SHOEGAZE/NU-GAZE:
LA PUNTA DEL ZAPATO
por SERGIO MONSALVO C.
Entre otros elementos, el instinto y el sentimiento sirven para medirse en el universo del rock. En la corriente post rock del shoegazing, y del posterior nu-gaze, este credo sostiene a aquellos como sus valores únicos y centrales. Concepto deliberadamente ambiguo y hasta confuso para quienes no participan de él.
Dentro del rock, como del romanticismo del cual deriva su espíritu y esencia, la confusión es una virtud apuntalada por todo un sistema de argumentos filosóficos acerca del yo, del mundo y el cambio que lo constituyen. En el más puro canon romántico.
John Henry Newman, historiador y pensador británico del siglo XIX, describió una etapa temprana de la filosofía romántica acerca de la idea que había perturbado su adolescencia en el relato sobre Calixta, personaje del cuento “La tormenta” de Kate Chopin: «el concepto de dos, y sólo dos seres absolutos y luminosos evidentes por sí mismos: yo y el universo (la cosmogonía). Tal universo es por ello austero, temible y antagónico con el reflejo de mi ser mismo”.
No sorprende, pues, que gran parte del romanticismo de esa primera etapa decimonónica haya estado inundado de angustia y desesperación. Sin embargo, tal circunstancia cambió el punto de vista acerca del ser humano con la evolución del movimiento. La existencia del mismo en adelante ya no fue definida por la competencia entre ambos, sino por la de un ser solamente. El yo.
Éste sería en adelante el gran concepto: «No entiendo quién pudiera ser más maravilloso que yo mismo«, afirmó el poeta Walt Whitman, relegando a Dios –a cualquier dios—al status de noción derivada. Withman fue así el gran sintetizador del romanticismo del siglo XIX y su definitivo proyector en el XX.
En contraparte, Gerard M. Hopkins, poeta finisecular victoriano y sentencioso, escribió que los seguidores de esas ideas profanas, serían condenados a mirar para siempre a «los pies de sus propios cuerpos quejumbrosos». El designio lo asumieron, en conformidad y como respuesta, los abanderados de un movimiento musical un siglo después.
Los resultados de aquella contienda filosófica fueron claves para los forjadores y seguidores de la primera etapa del shoegazing –estilo llamado así por la costumbre de los integrantes de las bandas de cantar y tocar viendo hacia el suelo, sin hacer contacto visual con el público, una pose estética en clave de retraimiento–, los fustigaron a pensar que la felicidad humana radicaba precisamente en el intento por superar dicha contienda y volcarse en el concepto withmaniano.
Yo me celebro y me canto,
Y todo cuanto es mío también es tuyo,
Porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te
Pertenezca.
(…)
Me aparto de las escuelas y de las sectas, las dejo atrás;
Me sirvieron, no las olvido;
Soy puerto para el bien y para el mal, hablo sin
Cuidarme de riesgos,
Naturaleza sin freno con elemental energía.
Walt Whitman
(Hojas de Hierba)
En la línea marcada por este poeta visionario emergió, entonces, la corriente del shoegazing. Éste es un subgénero del rock alternativo que señaló a un puñado de grupos que aparecieron durante el fin de la década de los ochenta y los primeros años noventa del siglo XX. Su lugar de origen fue el londinense Valle del Támesis. Su centro de reunión el club Syndrome, localizado en la Oxford Street.
La etiqueta que primero les adjudicaron fue la de “Madchester Sound” y englobaba lo mismo a Slowdive y My Bloody Valentine que a Blur, Thousend Yard Stare o Stereolab. El asunto llamó la atención de la prensa especializada que envió a sus detectores de corrientes.
Al ver la camaradería entre los músicos en el podio y su poca atención hacia el público, el periodista Steve Sutherland del Melody Maker decidió nombrar a aquello “The Scene That Celebrates Itself” (La escena que se celebra a sí misma) y que congregaba a un público de clase media variopinto, fascinado por el guitarreo indie.
Es decir, en aquella coctelera musical se daban cita los amantes del noisepop (The Jesus and Mary Chain), del dream pop (Galaxie 500) y del estilo conocido como C86 (una antología publicada por una revista y luego devenida en subgénero, que incluía nombres como los de Primal Scream, The Soup Dragons y Mighty Lemon Drops, entre otros).
Sin embargo, fue la aparición del disco Ecstasy & Wine (1987) de My Bloody Valentine, la que decantó el asunto. Quedaron claros cuales eran los elementos distintivos entre unos y otros. Los más se subieron al vehículo del brit pop en ciernes y los menos se asentaron en lo que la revista New Musical Express comenzó a llamar “shoegazin”. El sedazo puso de relieve las características de dicho estilo y nombres como Ride, Chapterhouse, Lush, Curve y Moose, entre otros.
El shoegazin, resultó ser una cresta importante en y para el rock durante varios años. En ese tiempo sus representantes hablaron de la raíz musical en las que se encontraba el germen de su existencia (Velvet Underground), además de sus influencias más recientes (los ya mencionados The Jesus and Mary Chain, Cocteau Twins, Sonic Youth, Bauhaus y The Smiths, por mencionar algunos).
El suyo era un rock que empleaba elementos clásicos del género en direcciones originales y del mayor interés por las texturas y los timbres (melódicos y ruidosos a la vez), por la experimentación con la tecnología (feedback, flanger, reverb, chorus), por los recursos del estudio de grabación (dub, sampler), por la libertad de su sistema –jugaban o se alejaban de las estructuras lineales—y por el murmurado uso de la voz como un instrumento más, para matizar.
Todo ello en busca de resultados raros y emotivos, de atmósfera espacial nebulosa. Porque eso sí, el subgénero destaca por su apabullante emotividad, por la instigación de la temática melancólica –se convirtió en una elaborada gama de exploración de los traumas de la generación de la (sobre) información y del miedo al escrutinio.
Aquello demostró que las aspiraciones dramáticas del rock podían sintonizar con el riesgo— y por el uso de una instrumentación que no difería mucho de la que se presupone standard. Una forma evolutiva del rock alternativo al que pertenece.
Por fortuna, la pluralidad de grupos en la que se extendió la corriente evitó la simplificación industrial y por consiguiente su rápido desgaste. Y hubo entonces bandas que favorecieron el pinturerismo emocional lo mismo que la expresividad más teórica.
Así que cuando se escuchaba su música, se descubría una búsqueda estética con el grado de abstracción que se quiera, pero siempre con la vitalidad del sentimiento por delante, envuelto en el ensimismamiento caracterizado por la eterna vista del músico y cantante en los pedales de la guitarra o voz instalados en el suelo y a lo que con cierta ironía se denominó “shoegazin” (vista fija en los zapatos)
En el ámbito instrumental este rock se dejó llevar, sobre todo, por la ciencia del sampleo y su capacidad transformatoria; por la fascinación por el aparato y su habilidad para reinventar la guitarra a partir de sus efectos, para convertir su sonido en algo etéreo, elevado y terriblemente romántico a través de telarañas de ambientaciones sonoras, de voces lejanas y fantasmales, como el estilo extraterrenal de quienes serían sus máximos representantes: My Bloddy Valentine.
Tal grupo británico significó la perfecta unión de ruido, belleza e intensidad. La cual quedó impresa para siempre en el disco emblemático Loveless (de 1991). Una sofisticada obra de guitarras tratadas hasta el punto de parecer beats y con una atmósfera en gravedad cero.
Tal disco puso en la mesa la confirmación de su líder, Kevin Shields, como un talento visionario. El noise, el ambient y el free jazz fundidos sin prejuicios; epígonos bien avenidos en una disonancia de guitarras vaporosas, incorpóreas, volátiles, en cataratas de samplers y voces cargadas de vértigo. Uno de los momentos más grandes de la música.
Su magia elevó el puente entre el dreampop de los ochenta y la experimentación techno-ambient de la siguiente década. Los sonidos dieron entrada a letras inteligentes y dolidas: “La experimentación no tiene sentido sin el efecto emocional. Nuestra música alcanza tanto a la primera como a lo segundo”, dijo Shields en su momento.
Luego de un lustro en este trajín con agrupaciones como Bailter Space, The Nightblooms, The Boo Radleys, Catherine Wheel o Medicine, el shoegazing palideció –tanto como sus seguidores-, su presencia se redujo, pero no así su larga influencia que llega hasta la actualidad, celebrándose a sí misma y a sus generadores.
Conforme al espíritu de la época en los proximos tiempos dominará un fuerte revival shoegaze. Formaciones como Vivian Girls, Asobi Seksu, Beach House, The Big Pink, Crystal Castles, Wild Thing o I Was a King, han llegado al gran público. Por lo mismo, se ha comenzado a usar el término “nu gaze” para calificar a esta corriente en pleno crecimiento. Terminologías aparte, lo más destacable de esta generación de nuevas bandas son sin lugar a dudas The Pain of Being Pure at Heart y The Horrors, en sus extremos.
Todos ellos producen canciones con aires de pop sesentero, con cantos oníricos en algunos casos, guitarras fuzzy y de vez en cuando partes para el piano o los teclados. Sus temas son contagiosos y fuertes, llenos de detalles que muestran el retorno de la autocelebración.
Y eso puesto en el lenguaje de hoy dice así: como ya no soy un accionista menor en el universo sino que me he convertido en el universo mismo, ya no tengo necesidad de crear a través de mi pensamiento una relación trascendente. Conozco al mundo como sentimiento e instinto, y después como pensamiento y raciocinio.
Literalmente sigue sin caber la trascendencia en esta religión emocional, porque no existe ningún lugar al que se pueda ir que no sea otro aspecto del yo: Bajo el tutelaje del sentimiento es posible que tenga visiones cósmicas, pero por medio de estas visiones me expando, no me trasciendo: me celebro.
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