BURIAL

EL PENÚLTIMO ROMÁNTICO

Por SERGIO MONSALVO C.

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El trabajo más extenuante para Burial (South London, Reino Unido) no ha sido el de la hechura musical sino el de la defensa de sí mismo, de su intimidad, de su vida privada. Con dicho sobrenombre creó una obra sin igual dentro de la escena electrónica en la segunda mitad de la década pasada (el homónimo disco Burial y Untrue), y desde entonces ha tenido que combatir de manera denodada con los feroces perros de la exposición pública que buscaron, indagaron, exigieron y hasta inventaron su identidad.

A diferencia de los personajes famosillos de hoy, por huecos que sean, que buscan literalmente por cualquier medio (websides, blogs, facebook, twitter, MySpace, intertelefonía o las antiguayas de la televisión, la radio y la prensa) dar a conocer hasta su último y dudoso pensamiento, acción o estulticia, el músico londinense sólo quiere el anonimato.

Algo en apariencia tan simple –la privacidad– se ha vuelto para él de lo más intrincado. Tras la hechura de aquellos inmensos álbumes los fans se volcaron en sus piezas, con afanes de taxidermista, al ver sonorizadas ahí sus crisis existenciales.

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Sin embargo, Burial no vende millones de discos ni mucho menos, no graba videos, le tiene alergia a los flashes y a las cámaras, no concede entrevistas –las que ha dado se pueden contar con dos dedos de una mano–, no actúa en vivo, no canta, no tiene algún estilista tras de sí que le cree un look, y se desconoce casi todo sobre él. Con eso dice NO a las tentativas de hurgar en su vida.

No obstante, cada vez que publica un nuevo track (uno solo o tres al mismo tiempo como Street Halo y el reciente EP Kindred, o colaboraciones, como en el caso de Jamie Woon, Thom Yorke o Massive Attack) se genera un estado de excitación colectiva del que ya quisieran un mínimo porcentaje para sí mismas muchas estrellas del pop que por el contrario, no tienen nada qué decir.

Esto dio como resultado que algunos fanáticos con una obsesión rayana en lo patológico quisieran saber más sobre él, y de ello se hicieron eco tanto las publicaciones especializadas como infinidad de tabloides del Reino Unido y pueblos aledaños.

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Se intuye que su empeño por mantenerse oculto a ojos de los medios y el público responde al deseo manifiesto por dejar que su música siempre quede en un primer y único plano y, también, al deseo y la necesidad de que nadie interfiera en su proceso creativo, que funciona a un ritmo indefinido e incontrolable y que se nutre de ese anonimato para mantenerse ajeno a presiones de cualquier tipo. Con lo cual está en todo su derecho.

Sin embargo, la persecución fue implacable y publicar una foto o una entrevista con él se volvió el mayor de los retos. Comenzaron a señalarlo como paranoico, antisocial o fantasma vivente. Las ansias de información no concedida volvieron aún más rabiosos a los canes de la vulgarización. Aparecieron los oportunistas suplantadores, los rumores urbanos dados por ciertos, los inventos y teorías sin medida sobre él o su vida.

Cansado de especulaciones, el artista decidió mostrar la cara en MySpace. «Deseaba que sólo se me conociera por mi trabajo, pero el asunto de mi identidad se ha convertido en un problema. Soy una persona común y corriente que sólo quiere hacer música, nada más. Me llamo Will Bevan y vengo del sur de Londres«.

Eso escribió en su página el artista que definió la vanguardia del dubstep. Su estilo dentro de él surge ahí donde se citan los ritmos jamaicanos, la fantasmagoría de los paisajes de la decadencia urbana o celestial y la electrónica más profunda, mezcla de dub, diálogos cinematográficos, drum and bass y techno minimalista.

Este ilusionista sonoro ha tenido que encerrarse después a piedra y lodo para conservar lo que le pertenece per se: su espacio interior. Una rara avis en el mundo contemporáneo. “Los sentimientos de anonimato y oscuridad de un artista constituyen la segunda propiedad más valiosa que le es concedida”.

“Privado” es una palabra tan insignificante hoy en día que quien quiera defenderla tendrá que hacerlo con un cañón, cada vez que fanáticos curiosos y paparazzi indaguen en ella, e intenten traspasarla. Pero, ¿cómo es posible llegar a estas circunstancias?

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Lo primero es ser tocado por la fama, aquella criatura alada de las mitologías griega y romana que cumplía con rapidez inaudita su misión: extender los rumores y los hechos de los hombres, sin importarle si éstos eran ciertos o no, justos o negativos. Por eso mismo no era bien recibida en el Olimpo, aunque fuera una mesajera de Zeus.

Tal diosa tenía el poder de hacer grande lo pequeño y viceversa. Eso la hacía todopoderosa ante los hombres que siempre terminaban dando por cierto todos sus argumentos y venerándola como la única portadora de la inmortalidad que los acercara a los dioses. Hoy su poder sigue siendo el mismo y sólo existen los tribunales para protegerse de ella.

Incluso en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (adoptada por la ONU) está escrito que “Nadie será objeto de injerencias en su vida privada, su familia, su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación”. La ley protege contra dichas injerencias.

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El caso es que Burial ha debido tener todo esto muy presente y ejercido su reclamo a ese derecho desde que Fama lo pusiera en la palestra, sin quererlo él. Y todo sucedió a causa de aquellos discos que lo catapultaron al exclusivo lugar de los grandes creadores de la música electrónica.

Eso, aunado al principal defecto de las ideologías mediáticas actuales que es negar la singularidad de los seres humanos, lanzó a los cuatro vientos el prurito por el conocimiento de la vida del músico, el de la avidez por iluminar esa faceta en que desarrolla su trabajo.

Burial combate por ello a favor del anonimato que hoy, lejos de representar una exclusión social, se ha convertido en una estrategia que se opone a la lógica del control por parte de una sociedad del consumo que sólo favorece la exhibición absoluta.

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Burial es hijo directo de la cultura rave, pero en su versión 2.0: la de la computadora (su único instrumento de trabajo), la del enclaustramiento voluntario en el universo de su habitación, la del aprendizaje autodidacta, la de la idealización sonora, la de la pasión musical en detrimento de la social, la de la soledad en los difusos límites de la música electrónica.

Melancolía desoladora, pues, en donde la esencia del hombre pervive entre esos sonidos derruidos y reconstruidos sin fin. Se forman y viven mediante la acción artística ejercida sobre ellos. Se llenan de humanidad en ausencia absoluta de personas.

Marcan líneas de bajo duras y voces quebradas que ponen en relevancia el carácter y origen abstracto de la soledad. Y le añaden estructuras que multiplican su propósito. De tal manera un anónimo habitante del sur londinense consigue así algo casi imposible: modular las leyes de la física sonora, reduciéndola a la pura percepción: burialismo.

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