión— había durado más de dos horas). No obstante, ¿qué otra oportunidad tendría en la vida para hablar con él en estas circunstancias? Así que a la espera de un descolón por su parte –del que probablemente me iba a acordar durante toda mi vida afeando mi admiración– me le acerqué.

Lo saludé con un “Hi, Mr. Cocker” y le pregunté si podía tomar asiento e invitarle un trago. Con su mirada azul metálica un tanto vidriosa me midió por unos cinco largos segundos. Al final dijo que sí. Pidió otra cuba (“con dos hielos”) y yo un Jack Daniels.

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Lo primero que dijo –más para sí mismo que para el extraño que tenía frente a él– fue que esa era la bebida que más le gustaba: “La escogí por cierta historia y también por nostalgia, creo”–. De esta manera se soltó en un largo monólogo sobre el asunto:  “En la ciudad donde crecí tenía un amigo cuyo abuelo había sido soldado de los Estados Unidos cuando los yanquis le ayudaron a los cubanos a deshacerse de los españoles, ¿sabes?

“Cuando era adolescente e iba al pub de mi barrio, ahí solía encontrar a ese abuelo jugando a las damas con algún otro vejestorio. Hacía que me sentara junto a él y me pedía un trago semejante al suyo, mientras él a su vez bebía aquel brebaje que a mí me parecía repelente por su dulzor. Pero como me gustaba que me contara historias de su vida era capaz de tomármelo.

“Una noche le pregunté que por qué tomaba esa cosa. Él, sin hacer caso de mi arrogancia juvenil, me platicó que había estado en Cuba combatiendo a los españoles al final del siglo XIX y principios del XX. Él había formado parte del Cuerpo de Señales de los Estados Unidos, una compañía de soldados con misiones de inteligencia, y a su capitán le gustaba mezclar el ron blanco de la isla con la nueva bebida que habían llevado consigo las tropas norteamericanas: la Coca Cola.

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“De esta manera el capitán invitaba en un bar de la Habana una ronda a sus soldados. Le daba instrucciones al barman de cómo hacer la mezcla: en un vaso largo poner dos o tres hielos, agregar una copa de ron blanco (añejo de preferencia) y llenar el resto del vaso con el refresco de cola. Para amortiguar un poco el sabor de este último se le podían agregar unas gotas de limón, al gusto, y poner una rodaja de éste como adorno.

“El capitán decía que si se invitaba a una dama a beberlo había que ponerle un popote al vaso de ella. Una vez todos con su bebida brindaba con los lugareños a voz en cuello: ‘¡Viva Cuba Libre!’ Y así se le quedó el nombre a esto que bebo desde entonces’, me explicaba.

“Me gustaba aquella historia y la humorada que soltaba el viejo al término de la misma: ‘Al final los yanquis liberamos a Cuba de España y luego la colonizamos’, decía con sorna. Nos divertía mucho con sus narraciones (como la de su llegada a Inglaterra, por ejemplo). Pero al poco tiempo murió. Por eso, desde entonces, yo también tomo Cubas libres, me recuerdan aquellos buenos tiempos…”

Cuando Joe terminó de hablar, por mi cabeza pasaron cientos de preguntas para él. Pero ésta no era una entrevista, ni pactada ni casual, sino una charla con uno de mis cantantes favoritos. Así que desechando la mayoría de dichas preguntas le formulé sólo una que tenía atravesada desde hacía tiempo y que me había hecho una y otra vez a lo largo de los años, porque se trataba de una cuestión importante para mí –más bien un deseo–: “Joe, ¿por qué nunca has grabado ‘When a Man Loves a Woman’?”

Se tomó la mitad de la cuba de un solo trago. Me volteó a ver y tras otros largos segundos mirándome a la cara dijo: “Porque mis productores no han querido que lo haga  —se echó hacia atrás en el asiento y suspiró con fuerza—. Era la canción que quería para finalizar una gira que hice hace muchos años, la de Mad Dogs & The Englishmen, ¿sabes?…” Aquí se detuvo para llamar al mesero y que nos trajera otra ronda.

“En aquel tiempo –continuó– me había enamorado hasta los huesos de una mujer y creía que era recíproco [Rita Coolidge, la ‘Delta Lady’, pensé para mí mismo, pero si él no la había nombrado yo no tenía por qué hacerlo, ¿verdad?]. Ella iba como parte de la banda y yo quería cantarle aquella canción el día que cerráramos la gira. Era una canción que me enloquecía y que hoy me duele”. Aquí Joe guardó silencio unos instantes y bebió de su vaso.

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Prendió un cigarro y tras el suspense creado continuó: “Al final de los sesenta, durante un viaje por los Estados Unidos, escuché el tema y quise conocer al autor. Así que me presentaron un día a Percy Sledge en mi camerino. Le conté lo mucho que me gustaba su canción, nos tomamos unos tragos y luego me platicó que la había hecho sin reflexionarlo mucho, simplemente la compuso así porque se sentía ‘muy triste’ —dijo en un curioso español—: acababa de terminar con su novia.

“Cuando sucedió esto él trabajaba como intendente en un hospital de Alabama y cantaba además en una iglesia bautista donde formaba parte del Esquire Combo, un grupo que también se presentaba en los clubes locales. Una noche mientras los acompañaba se sintió tan deprimido por haber sido abandonado por aquella mujer (‘bitch’ fue en realidad la palabra que usó) que no pudo interpretar el repertorio de costumbre.

“Entonces les pidió a los músicos que tocaran algo en cualquier tono. Y de esta manera, como una cura improvisada, virtió sus emociones en las palabras que le brotaban. A todos les gustó tanto que se pusieron a arreglarla. Posteriormente se convertiría en una pieza que llevaría por título ‘When a Man Loves a Woman’.

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“En la grabación participó Marlin Greene en la guitarra y los músicos del grupo Muscle Shoals, como invitados, en los demás instrumentos. El líder de esta banda conocía a gente de la Atlantic Records, así que ahí llevó el demo. La canción les fascinó, tanto que la editaron de inmediato [apareció en mayo de 1966, acotó mi metiche archivo mental]. Unas semanas más tarde entró tanto a las listas de popularidad como en el corazón de muchas personas, incluyéndome a mí. Percy me dijo que por supuesto le encantaría que yo la cantara.

“En los ensayos durante la gira de Mad Dogs —prosiguió Cocker—, me reunía con algunos amigos, como Chris Stantion, Jim Gordon y Bobby Keys, para hacerle los arreglos necesarios a aquella pieza. Quería interpretarla con la banda y dedicársela a aquella mujer por la que sentía un ‘grande amor’.

“Le hicimos una buena versión, no en balde me conocían como ‘Joe Cóver’ —rió al decirlo, tosió mientras apagaba su enésima colilla y pidió otra cuba—. Un día, en alguna ciudad en la que nos presentamos, ella me dijo que dejaba a la banda, se quedaría en ese lugar. Había conocido a alguien y permanecería con él ahí [Seguro fue el abusivo de Kris Kristofferson, pensé para mis adentros]. Y así nada más me dijo adiós. Tomó sus maletas, su pago y se fue.

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“Las cosas a partir de ese momento se me pusieron negras —dijo Joe, con una opacada voz—. La gira terminó en un desastre económico del que nunca me recuperé, según mi contador y los del fisco; me enganché con la heroína, bebí como un poseído [en esa época fue que viajó a México para dar un concierto por demás fallido en el que casi se cayó de ebrio en el escenario, señaló mi acuciosa efeméride] y nunca pude cantar aquella pieza que había preparado durante tanto tiempo.

“Estuve en retiro durante casi dos años y cuando quise volver a interpretar ‘When a Man Loves a Woman’, resulta que ya la habían grabado los de Rare Earth. Diez años después lo hizo Bette Midler y tampoco tuve oportunidad. Una década posterior lo intenté de nueva cuenta, pero se me adelantó Michael Bolton —con una versión asquerosa, por cierto— y mis productores se negaron terminantemente a que lo hiciera.

“Lo que me queda es cantarla de vez en cuando acompañándome con el piano en los bares que visito, cuando estoy de humor. Y cada vez que lo hago me siento como Humphrey Bogart cuando escuchaba ‘As Time Goes By’ en Casablanca. ‘Play It Again, Joe’, me digo, y me la canto a mí mismo.

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“Algunas veces me duele como una vieja herida de guerra; otras, me resulta un tanto agridulce, pero nunca ha dejado de gustarme. ¿Sabes una cosa? Cuando amas a una mujer, eso hace que te broten canciones —tuyas o no, seas músico o no— que están en lo más hondo de ti. Luego un día ella se va [Por cualquier maldito y banal motivo, acoté en mi block ficticio] y se lleva consigo algo tuyo que no sabías que tuvieras. Y ese algo será desde entonces —y así lo sentirás— mejor que cualquier otra cosa que hayas tenido nunca. Y lo echarás de menos de ahí en adelante, con una gran tristeza.  Así me siento cuando oigo esa canción”.

Tras otros tragos y plática sobre temas diversos firmé la cuenta y me despedí de Joe, luego de agradecerle su generosa charla y amplio relato. Una vez en mi habitación empezó a fluir el tema en mi mente. Se le había agregado un nuevo ángulo al mismo. Más poesía. Por eso era una canción clásica del rhythm and blues. Siempre se le podía revisitar de otra manera, con otra historia. Siempre le diría algo a alguien, en cualquier parte.

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